Con motivo del interés despertado a causa del texto publicado para este pasado encuentro juevero, transcribo en forma completa el primero de los tres relatos que narran la misma historia según el punto de vista de cada personaje. La idea surgió a consecuencia de una película basada en un cuento de Dickens, Great Expectation. Mañana subiré la segunda parte y el miércoles la que corresponde a la visión del tercer personaje.
Espero les guste y no les resulte demasiado largo.
HISTORIAS EN PARALELO
Parte
1: UN EXTRAÑO PARAISO
Era
un pueblo con mar. Manu recién cumplía los catorce y ya ansiaba levantar vuelo.
Conocer nuevos rumbos…despegar con el viento.
Desde
que tenía memoria vivía con su hermana en una casucha cerca de la playa,
sobreviviendo como podían. Apenas recordaba a su madre y de su padre sólo tenía
una foto gastada.
Pasaba
sus horas mirando los pescadores y dibujando los cangrejos, peces y pájaros que
solía contemplar con la avidez de quien está dispuesto a maravillarse con la
variedad de las formas, los colores y las líneas que regala la Naturaleza.
Su
talento en el dibujo era algo instintivo, explorado en soledad, abriendo todo
su espíritu para ser capaz de entender aquello que está por detrás de las
formas. Lograba captar no tanto la exactitud fotográfica de lo que dibujaba
sino aquello que pocos logran ver pero que todos presienten. Cualquier trozo de
papel que caía en sus manos, la arena de la playa, una madera arrojada por el
mar, todo era usado como excusa y testigo de su afición al dibujo.
Para
sobrevivir, se las arreglaba ayudando al viejo jardinero que trabajaba en las
grandes mansiones de la colina, rincón del pueblo que contaba con la mejor
vista y escondía grandes misterios.
Entre
las viejas casonas sobresalía una… la de aspecto más tétrico y abandonado, pero
sin duda la que siglos atrás había sido la más lujosa. Sobre su dueña, desde
que él recordaba, se decía que estaba loca. Muchas historias fantásticas se
tejieron alrededor de su persona pero una de todas las que había escuchado le
pareció desde siempre la más confiable: la mujer, había sido en su juventud,
una de las herederas más solicitadas, con infinidad de pretendientes que se
diputaban su belleza y fortuna. Sólo uno había logrado despertar el amor y la
pasión de la otrora bella joven quien perdiera la razón el mismo día de su
boda, cuando el novio decidió huir con su mejor amiga. Desde aquel funesto día,
la mujer renunció a todo contacto con el exterior, sumergiéndose en sus
fantasías y su despecho, dedicándose a sobrevivir en su locura. Con los años,
sus padres y demás familiares fueron muriendo quedando solamente una sobrina
que desde muy pequeña fue recibida en aquella mansión de tristeza y
abandono.
Manu
nunca había transpuesto aquellas enormes rejas de hierro ni el inexpugnable
muro que rodeaba la propiedad. A pesar de ello siempre se sintió especialmente
atraído por aquel mundo irreal que adivinaba era su interior y en sus tardes de
exploración y dibujo más de una vez se vio tentado de reproducir las volutas y
los festones de aquel magnífico portal.
Un
día, el deseo de conocer lo que realmente había tras de aquellos muros se hizo
realidad: el viejo jardinero con el que trabajaba había recibido el encargo de
desmalezar el enorme parque que rodeaba la vieja casona, por lo que ambos se
dirigieron hacia allí, no sin bastante recelo por lo que podrían hallar.
Cuando
el viejo se anunció haciendo sonar el timbre del portal, alguien desde el
interior accionó un mecanismo de apertura y las enormes hojas del portón se
abrieron con un chirrido casi escalofriante. Ante los atónitos visitantes, una
frondosa selva desordenada se interponía entre la entrada y el viejo caserón.
El bosquejo de lo que sin duda fuera el sendero principal apenas se abría paso
bajo un enmarañado techo de enredaderas desprolijas y secas. Varios árboles
añosos se abrían camino hacia el sol, sin duda buscando alejarse de aquel
jardín que más parecía un cementerio.
Avanzando
entre el lodazal que se había formado entre la espesura, los dos visitantes se
aventuraron hasta llegar a la vieja mansión, tan descuidada y tétrica como el
exterior que la rodeaba.
Una
vieja criada que apenas susurraba entreabrió la puerta principal y le dio al
viejo jardinero las instrucciones del caso. Mientras el viejo se ponía de
acuerdo en los pormenores, Manu aprovechó para detenerse en los detalles de
aquella casa que sin duda, en otra época, había albergado grandes lujos.
