Me sumo a la propuesta de Inma con un texto basado en una trilogía que publiqué hace bastante. La misma, titulada EL CÍRCULO DEL APOCALIPSIS se desarrolla en un futuro lejano en donde todo rastro de civilización ha sido destruido por la barbarie humana (incluso los libros que sucesivamente fueron quemados y prohibidos). En la historia, la última sobreviviente, motivada por una razón que no comprende, arriba luego de mucho esfuerzo, a unas ruinas milenarias donde se atesora algo que desconoce y está a punto de descubrir. Me vi obligada a extenderme más de lo aconsejado. Me disculpo por ello. Para leer todos los textos participantes, pasar por aquí.
Alguna vez entre esos muros alguien
cantó letanías a viejas deidades, otros escudriñaron desde lejos las estrellas,
algunos quizás evocaron historias de sus ancestros volcando en tersos
pergaminos sus señales de tinta. Muchos más hurgaron más tarde entre esas
líneas, reencontrándose con los primeros, venciendo las cenizas del tiempo que,
implacables, sellan el final de cualquier vida.
Saberse próxima a la puerta
tácita de aquel poder inimaginable, desgastado por la sustancia de inacabables
guerras y sus infinitos fantasmas, le hacía comprender que algo o alguien había
dispuesto que así debía dejar su huella en el camino, ese que ya culminaba, ese
que por los designios de la estupidez, los odios y la muerte no tenía más
futuro.
Desde que los humanos comenzaron
a erguirse frente al Todo animándose a plantearle los fundamentos de la que
entendían su supremacía, pretendieron en su arrogancia ocupar por siempre el
cenit de la creación. Esa soberbia los condenó. Esa vanidad terminó por
arrasarlos.
Los pocos sobrevivientes,
aullando allí fuera en las cercanías de esas ruinas legendarias, convertidos en
criaturas deambulantes que nada sabían de preguntas o respuestas, se resignaban
a despedazarse unos a otros en merecido castigo por su iniquidad.
Ella no sufrió el contagio. Por
algún extraño designio había logrado preservarse de ese destino de bestialidad
irreversible en los que los había trocado el último holocausto.
No quedaban ya sabios a los que
consultar, se habían extinguido, como los amaneceres dorados, las aves, los
sueños y los testimonios alguna vez atesorados.
No quedaban en pie monumentos,
ni rastros de lo que fuera civilización avanzada. No quedaban tampoco credos,
ni mitos ni esperanzas de redenciones prometidas.
En ese punto terminal de la
historia humana, intentar elevar plegarias a la nada, a la oquedad sombría de
los cielos y los tiempos, no resultaba siquiera una estrategia vana…consistía
más bien en un insulto a la creación que intentó una y otra vez reconstruir lo
destruido, sostener en vano lo que se insistía en ser derribado.
Aunque carente de afectos fuera
de los que refiriera la propia supervivencia, los pocos semejantes que alcanzó
a conocer alguna vez le hablaron de otras circunstancias, otras realidades que
se dieron en el pasado. Hubo un tiempo en que la tierra era próspera y vitales
las aguas. Los humanos eran muchos y poblaban los cuatro rincones del planeta.
Se fueron enfrentando unos a otros y acabaron exterminando lo que antes
abundaba y ella sólo conoció por referencias.
Intentar soñar con aquellos
lejanos tiempos en que ella ni existía había consistido hasta ahora en su
principal sustento. Haber llegado desde tan lejos hasta esas ruinas, inspirada
quién sabe por qué fuerzas, resultaba ser ya en sí mismo un triunfo, una hazaña
tan increíble que todavía la hacía estremecer por dentro. Y ahora que estaba allí, recorriendo la
imponencia de aquellas reliquias volvía a sentirse desorientada, perdida…sin
saber en realidad qué buscar, dónde indagar…
Ya acostumbrados a la oscuridad,
sus ojos no tardaron en adiestrarse para andar en aquella penumbra inquietante.
Afortunadamente alcanzó a ver varias teas sujetas a los muros laterales; las
fue encendiendo una a una, por lo que la luminosidad se fue incrementando a
medida que avanzaba. Al final del pasadizo se alzaba una gran puerta. Dos hojas
de sólida madera engarzada con herrajes de hierro cedieron ante la presión de
su mano temblorosa que no pudo resistirse a girar el aldabón.
Frente a ella, conservando
rancio el aire que fuera fresco alguna vez, se hallaba lo que adivinó era una enorme
biblioteca. Preservada del eco de violencias y tragedias, aquella enorme sala,
subdividida en otras por arcadas curvas que sostenían el techo en magnificencia
aún recordada, parecía estar dispuesta para ella, aguardando desde siempre su
llegada. El relieve de una silueta humana con los brazos extendidos rodeada por
un círculo flameante se destacaba en la parte superior de uno de los muros de
la estancia.
Nada en toda su vida había
logrado conmoverla tanto. Se hallaban ante sí los registros invaluables de
tantos años ya olvidados, generosos escritos de glorias y sueños pasados,
descripciones de realidades borradas ya de la faz de la tierra, geografías de
antaño, ilustradas crónicas de viajes y aventuras. Un universo fascinante -como
jamás su mente ansiosa se animó imaginar- a su entera disposición!
