Respondiendo a la propuesta juevera de Charo, he querido utilizar todos los originales palíndromos de la lista uniéndolos en un texto bastante delirante , sobre una particular familia de "locos". Espero les resulte divertido.
- ¿Acaso
hubo búhos acá alguna vez?
- Pregunta la vieja incongruente, escrutando con sus ojos los pinos más altos y
los follajes enredados de las acacias. Ninguno de sus nietos le contesta, no
porque no merezca respuesta, sino porque algo más insólito les atrae la atención
en ese momento: un gentío fenomenal ha venido desde lejos a ver el partido y
ahora avanza a toda velocidad porque teme no llegar a tiempo para abordar los
barcos que esperan en el muelle.
La turba
bajaba, brutal, desbaratando todo lo que encuentra a su paso. Oír ese río, esa muchedumbre enardecida observando desde
lejos cómo se van sus naves, les hace erizar el
vello de la nuca. Menos a las chicas, que siguen con sus menesteres como siempre,
poseídas por sus locuras de larga data: mientras Anita
lava la tina del perro con
su cepillo de dientes, en otro rincón se corta Sarita
a tiras atroces, utilizando
un viejo cuchillo sin filo.
- ¡No subas abusón! ¡Baja ya del techo que te he visto
robar mis galletas! – grita sin mirar a nadie la vieja que a esas alturas, parece
seguir delirando sin remedio. Pero en realidad no delira: efectivamente uno de
sus nietos le ha robado sus galletas y pide desde lo alto ayuda a su hermano Caín
para evitar que el perro descubra su escondite:- ¡Átale, “demoníaco” Caín,
o me delata! – susurra desesperado
poniendo énfasis en el “demoníaco”, a pesar que sabe que ese mote siempre saca
de quicio a su fraternal compinche.
Mientras ata el perro, el bueno de Caín disimula
frente a su abuela parloteando de cualquier cosa que la distraiga de la persecución: - Yo amo la pacífica paloma- susurra entre suspiros, intentando llevar
a la vieja hacia una nueva conversación. Y aunque no lo logra, pronto su abuela
encuentra otro hilo por donde desenredar su habitual ovillo de delirios.
Viendo a lo lejos que la turba está más calmada, resignado ya el gentío a que los botes no volverán, la vieja
se planta en el medio del camino, les hace señas y les indica, solícita: - ¡No
se desesperen! Por agua no es el único medio que tienen para volver.
Recientemente la ruta nos aportó otro paso natural
hacia sus tierras, sólo
tienen que seguir derecho y pronto llegarán a sus casas. –
Y lejos de lo que pudiera uno suponer esta vez la
solución y la calma llegan de la boca de alguien que habitualmente se muestra
como un alocado manojo de incoherencias.