Lo
que fueran magníficos vitrales hoy sólo eran vidrios sucios tapizados de mugre
acumulada y de hojas resecas. Los bancos del jardín parecían sepulcros vacíos
poblados de fantasmas, y bajo la pérgola lateral que daba hacia lo que había
sido un pequeño lago artificial, se veían apenas, bajo un espeso manto de hojas
muertas y moho, los rastros fastuosos de lo que parecía haber sido una gran
fiesta. Varias mesas cubiertas por harapos de manteles raídos quedaban aún
luciendo los restos de una valiosa vajilla totalmente destruida por las
inclemencias del tiempo. Las mudas estatuas aumentaban la sensación de dolor
perpetuo. Parecían llevar ahí siglos, mudos testigos de lo que por algún motivo
que no alcanzaba a comprender, le producía una extraña atracción.
Aprovechó
que la discusión entre criada y jardinero se extendía bastante y tomando la
libreta que siempre llevaba consigo, se puso a garabatear sus dibujos, tratando
de imitar los restos inquietantes de lo que alguna vez fuera una gran fiesta.
Con su natural destreza logró captar toda la rancia belleza de aquellos
cadáveres de loza y cristal arrumbados sobre la mesa mugrosa, mientras danzaba
al viento el mantel desgastado, luciendo el antiguo encaje a modo de mortaja
perpetua.
Abstraído
por aquella singular imagen Manu no notó que unos inquietantes ojos lo miraban
con desprecio. El crujir de unas ramas al romperse le advirtió que alguien o
algo se ocultaba entre las sombras de aquella jungla encantada. Sobresaltado,
dejó de dibujar, buscando infructuosamente aquella presencia que, sabía, lo
observaba.
No
sin sorpresa descubrió que una chica de más o menos su edad lo contemplaba con
marcada insolencia desde el fondo de la galería. Por educación, la saludó con
la cabeza, casi sin pronunciar palabra. La joven, disimulando su interés,
apenas avanzó unos pasos y lo increpó con soberbia preguntando qué estaba
haciendo allí. Notablemente nervioso, Manu se esmeró en responder explicando el
motivo por el que allí se encontraba, pero pronto se dio cuenta que en realidad
a la muchacha no le interesaba su justificativo, sino que esa era la mejor
excusa que había encontrado para acercarse a ver sus dibujos.
Con
mucha displicencia y fina elegancia la hermosa joven se le acercó sin perder el
aire de superioridad que brotaba de cada uno de sus poros y sin aparentar
brindarle mucha atención, su mirada se posó en los inacabados dibujos que Manu
intentaba ocultar.
El
llamado del viejo jardinero interrumpió aquel mudo duelo de miradas y el novel
artista se retiró luego de saludar con cortesía.
Mientras
doblaba sus papeles el corazón de Manu se aceleró al punto tal de hacerle
temblar la voz cuando intentó explicar su retraso. Aquellos ojos claros y
provocadores habían atravesado de una vez y para siempre su corazón recién
estrenado.
La
tarde transcurrió completa entre ramas secas, hojas crujientes y podadoras, y
por más que se esforzaba no lograba apartar su pensamiento de aquella
hermosísima mirada color agua.
Cansado
y bastante sucio, cuando se encontraba guardando las herramientas que estaban a
su cargo, la vieja criada se le acercó sin pronunciar palabra y extendiendo
hacia él su mano le entregó un fino papel rosado impregnado en sutil fragancia
femenina.
Sorprendido,
tratando de no ensuciar aquella joya con sus manos terrosas, lo abrió y
descubrió que se trataba de una nota. Las dueñas de casa le habían hecho una
formal invitación para tomar el té la tarde siguiente encomendándole que
trajera también los implementos para realizar un retrato.
Cuando
se dispuso a pedir detalles, la criada ya había dado por completada la misión y
se retiró hacia el interior de la mansión, cuidando de cerrar fuertemente la
puerta de servicio.
Esa
noche, al llegar a su casa, le comentó a su hermana la extraña experiencia en
aquella casa y la invitación que le habían hecho. Notoriamente sorprendida,
quien fuera casi su madre desde que la verdadera muriera, le recomendó que no
dejara de asistir a aquel evento tan inusual.
Sabía
que aquella excéntrica millonaria era muy rara y que no solía invitar a nadie a
su casa, menos aún a un novato artista-jardinero totalmente desconocido. Así
mismo le sugirió que fuera cauteloso y prudente porque sabía que cualquier
actitud que la dama encontrara fuera de lugar sería motivo suficiente como para
que le hiciera pasar un mal momento.
Evaluando
los pros y los contras, Manu decidió aceptar la inusual invitación, seguramente
alentado por la idea de volverse a encontrar frente a frente con la portadora
de aquella inolvidable mirada.
