Me sumo con este texto alguna vez publicado -como parte de una historia más extensa- para sumarme a la propuesta juevera de esta semana por parte de la querida Dorotea, quien nos conduce desde su blog. Para leer todos los textos participantes, dar clic aquí.
P.D
les recuerdo que hoy se vence el plazo para enviarme sus fotos para la tarjeta navideña. Aprovecho para agradecer a tod@s los que nuevamente se han decidido a participar.
NOCHE DE PAZ, NOCHE DE AMOR
(imagen tomada de la red)
La cuñada llegó como siempre,
radiante y fresca como una lechuga. Cada vez parece estar más joven, detalle
éste que no pasa desapercibido para la anfitriona ni para su hermano solterón
que intenta, a duras penas, acaparar la atención de la recién llegada sin que
lo interrumpa el pesado del marido.
El zapping cede lugar al
acostumbrado intercambio de indirectas que se despliegan a modo de bienvenida:
“qué linda estás”… “pobre, te tocó otra vez a vos”…” ¿cómo anda mi cuñado
preferido?”… “qué guapa se la ve, doña Inés, nadie diría que ya va por los noventa”…“esta chica, cada vez más alocada”…“ojo cuñadito que ya no tenés
cintura”… “qué rico pan dulce, lástima que no tienen piñones”… “cuidado con el
turrón que te va a sacar los pocos dientes que te quedan”… “qué suerte que
trajiste sándwiches, por las dudas que las cinco docenas que compramos no
alcancen”… “qué bien te sienta el rojo, cuñada, tendrías que usarlo más
seguido”… “me imagino que ya habrán puesto la cerveza en la heladera, no vaya a
ser como el año pasado que se olvidaron”… “prestale el autito a tu primo, vos,
no seas egoísta, ¿no ves que él no tiene uno como ese?”
En la cocina, los manjares fríos y
calientes se van colocando sobre las mejores bandejas, sobrevivientes
desparejas de olvidadas vajillas heredadas.
Se llenan las copas, el griterío
se acrecienta. Llegan después el hijo y su novel acompañante. Demasiado
reciente la relación, quizás, para ostentar el título de noviazgo, aunque la
chica ofrece al entrar, como tarjeta de presentación, la mejor de sus sonrisas.
Ese gesto cae bien, no en todos, pero es un comienzo.
Con total displicencia el novio
apenas le muestra atención mientras de lleno se suma a la excitada charla de
fútbol que en el rincón de los hombres va tomando forma y color de pasiones
encontradas.
Así de a poco, en medio de
risotadas y caras largas ensambladas en su justa medida, la noche se inicia,
mientras, de fondo, desde el televisor suena un villancico que trae recuerdos
de otras tierras. La abuela lo escucha y blandamente se deja transportar hacia
sus años mozos, cuando entre las colinas de su España natal, lo cantaba con franca
emoción y esperanza ..
”Un Ángel fue a
despertarme
para anunciarme la
Navidad.
Y en cuanti que yo lo
supe
de Guadalupe viné
p'acá.”
…sin darse cuenta y rompiendo su habitual
silencio contemplativo en el que suele guarecerse de dramas y penurias
cotidianas, su voz temblorosa y quebrada se enlaza con la melodía que endulza
el aire y llena con nostalgia su corazón y sus ojos. El canto quejumbroso se
transforma en inesperado regalo para una Noche Buena que no pensaba poblarse de
emociones y en cambio, en ellos se ahonda, cuando la nieta, de improviso,
aunque desacostumbrada en manifestaciones afectuosas, la abraza con sincera
ternura prodigándole además un beso.
El ángel de alas doradas encaramado
en la estantería – nube, logra contener un imprevisto aleteo provocado por la
sorpresa, evitando así ponerse en evidencia frente a los invitados.
Los chicos, en cambio dejan
escapar una sonrisa acompañando el candor de ese irrepetible momento.
Sonrojada por el esfuerzo y la
vergüenza de verse así sorprendida, la abuela deja escapar unas lagrimitas que
recorren los surcos de sus mejillas. Intentando conservar el momento como
puede, se siente de repente muy afortunada, pensando en cambio en la soledad de
aquellos que estarán en ese momento contemplando en silencio las paredes
desnudas de la habitación de algún geriátrico.
Se deja llevar por la alegría y
con fruición devora todos los sandwichitos que le ponen a su alcance.
La música cambia abruptamente.
Alguien ha cambiado de canal pensando quizás que el festejo tiene que ver con el bullicio. Ahora pasa a
ser reggaetón lo que llena el aire y el
padre hastiado por ese ritmo de locos apaga abruptamente el condenado aparato.
Así es mejor. Por lo menos las voces no tendrán que pelearse para ser
escuchadas.
La impaciencia de los más chicos
no logra ya ser contenida ni por lo salado ni por lo dulce y el poco espacio
disponible para corretear pone en serio riesgo el antiguo cristalero que alguna
vez enemistó a los hermanos que peleaban por su tenencia. Eso ya termina de
descolocar a la dueña de casa que no logra contener el grito buscando reprimir
el brío de sus zafados sobrinos. La madre de éstos tampoco es dueña de una alta
cuota de paciencia y decide intervenir gritando más fuerte aún que su
descontrolada cuñada. No sea el caso que quien rete a su progenie no sea
alguien de su propia sangre… habrase visto!
Al fin, las doce campanadas
consiguen aquietar los ánimos que, a esas alturas ya estaban bastante
caldeados. Más aún que el termómetro con abejitas zumbonas del pasillo,
recuerdo éste de una tía muy querida que la dueña de casa conserva a modo
de prueba evidente de su mal gusto,
según siempre acota la hermana de su marido.
Apenas se advierte la llegada de
la medianoche todos se apuran por llenar copas y vasos. Los brazos en alto, canturreando
algunos, otros esforzando las sonrisas, todos deciden a la vez celebrar el
minuto clave. Ese último de la Noche Nueva que se hace Navidad. Las cañitas
voladoras comienzan su ritual de ruido y colores chispeantes. Los cohetes y
demás bombas de estruendo inician su inmisericorde ráfaga de estallidos que
altera hasta el más paciente de los invitados. Los chicos estallan en gritos e
histeria reclamando por la pronta apertura de los regalos. Se los merecen. A
estas alturas nadie lo duda, luego de haber soportado más de tres horas enteras
escuchando las insulsas conversaciones de los grandes, que sin pudores, hacen
caso omiso a la premisa de no mentir que a diario intentan inculcar a sus
hijos.
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El saldo de la noche no ha sido
tan terrible. Sólo cuatro copas rotas y el sofá de la sala manchado con
mayonesa. Mejor así, se plantea para sus adentros la dueña de casa. De esa
forma su marido no tendrá excusa a la hora de proponerle retapizarlos. Por fin
logrará que combinen con las nuevas cortinas que encargó la primavera pasada.
Los hijos mayores han salido a
festejar con sus amigos y el menor cayó ya rendido luego de haberse quejado una
y otra vez por no haber recibido la Play que soñaba.
La dueña de casa no terminó aún
de lavar todos los trastos pero igual se apura por irse a dormir. Por fin ese
día tan largo se ha acabado y se consuela en pensar que la próxima semana será
ella la que se apure en torcerse un pie o llamar oportunamente al plomero para
aliviarse de ser otra vez la “hija de la pavota” que termina siempre haciendo
de anfitriona en esas insufribles reuniones familiares.