A propuesta de Maribel, esta semana nos avocamos a hablar del alma y sus etapas de crecimiento. Les dejo mi aporte (que como casi siempre, tiene unas palabras más que las 350 sugeridas)
LAS EDADES DEL ALMA
Acongojado por los estragos que,
inapelable, el paso del tiempo va dejando en el físico y el corazón humano, el
aventurero invirtió más de la mitad de su vida buscando una estrategia, un
antídoto o hasta acaso algún conjuro, capaz de contrarrestar lo que -desde que la
primer persona se puso a pensar sobre las implicancias de las consecuencias de
su paso por este mundo- viene siendo una de las mayores razones de la angustia
existencial de nuestra especie.
Siguiendo pistas que creyó
interpretar en el espíritu de antiguas leyendas y viejos manuscritos, fue
avanzando poco a poco en la búsqueda de aquello que fue transformándose en la
principal razón de su existencia. A lo largo de su vida logró entrevistarse con
numerosos científicos, avezados futurólogos, expertos médicos forenses,
afamados disertantes reconocidos a nivel mundial y ninguno supo darle una
receta clara y precisa como para lograr revertir el temido desgaste, tanto del
cuerpo como del alma.
Llegó al fin a un punto en donde
no le quedaba algún dato firme para seguir ni un rastro vago por donde seguir
investigando. Cavilando triste en su desazón se encontraba cuando un anciano
pastor, que por allí solía hacer pastar su rebaño, se acercó hasta él,
conmovido por verlo tan desorientado.
Pese a no tener ninguna
expectativa de que aquel simple mortal pudiese aportar algo valioso para su
búsqueda, explicó sucintamente el porqué de su tristeza. Con la sabiduría de
las cosas simples que se conocen por propia experiencia, el anciano pastor le
enunció con sencillez lo que su vez su propio abuelo le había sugerido como
estrategia para vivir cada etapa de la vida en plenitud y sin amargura y que
aplicar esa receta le había servido para mantenerse siempre vital y optimista:
Alimentar cada día la capacidad de asombro y regocijo para seguir percibiendo
siempre con la inocencia de un niño. No permitir que la sensibilidad se oculte
bajo una gruesa armadura.
Desprenderse rápidamente de las preocupaciones que no se puedan
solucionar, resolviendo con dedicación aquello que sí podamos enmendar.
Atesorar los buenos recuerdos para los momentos de melancolía. No conservar
la tristeza como alimento de la soledad.
Interpretar los ciclos de la vida desde la perspectiva trascendental del
universo en lugar de hacerlo exclusivamente desde la estrechez de nuestro
propio egoísmo.
Entender las distintas edades del alma como parte del crecimiento
interior hacia una luminosa trascendencia y no como un proceso menguante hacia el
definitivo ocaso.