Me sumo con otro disparatado aporte a la propuesta de Sindel de esta semana. Dar clic aqui para leer todos los participantes.
DE BOCAS
Yo sé que una boca y dos orejas tenemos, para que
oigamos más que hablemos, pero tengo que reconocer que a veces me tiento y me dejo llevar. Cuando
alguna noticia picante me llega haciendo su recorrido de boca en
boca por
las calles del pueblo, en lugar de obrar con prudencia y detenerme a verificar
el chisme, de inmediato me voy de boca y sin anestesia, a boca de jarro repito todo como si yo misma lo hubiera
visto y escuchado, y eso suele generarme muchos problemas, tengo que
reconocerlo.
Después de decir
que la Francisca había dejado con la
boca abierta al cura luego de largar en el confesionario
la sarta de pecados que tenía para contar, tanto ella como el marido se
presentaron en mi casa para insultarme sin disimulo. Estaba yo tendida
descansando boca arriba en
la reposera del jardín de mi casa mientras merendaba una manzana, cuando de
repente siento que desde la calle alguien me amenaza con partirme la boca. Sin mostrar
demasiada preocupación por las afrentas que estaba recibiendo, me acerco a la
verja con el último bocado
aun en la boca intentando mantenerme calma y bien dispuesta
para escuchar lo que esos dos bocaflojas venían a
decirme.
A medida que me
acercaba sentía que me metía en la boca del lobo,
aunque el encuentro se iba a dar al aire libre y a la vista de todos. Cuando me
tuvo a tiro, irritada de furia la Francisca comenzó a soltar que se había
enterado por boca de su
cuñada que yo andaba hablando mal de ella, inventando algo que no había pasado
y que si bien ese domingo el cura había sido muy severo con ella a la hora de
fijarle penitencia, el tema de lo que fue a confesar era un asunto privado
entre ella y Dios – y en este caso el cura, que hizo de mediador-.
Mientras la
confesa pecadora me agredía con el vocabulario más procaz que le venía en mente
(sobrado material como para otra confesión), su marido no se animaba a frenarla
ni a decir “esta boca es
mía” y es que desde siempre lo tiene adiestrado manteniéndolo
callado en las discusiones, como si de veras tuviera un candado en la boca… ¡y
bien que hace!
Tratando de
contenerme para no hablar con
la boca llena (la manzana era grande y yo soy de comer
lento) escuché atentamente todo lo que la bocazas
tuvo para reprocharme y tanto como para poner fin al asunto intenté disculparme
diciéndole que al fin de cuentas, el que tiene boca, se equivoca, y que
de ahí en más me cosería la
boca antes de repetir cosas que no fueran
ciertas, pero la desgraciada no me dio oportunidad ni de abrir la boca para decir muu mientras
seguía y seguía gritando ofuscada por el asunto del confesionario.
Fue entonces que
me cansé y harta de que me agrediera sin querer escucharme, me di vuelta con
notoria brusquedad y haciendo un gesto obsceno por lo bajo, me volví a la casa dejándola con la palabra en la boca sin
siquiera despedirme.
Uno quiere ser
paciente, pero cuando las cosas no
salen a pedir de boca y hay mala disposición de la otra parte, es inútil
intentar componer lo que ya se ha roto.