Habiéndome pasado un poco en la cantidad de palabras, dejo aquí mi aporte a mi propia convocatoria. Para leer todos los relatos participantes, pasar por la entrada anterior.
UN EXTRAÑO EN EL PARAISO
Sólo recordaba el estampido. Algo
súbito. El dolor intenso atravesando su pecho. El griterío incomprensible. La
sensación de hormigueo subiendo por sus piernas. El entumecimiento total.
Luego sobrevino la calma. Una
niebla iridiscente despejándose ante sus ojos recién abiertos, como vueltos a
nacer. Nada a su alrededor resultándole identificable. Apenas algunas formas
delineándose entre las nubes ligeras. Después la luz se abrió camino y lo
transformó todo. La plenitud del cosmos ante su mirada atónita. Todo era bello,
armonioso, perfecto.
Los seres que le rodeaban mostraban
sus rostros felices, sin preocupaciones, sin resentimientos, albergando en su
interior una paz inusitada que se transmitía en la calidez de sus miradas. Se
dirigieron hacia él con infinita dulzura y gestos fraternos. Entendieron su
aturdimiento mostrándose compasivos. No fue necesario que emitieran palabra.
Sus pensamientos le llegaban con la fluidez con las que las almas logran penetrar
la divinidad que las contiene.
Uno de ellos, de apariencia más
comedida, lo ayudó a incorporarse confirmándole lo que presumía: acababa de
morir y se hallaba en el Paraíso. Su incredulidad resultaba evidente, por lo
que los anfitriones se esmeraban en reafirmar lo que ya era un hecho: era un
elegido. Se hallaba allí porque sus méritos así lo determinaron. Fue en ese
punto donde sus dudas afloraron con la claridad de una verdad contundente: seguramente había un error. No había sido de los buenos en vida. Lo sabía sin que se
lo digan y esa certeza lo descolocaba. No comprendía cómo había podido suceder,
pero sabía que no pertenecía a ese lugar.
Mientras intentaba acomodar sus
pensamientos sin que se le notara demasiado el desconcierto, caía en la cuenta
que pronto todos iban a saber que se hallaba allí por una equivocación. No
tendría sentido mentir. Pensó que tal vez, si se mostraba sincero, tendrían alguna
consideración. Quizás lograra evitar o postergar la definición de su destino final
que –intuía- sería inevitablemente mucho menos agradable.
Logró balbucear unas ideas
intentando despertar conmiseración. Buscó explicar que si había sido malo, en
gran parte fue debido a la suerte que le tocó en vida, que no todo había sido
por su responsabilidad… pero hasta a él mismo le sonaron sin convicción sus
excusas tontas y decidió pedir clemencia. Un poco de la misericordia que
seguramente todos ellos supieron ejercer en sus días mortales.
Ensayando sus mejores poses,
llora ahora pidiendo perdón. Se declara honestamente arrepentido. Siente de
improviso que la fuerza que lo trajo vuelve a llevarlo hacia donde vino. Se
disipan la luz, las siluetas, la niebla iridiscente y un vértigo incontrolable lo
arrastra hacia el momento previo de su muerte, justo antes que la bomba que
llevaba estalle en su cintura en medio de la multitud.
Recuerda claramente la luz, las
almas gentiles, la eternidad perfecta y se emociona. Se siente miserable,
despreciable, indigno de ser considerado humano. Sabe que no puede impedir que
la bomba se detone, pero sí decide que no lo haga en medio de la multitud. Se
arroja entonces al rio, lejos de toda la gente que camina de aquí para allá,
ajena a lo que está por suceder.
Otra vez el estampido. El dolor
intenso. El entumecimiento total. Llora en su instante final.
Quizás haya logrado cambiar su definitivo
destino.