Esta semana nos convoca Mag desde su blog, para adentrarnos en el mundo de las aventuras. Debí recurrir a un relato que medianamente creo que se ajusta a la consigna y que publiqué hace varios años, ya que mis musas andan medio aletargadas. Abrazos para tod@s.
Según sus fuentes –recabadas a lo
largo de sus muchos años de estudio- el pentagrammaton que estaba oculto entre aquellas ruinas resultaría ser la llave
para hacer realidad todos sus sueños más caros y postergados. Aunque no sabía
aún muy bien su mecanismo ni la manera en que sus poderes extraordinarios
deberían ser invocados, aquella mágica pieza de origen cabalístico resultaría
ser la catapulta que lo proyectaría hacia la concreción de sus más anhelados
sueños de trascendencia.
EL PENTAGRAMMATON
Con sus cinco sentidos alertas,
dispuestos a captar y analizar toda señal que pudiese encontrar en aquel sitio
sobre el ansiado pentagrammaton, el avezado explorador recorría con sigilo y
mucha precaución el complicado trazado de aquellos pasillos desolados. Con
polvo acumulado durante no menos de cinco siglos, aquel intrincado recorrido se
abría ante él como una sucesión aparentemente caprichosa de galerías sin
ventanas repletas de alusiones bíblicas, signos esotéricos y extrañas
inscripciones que luchaba por descifrar.
Las razones personales que lo
llevaban a andar solo por aquellos siniestros rincones, aislado de todo
contacto humano y alejado de cualquier otro punto de referencia de civilización,
resultaban ser mucho más egoístas de lo que uno hubiera llegado a suponer –dado
sus nutrido legajo académico y sus respetables antecedentes como historiador y
antropólogo.
Esta vez el interés que
movilizaba sus afanes resultaban ser mucho menos respetable que los que lo
habían impulsado anteriormente a lo largo de su carrera. Y es que en aquel
punto de su trayectoria –con algunos tibios logros investigativos en su haber y
apenas reconocimiento entre sus pares- el simple respeto y la consideración a
niveles universitarios le resultaba ya un soso incentivo… apenas una excusa
como para aparentar estar ocupado con algo que lo distinguiera de sus chatos
colegas. La codicia, el hastío, las
ansias de renombre, el orgullo herido y la ambición de alcanzar el estatus
social y económico que jamás conseguiría por otros métodos, resultaban ser
los reales motivadores de aquella expedición.
Al quinto día de permanecer
escrutando la compleja trama de inscripciones y signos labrados en piedra y
metal, al fin un dato cierto sobre la ubicación del preciado pentagrammaton le
fue revelado. Resultaba ser que dentro de cinco cajas consecutivamente
dispuestas una dentro de la otra –todas selladas bajo inescrutable cerrojo- se
encontraba preservada la inestimable joya.
Uno tras otro los cinco sellos
fueron abiertos por el científico, haciendo gala de un desarrollado ingenio
–que desconocía poseer- en combinación con los valiosos conocimientos que
tantos años de esfuerzo y trabajo le
habían aportado.
El primer sello en ser abierto
respondió a cierto acertijo que aludía a la insana prisión que provocaba en el
alma la codicia. Rápidamente fue por
él resuelto con solvencia evocando algo leído en uno de los primeros pasillos
que antes había recorrido.
El segundo sello hacía referencia
a la apatía y el hastío, a la pesada
carga que representa en la vida humana. La solución a dicho enigma logró
interpretarla en uno de los muros más derruidos del segundo pasillo.
El sello tercero fue abierto
luego de revisar una y otra vez ciertas inscripciones que aludían a la vanidad,
a las sucias trampas en que los hombres solían caer cuando se dejaban llevar
por las ansias de renombre y la
fatuidad de la gloria humana.
Resolver el enigma para destrabar
el sello siguiente le significó un gran desafío: debió recurrir a todo su
empeño y testarudez para no sucumbir ante el desaliento que lo embargó, luego
de insistir infructuosamente por horas y horas frente a un antiguo escrito que
hablaba de la falsedad del orgullo y
la ilusión de la autosuficiencia. Pese a las grandes dificultades, logró
resolverlo y eso le hizo sentir una especial satisfacción.