Esa
mañana se levantó inquieto deseando que el reloj acelerara su paso y enseguida
se cumpliera la hora en que retornaría a aquella mansión detenida en el tiempo.
Ese extraño ambiente entre tenebroso y magnífico le atraía enormemente y
cobraba una nueva claridad cuando en las escenas de sus sueños recordaba a la
también mágica anfitriona.
Por
fin llegó la hora, y vistiendo su humilde ropa de domingo, tomó sus lápices y
el mejor papel del que disponía y se encaminó hacia la ruinosa mansión.
A
los pocos minutos de tocar el timbre, las enormes hojas del portón de hierro se
abrieron sin que él tuviera que explicar de quién se trataba. Con paso firme
recorrió otra vez aquel sendero umbroso poniendo esta vez más atención en
observar lo fantasmagórico que resultaba conservar por tanto tiempo los restos
de aquel fatídico y lejano banquete. Adivinaba la intención de quien por dolor
y despecho perdiera la razón y pretendiera detener el paso del tiempo en el que
fuera quizás, su último momento de felicidad.
Se
le ocurrió pensar que había también en ello mucho de auto castigo, porque
condenarse a ver por siempre a aquellos restos debería ser una tortura muy
difícil de sobrellevar.
Cuando
se detuvo frente a la puerta principal,
la criada le indicó el camino hacia el piso superior sin pronunciar siquiera
una palabra.
Apenas
transpuesto el umbral, Manu sintió que otra vez su corazón iba más aprisa que
sus pies, urgido por ascender esa escalera fantástica que parecía unir la
pesada y dolorosa estancia en el suelo de los recuerdos con la grácil y etérea
luminosidad de la fantasía y de la locura.
La
cúpula de cristales multicolores que coronaban el hall del piso superior estaba
semi oculta por cantidades imposibles de hojarascas y mugre acumulada por
siglos, pero aún así conservaban el maravilloso poder de trastocarse por el sol
de la tarde que desbordaba su luz y calidez en aquella increíble estancia.
Bajo
ese juego de colores y cristales aguardó, inseguro, por un largo rato,
esperando que alguien viniese a recibirlo. Su inquietud se transformó en duda
pensando que quizás hubiese entendido mal las señales de la poco comunicativa
criada.
En
esos divagues estaba cuando de improviso traspuso una de los numerosas puertas
que rodeaban el hall, quien había sido la inspiración de su último sueño.
La
luz natural, que se descomponía en mil tonalidades hizo que la bella muchacha
pareciese salida de un cuento de hadas, mágica dulzura que contrastó con la
frialdad con la que lo recibió.
Poniendo
en evidencia su molestia y tras un breve - buenassss tardesssssss – que
alardeaba de sus “s” de manera de recalcar su presencia, con un mohín de su
cabeza le indicó que la siguiera.
Luego
de golpear suavemente con su puño de ángel una de las puertas, muy decidida
giró el lujoso picaporte de bronce torneado y dejó ver ante él una gran
habitación con dos grandes ventanales y cortinas de pesado terciopelo. Sobre el
valioso y abundante mobiliario infinidad de botellas de perfumes, adornos,
jades, estatuillas, lámparas de cristal tallado, abanicos, collares, libros,
antiguos discos y gran cantidad de un exagerado vestuario dieron la bienvenida
al joven que encontraba en aquellos tesoros mil excusas para justificar una
pausa e intentar reproducir aquellas formas y colores.
En
medio de aquel caótico lugar, duplicada por su propio reflejo, una excéntrica
mujer de edad indefinida bailoteaba al ritmo de una vieja canción melosa y
demodé.
Una
de esos viejos tocadiscos, que Manu sólo había visto en revistas y libros
antiguos, brindaba su melodía recortada entre las imperfecciones que le dejó
con su paso el tiempo.
En
medio de uno de los giros, la mujer, aparentemente ajena a la presencia de los
dos adolescentes tomó al muchacho por sus manos y lo sumó a su rítmica
danza.
Unos
minutos después, quizás advertida por su sobrina, la mujer se detuvo de
improviso, sorprendida por la presencia del muchacho que tenía frente a sí,
rodeando con la mano indecisa su cintura.
Casi
con rechazo, de repente lo alejó para contemplarlo, curiosa por saber la
identidad de aquel improvisado bailarín.
No
tuvo que preguntar para ponerse al tanto de quién era. Su sobrina le explicó
que se trataba del jardinero, aquél que al día anterior anduviese curioseando
por los alrededores de la casa y a quien la mujer se encaprichara en invitar a
tomar el té.
