A falta de inspiración fresca y poca disponibilidad horaria, me sumo con un texto extraído de otro ya publicado para sumarme al reto juevero que esta semana nos deja Campirela desde su blog. Me disculpo por haberme extendido más de los sugerido. Para leer todos los aportes, dar clic aquí
Con gran sagacidad la mujer fue
armando a lo largo de los años una sutil red de autoridad, misticismo y
conocimientos prácticos que le dieron fama de avezada curandera, hasta el punto
de trascender más allá de sus pagos.
Prestando gran atención a lo que
cada quien le planteaba en sus pedidos -sumando el hecho de que además, conocía
a casi todos sus demandantes- ella elaboraba según los conflictos reales que
entreveía más allá de las palabras, una ajustada solución a cada problema: para
males de amores, celos, engaños, temores de infidelidades o pasiones diluidas…
todo se encaminaba con algún brebaje o ungüento, atendiendo un rito claramente
determinado según fuese el destinatario. Para problemas de trabajo, falta de
dinero, mala suerte en los proyectos emprendidos… el mal se repelía con un buen
amuleto confeccionado a la hora conveniente y con los materiales más
adecuados…para la timidez y la indecisión -propia de los faltos de carácter-
algún infalible talismán al cual aferrarse. No era mucho lo que aceptaba en
pago, sólo lo que la gente sintiera que retribuía en consecuencia del favor
recibido.
Un día llegó de lejos alguien que
dijo ser periodista investigando el tema de las creencias populares. Escéptico
de todo lo que no pudiera comprender su raciocinio y no se encontrara escrito y
catalogado en algún manual refrendado por la ciencia, se mostró de antemano
dispuesto a desenmascarar a los charlatanes que embaucaban a la gente
prometiendo lo imposible, mofándose de poder influenciar la suerte y el
destino.
Soberbio y despectivo frente a lo
que llamaba ignorancia y retraso, no sólo no intentó mantenerse imparcial a la
hora de escuchar los hechos que la gente le narraba contando los éxitos de la
magia blanca que practicaba la curandera del lugar, sino que además no perdía
oportunidad para burlarse abiertamente de ella.
No tardó en ubicar a la mujer y
presentarse en su casa con altanería y desinhibida prepotencia. Con sonrisa
socarrona se dirigió hacia ella como quien se cree superior, sin considerarla
con un mínimo respeto (si no fuera por su actividad, al menos ella lo merecía
por edad y reciprocidad).
La vieja curandera, apenas
observarlo, fue haciendo reseña de las carencias de aquel esmirriado muchacho
de ciudad que se mostraba tan incómodo en medio del polvo, el aire libre y los
animales, como inquieto frente a su colección de hierbas y frascos de oscura
apariencia.
Como quien deja macerar las
palabras, en lugar de precipitarse a aclarar la naturaleza de sus
intervenciones –cuestionadas con displicencia por el recién llegado- disfrutaba
en prolongar sus silencios entre pregunta y respuesta, mientras jugaba a
escarbar con su mirada los ojos inquietos de quien pretendía ser juez
inquisidor de algo que ni siquiera conocía.
No pocos detalles de su persona
le hablaban de la gran inseguridad del imprudente periodista: uñas carcomidas
al punto de lastimarse las cutículas, desorden evidente entre sus papeles y
anotaciones, poca tolerancia para sostener la mirada mientras se sentía
observado, leve temblor y sudor frío en las manos mientras se apresuraba a
tomar sus notas. Cada una de esas señales le sirvió a la sabia mujer para
entender cómo resultaba ser en verdad ese personaje que se hallaba ante ella,
menospreciando sus métodos y la razón de su fama en aquellos pagos.
Sin más vueltas y cortando de
improviso el insustancial diálogo que se venía desarrollando, la mujer despidió
al hombrecito amablemente, pero con franca determinación, dejándolo desubicado
en su papel de cínico cuestionador. Al
tiempo que se despedía estrechando con firmeza su mano, le entregaba –en
abierto gesto de generosidad- uno de sus elaborados amuletos. Una pequeña cruz
hecha con ramitas de palosanto y tientos trenzados, coronada primorosamente con
hojas de ruda perfumada.
-Pa´que lo proteja en el camino
de vuelta…- le sonrió, mientras penetraba los ojos del muchacho con una de sus
miradas más profundas e inquietantes y dejaba flotar ondulante en el aire el
vuelo de sus palabras.
Sin mayor explicación cerró la
puerta de su rancho dejando afuera al visitante boquiabierto e inmóvil por lo
inesperado y ampuloso del gesto. Ya en el interior de la humilde casa, mientras
sonreía para sus adentros con desembozada picardía- la mujer, muy segura de sí
misma, se animaba a aventurar que –lejos de tirarlo- aquel esmirriado e
inseguro flacucho de ciudad que poco rato antes le ostentara su incredulidad con insolencia, jamás osaría
desprenderse del amuleto que ella le acababa de entregar… por si las moscas…
P.D
Quedan pocos días para enviarme su foto para participar de la tarjeta navideña. No se olviden, están todos los blogueros invitados!