El quinto y último sello resultó
ser menos complicado de lo que se había imaginado. Quizás el mérito de haber
resuelto correctamente los cuatro anteriores enigmas implicaba suficiente
garantía y cualificación como para ser considerado merecedor de semejante
privilegio: acceder por fin al tan codiciado pentagrammaton. Antiguos
criptogramas labrados en cinco piedras estratégicamente ubicadas a lo largo de
la última galería fueron los que le dieron las pistas para sortear el último
tramo del acertijo. La ambición desmedida
y sus terribles implicancias en el corazón humano constituían el tema que
allí se iba desarrollando.
Luego de la agitación inicial al
comprobar la exitosa apertura del último
cerrojo, una profunda e incomparable emoción le fue embargando a medida que sus
ojos –acostumbrados ya a la semi-penumbra de aquellas oscuras galerías- iban
logrando identificar cada uno de los símbolos grabados en aquella magnífica
pieza metálica que por primera vez contemplaba extasiado.
Reconsiderar las tramas urdidas por
tantos grandes personajes a lo largo de años y años, intentando mantener oculto
y protegido aquel tesoro invaluable, le hacía tomar conciencia de la enorme
importancia de lo que tenía ahora en sus manos, destellando con enigmático encanto bajo la
débil flama de un par de antorchas encendidas.
Pensó en todos aquellos seres que
se esforzaron por preservar semejante tesoro, incluso dando su vida por ello. Pensó
en el cuidado primoroso que aquellos guardianes pusieron en labrar cada una de
las cajas dentro de las que lo ocultaron,
en lo elaborado de cada una de las afinadas pistas que se le fueron insinuando
para garantizar que sólo quien estuviera adecuadamente preparado lograra
revelar los secretos consiguiendo acceder a los compartimentos.
Pensó en todo el tiempo transcurrido
hasta que, por fin, un científico ignoto lograra dar con aquel pentagrama, rescatándolo de las tinieblas del olvido y la
ignorancia… y se sintió complacido, complacido y gratificado, pero no con el mismo
tipo de orgullo con el que había estado alentándose hasta ahora, esa vanidad
absurda de quien busca saberse por encima de sus congéneres, reafirmándose en su
aparente superioridad y enviciado ego. No, ahora su complacencia respondía a
algo mucho más sutil y desinteresado que le bullía por dentro, algo más
profundo que le hacía sentir más cerca de la grandeza del conocimiento, de la
valoración de la verdad, de la integridad en sus más elevados niveles.
Supo de repente que de alguna
inesperada manera, el impulso que lo motivó a ir resolviendo cada uno de los
enigmas lo fue purificando por dentro, como un filtro espiritual que lo fue
depurando de sus nutridas impurezas,
animándolo a ser mejor persona. Se dio cuenta que a medida que iba dilucidando
enigmas, rompiendo sellos y abriendo
cerrojos, él mismo iba rompiendo sus propias barreras en su interior,
sacando a la luz su propio pentagrama de fuerza y virtud.
Fortalecido en su fuero más
íntimo, tan feliz como no imaginó nunca poder sentirse, el hombre se supo
reconciliado al fin con sí mismo y con el resto del mundo. Se descubrió pleno,
satisfecho y fortalecido…y sin pensarlo dos veces, procedió inmediatamente a
revertir con sumo cuidado cada una de las pistas y señales que sacó al
descubierto, volviendo a restablecer los sellos y a cerrar cuidadosamente los
cerrojos de cada una de las cinco cajas en las que volvió a dejar –tal como estaba- el precioso
pentagrammaton, para que así, oculto y nuevamente protegido aguardara –quizás
otro cinco siglos- hasta que otro hombre –como él- desencantado y abatido,
consiguiera redescubrir su valor a fuerza de empeño y astucia.