Haciendo
un esfuerzo para mostrar su desaprobación, la muchacha se sentó con pesadez sobre
uno de los suntuosos sillones de la sala, cuidándose que el muchacho se
percatara de su desdén.
Como
por arte de magia la dueña de casa pareció despertar de un sueño recobrando su
ubicación en el tiempo y su memoria, porque luego de dar la orden para que
trajesen la merienda lo encomió para que sin más trámite el joven comenzara a
retratar a su sobrina.
Como
si la tarde anterior no se hubiera percatado de la capacidad del joven artista,
la muchacha se mostró displicente, dudando de que el jardinero devenido a
dibujante tuviese el suficiente talento.
No
sin una marcada cuota de coquetería, mientras tanto, se acomodó desenfadada en
aquel poltrón de pana que debería tener tantos años como la mansión misma. Manu
se dio cuenta que la muchacha lo miraba disimuladamente en el gran espejo que
tenía frente a sí, aunque aparentaba tener otros asuntos más importantes en su
cabeza. Aquella actitud lo convenció de que en realidad había sido ella misma
quien persuadió a su tía para invitarlo. Supuso que la vanidad de una muchacha
de su posición social le impedía demostrar interés por el mediocre talento
artístico de un jardinero devenido en dibujante y quizás por eso decidió no
darse por ofendido por aquellos modos altaneros.
A
pesar de lo rústico de sus herramientas de dibujo, Manu sacó de su estuche los
lápices que había llevado y los acomodó cuidadosamente, como quien acomoda
frágiles instrumentos de precisión.
Extendió
una impecable hoja de papel blanquísimo y se dispuso a iniciar el retrato por
el que había sido convocado. No podía negar que estaba bastante nervioso.
Intentar
reproducir las formas y emociones de un rostro no es igual que dibujar un
elemento inanimado o alguna flor. Ese tema requería de un especial talento y
disposición de espíritu y el joven artista lo sabía.
Trató
de tranquilizarse y distenderse; movió con aire de profesional sus dedos para
desentumecerlos y con una particular atención se dedicó a observar en
profundidad las formas de aquel rostro entre angelical y perverso que se
esmeraba en ignorarlo.
De
improviso, sus ojos se iluminaron, sintió que descubría el hilo esencial que lo
podría llevar hacia el interior de su modelo y allí mismo comenzó el
retrato.
La
curva del perfil se reprodujo de un solo trazo. La gracia de la nariz se lució
en su curvatura. Con decisión comenzó a plasmar las líneas que definirían los
ojos y con pocos trazos logró captar la profundidad de la mirada. Ya la tenía
atrapada. Ya sabía qué buscar y poco a poco logró captarlo. Su técnica era muy
primaria pero su talento era verdadero.
No
sin que algún revelador temblor manifestara sus nervios, logró darle unidad y
expresión a la cabellera, marco perfecto para aquel rostro de rasgos finos y
delicados.
Cuando
sintió que había culminado, extendió hacia la mujer el que fuera su primer
retrato. Lo complació ver que aquella extraña dama asentía y sonreía; creyó en
ese instante que no quedaban ya rastros de lo que antes parecía locura; y
mientras de reojo, contemplaba a su bella modelo, una inigualable sensación de
satisfacción interior le invadió el corazón poco acostumbrado a aquellas
sutiles emociones.
Apenas
culminada la sesión, la joven, a pedido de su tía, acompañó a Manu hasta la
salida. En el camino, en lugar de salir por donde habían entrado, su anfitriona
decidió mostrarle otro lugar de la mansión.
Mientras lo guiaba, la joven, sin
siquiera mirarlo, le dijo de improviso su nombre: - Ada…sin “h” y sin alas…-
aclaró y sorprendiéndolo otra vez lo condujo frente a una fuente que se
encontraba en el medio de lo que alguna vez fuera un jardín de invierno.
La
belleza de aquella rubia cabellera cobró un nuevo fulgor ante la luz del sol
que se filtraba en cascada y se fundía con el agua que manaba.
Provocativa
y desenfadadamente, Ada se inclinó hacia la fuente y comenzó a beber, sedienta,
de aquella agua dorada.
Con
los ojos y apenas con un gesto, lo invitó a beber también…tentación
irresistible para un joven recién devenido en artista y en enamorado.
Cuando
se acercó a probar aquel frescor, Manu sintió la cercanía de aquellos labios
jóvenes y húmedos que se esmeraban en disfrutar sin disimulo.
Apenas
un destello de luz especial en aquellos ojos le anticipó lo que vendría…
…y
fue así, mezclado con el agua de aquella fuente, que Manu aprendió cómo puede
ser de dulce un primer beso.