Alguna caprichosa mediación
desconocida había hecho que sus pensamientos, sus deseos, su espíritu, se
conjugaran para hallar el camino que la condujo hasta allí, frente a aquel
único y colosal tesoro que, paradójicamente, ella no sabía dilucidar! Jamás
quiso la suerte que alguno de aquellos pocos ilustrados que quedaban en ese
entonces con vida, se cruzara en su camino para que le enseñara la extraña
técnica de trazar e interpretar líneas de la que los antiguos llamaban
escritura.
Profundamente conmovida por el
inimaginable designio en el que el destino la había colocado, la sufrida mujer
confió una vez más en sus instintos y tomando uno a uno los volúmenes que sabía
no lograría nunca comprender, comenzó a recorrer aquellas magníficas páginas,
algunas plagadas de coloridas ilustraciones, otras con regularidad de signos y
prolijamente encuadernadas. Hasta las más añejas y menos conservadas se dejaban
hojear con sumisión y entrega.
La compleja mezcla de
sensaciones que atravesaban su mente y corazón la fue haciendo caer en un
inusual sopor mientras acariciaba con impotencia y resignación las tapas
magníficamente decoradas de un pequeño libro que encontró guardado dentro de
una caja.
Con el precioso libro entre sus
manos se dejó dominar por el sueño que la fue envolviendo. Recostada en el
mesón que se hallaba en el centro del salón principal de la biblioteca, casi
apoyando la cabeza sobre él, la mujer fue penetrando poco a poco, con
delicadeza inaudita, dentro de la realidad que el libro guardaba.
Se dejó llevar, blandamente hacia
un bosque frondoso donde el sol se filtraba cálido y curioso haciendo dorar con
su oro las hojarascas que cubrían el suelo por donde ella iba pisando.
Lograba sentir la brisa, un
sugestivo aroma a pinos y hierbas fragantes. Alcanzaba a ver a los pájaros en
sus nidos, los polluelos temblorosos clamando a sus padres por alimento. Logró
acariciar las flores extrañas y bellas que poblaban el sendero, se embriagó con
el rumor del agua de un arroyo cristalino, se dejó llevar por la emoción al ver
correr un zorro tras una liebre que casi rozó su pie en la huida. Fue mágico… pero
real el andar por esas sendas contenidas todas dentro de aquel libro, real su
alegría, intenso y real el palpitar en su
pecho al ver jugar unos niños felices, agitando sus manos al viento.
En medio de su ensoñación, sin
haber salido aún de ese limbo, la mujer se preguntaba si el hechizo que estaba
haciendo realidad lo que alguien alguna vez había descripto sería parte del
delirio final de una enferma que, con ingenuidad, buscaba engañarse a sí misma.
Sin quererlo -más bien
esforzándose por no hacerlo- la mujer despertó en medio de un leve resplandor.
Con el libro aún entre sus brazos, acodada sobre el antiguo mesón de la
biblioteca decidió que no debía esperar para comprobar el alcance del mágico
embrujo que de ella se había apoderado.
Tomó otro libro, esta vez uno
más voluminoso, con pequeñas figuras terribles y coloridas decorando los
laterales del escrito. Se dejó llevar por la tersura de una bruma irisada y
cayó nuevamente en la magia envolvente…”soy el alfa y la omega”…”el principio y
el fin”… Escuchó claramente una voz intacta y primordial pronunciando esas palabras
a la vez que algo que nunca había experimentado le confortaba por dentro. Tuvo
esta vez la certeza que el destino le estaba regalando un presente infinito:
por alguna razón que no comprendía –quizás por pura piedad ante su soledad
inmensa – se le estaba dando la facultad de revivir y conocer lo conocido y
vivido por otros muchos, todos seres como ella, que desde épocas inmemoriales,
habían amado, habían construido, habían enunciado, habían descubierto…
Un universo paralelo existía a
través de los testimonios dejados por sus semejantes, preservados en forma
latente, vívida y palpable en cada volumen de aquella biblioteca.
Abrumada por la inmensidad de la
maravillosa oportunidad que se le ofrecía llegó a pensar que quizás el poder
que se le estaba otorgando no acabara allí. Quizás lo que tenía ante sí no
fuera sólo un alimento para su infinita sed de conocimiento o un alivio para su
propia realidad truncada. Quizás ante sus ojos tuviera la puerta de entrada
hacia otra dimensión desde donde pudiera advertir a sus antepasados sobre el
final hacia el que se estaban dirigiendo. Quizás tuviera la extraordinaria
misión de intentar cambiar el rumbo de lo que terminó en destrucción. Un
invaluable acceso hacia los márgenes del tiempo enlazados a través de los
testimonios que la humanidad fuera dejándose a sí misma a lo largo de los
siglos.
Conmovida a tal punto que
llegaba a sentir la presencia de su propio espíritu, vertía con emoción las
lágrimas que creía ya no tener. Volvió a escoger otro libro al azar… lo abrió,
sin ver, en una página cualquiera y rogó a los dioses que hasta allí la habían
conducido, que le dieran una nueva señal, una constancia certera de lo que le
estaban brindando.
Reposando su cabeza muy cerca de
las páginas amarillentas de aquel otro libro, volvió a caer en el sedado
sortilegio del ensueño revelador. Esta vez fue de tintes dorados la niebla que
la envolvía… y lo que alguna vez alguien escribió en forma profética, sintió
que se haría realidad a través de ella:
“Después de cada final habrá siempre un nuevo
principio”…