Esta semana nos convoca Alma Leonor, desde su blog. Dar clic aqui para leer todos los relatos.
Mi aporte:
CUMPLEAÑOS
Abandonado en una iglesia, nada
se sabía sobre sus progenitores, menos aún sobre el día preciso en el que había
llegado a este mundo. De ahí que como una formalidad, los encargados del orfanato
le asignaron la fecha de ingreso como la de su nacimiento, licencia sobre la
que se había basado toda su identidad.
A partir de entonces, fue
intentado construirse una vida, y dados los resultados obtenidos cincuenta años
después, podría decirse que lo había logrado, pero no era feliz. Se sentía
vacío. Solo. Sin raíces. Sin nada que le diera sustento positivo a sus emociones,
por lo que la fecha adjudicada como cumpleaños nada representaba para él.
Frente al mar bravío, el conteo se
le hacía particularmente pesado. 50. Sonaba a mucho. Arrugas y canas
acumuladas, soledad sin ilusiones, silencios sin buena compañía.
Observando desde el acantilado,
imaginó que podría desaparecer en esas aguas -tan negras como la noche- y nadie
lo extrañaría. Acabó la botella junto con el último gramo de conciencia y
saltó. Así, de improviso, ansiando precipitarse hacia un final tajante e
inmediato. Lejos de lo previsto, no hubo estruendo de olas congraciándose en su
despedida. Sólo el crujido seco de una de sus piernas sobre las rocas salientes
-a medio camino entre la cumbre y el mar- alteró la placidez de su caída.
Aulló de dolor clamando por
ayuda, mientras en el horizonte la aurora se pintaba con sus mejores galas. Nadie
respondió. Pasaron horas y horas de dura agonía. La idea de morir allí, herido
y abandonado le resultó un castigo que no creía merecer, más allá de los
lúgubres pensamientos con los que se había arrojado antes, por puro impulso
irreflexivo.
Recostado sobre la saliente sobre
la que había quedado desgarrado, despojado ya de la insolencia que provoca el
alcohol atado a viejas frustraciones, el hombre se sintió totalmente vulnerable…
tanto como lo fuera cincuenta años atrás, recién nacido y abandonado en una
iglesia.
Con la confianza ciega de quien
se entrega a la voluntad divina sin reclamos ni venganzas, cerrando los ojos, otra
vez se dejó caer.
Besado por las olas en la orilla,
surgiendo ante la vida como en un nuevo despertar, el hombre se incorpora luego
de la blanda caída. Contempla, azorado, todo a su alrededor con ojos nuevos, maravillado
y agradeciendo al universo por ese inesperado renacer.