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FIGURA Y FONDO

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miércoles, 30 de enero de 2013

ESTE JUEVES, UN RELATO: Hablar escribiendo.

Esta semana nos conduce Rossina, del blog Laberintos y espejos
Para más relatos, pasar por su casa.


Mi texto:


Escribo. Y en esa intención me dejo llevar por el ímpetu de las palabras que quieran ir surgiendo.

No sé al comenzar, hacia donde irán al fin las ideas que afloren al teclear, pero eso no es barrera ni óbice para mi intento y gozo con esa especie de alocado juego en donde las palabras se las ingenian para acompañarse, dándose sentido unas a otras hasta el punto de combinarse en párrafos engarzados en una expresa sucesión de ideas.

Disfruto al sentir que como en vuelo, las palabras se liberan sobre el papel, que luego será testigo fiel de un pensamiento que nace sin pre conceptos ni borradores ni temas impuestos. Vaya uno a saber desde dónde se vienen ellas –las imagino gráciles y juguetonas- saltando desde mi mente en una burbuja de vocación habladora que lucha por quebrar el silencio de la nada, trayendo hacia mí lo que estaba escondido entre los pliegues de mi memoria y mis sentimientos.

Vivaz combinación de impulsos, letras y sofismas. Cada quien, después, interpretará o no sus sentencias, sus limitados intentos de develar miedos y fantasías, alegrías y tristezas, propuestas y certezas. Nada obliga a compartirlas, pero ellas quedan allí, ya inmutables, dispuestas a sobrellevar el tiempo y las distancias, diáfanas y generosas, esperando poder volar, otra vez, cuando alguien al pasar decida nuevamente levantarlas en vuelo hacia al nido de su propia conciencia.

lunes, 28 de enero de 2013

MI TEXTO DE ESTE JUEVES



Párrafo página 53 del libro Vittorio Gassman, Un gran porvenir a la espalda

“La intimidad introducida por el juego me acercó a una agradable viuda, la señora B., con quien con mayor frecuencia me encontré confabulando. Nació un pequeño flirt, entre las montuosas chepas y los bosquecillos que circulaban el hotel. Era la primera venial infidelidad que cometía con respecto a Nora, y mi impericia con las intrigas de amor me desenmascaró de la más torpe de las maneras; me pillaron en un pasillo mientras cambiaba con la viuda unas furtivas caricias, y por si fuera poco agravado por la actitud bromista y estúpida que había adoptado en un momento dado, arrodillándome delante de ella con las manos sobre el corazón…”



Mi texto:


La vergüenza que pasé en aquel momento no sólo no fue causa para que dejara de internarme en el juego de las infidelidades, sino que, por el contrario, me motivó a seguir explorándolo.

Quizás el hecho de sentirme acorralado puso a prueba mi adormecida habilidad histriónica haciendo que, a fuerza de improvisar excusas creíbles para no comprometerme, mi ego desenfadado fue hallando en aquellas aventuras extramaritales la excusa perfecta para desempolvarse de la mediocridad de la rutina conyugal a la que mi matrimonio pertenecía y yo –desde mi fibra más íntima- luchaba por ocultar y combatir.

La adrenalina que corría por mi cuerpo en aquellas situaciones arriesgadas, hacía que me sintiera plenamente vivo, pese al riesgo y a las murmuraciones a los que me exponía, por lo que un eventual encuentro con algún marido celoso y resentido no me inquietaba demasiado, o quizás fuese ese un condimento más que me incentivaba para persistir sin arrepentimientos en la trama de engaños e infidelidades.

Fue recién después de varios encuentros clandestinos descubiertos por la que aún era mi esposa, que tomé conciencia de la verdadera naturaleza de las cosas: cada una de aquellas escapadas amorosas con las que intentaba burlar la chatura de mis días, iba dejando una huella indeleble en mi interior. La mentira iba anidando cada vez más cómodamente en mi corazón al punto que nada de lo que decía o hacía, lograba al fin alcanzar el rango de honesto parecer. Ni yo mismo sabía ya si mentía o si en cambio decía la verdad. Las dos caras de la moneda de mi falsaria personalidad se hicieron una, y nada sincero de mí quedó sin corromperse. Nada digno de preservarse sobrevivió después de aquella tortuosa sucesión de escapadas y falsas promesas de amor sincero. Mi dignidad se extinguió. Mi credibilidad se hizo polvo entre las faldas de esas mujeres, de las que hoy, ni siquiera recuerdo el nombre.

jueves, 24 de enero de 2013

lunes, 21 de enero de 2013

SMILE


Andar por la vida mostrando una sonrisa
no quiere decir que no se tengan problemas,
pero sí refleja la actitud positiva al enfrentarlos.
Y además posee un invaluable
poder de contagio!

jueves, 17 de enero de 2013

ESTE JUEVES, UN RELATO:El árbol del ahorcado




Cuentan que hace ya mucho tiempo, en un pequeño pueblo de montañas y prados tranquilos, vivían muy felices cuatro amigos entrañables que gustaban compartir sus días desde siempre. Desde su tierna infancia surcaban los alrededores de su poblado natal, correteando juntos, jugando y compartiendo sus tareas domésticas como si de otro juego se tratara. Desde apenas despuntar el alba y hasta el ocaso, aquellos amigos crecían inseparables. Sin celos, secretos ni querellas, aprendieron a quererse y respetarse en sus individualidades, pero siempre andando juntos, tanto en sus responsabilidades como en sus travesuras. De todos los sitios que frecuentaban, una preciosa colina verde donde se alzaban –airosos- cuatro robles, era sin dudas el lugar que sentían más propio, donde siempre, al caer la tarde, apaciguaban sus corridas y sus risas.

Pero ninguna felicidad es eterna y pronto llegó la época en que debieron enfrentar la adultez asumiendo las ingratas imposiciones que la necedad del mundo suele determinar. Como en tantas páginas de la historia humana, en aquel paraje otrora idílico y pacífico, las fauces de una guerra absurda y lejana se hicieron sentir, y los cuatro amigos –ya robustos muchachos- debieron partir para alistarse en el ejército. Como buenos camaradas, aún en esa aciaga circunstancia, buscaron la manera para permanecer juntos. Si debían atravesar un trance tan difícil como aquel, lo harían unidos: la cercanía fraternal les impelería mayor fortaleza.

En largos trayectos por yermos campos de batalla, atravesando tierras de las que ni siquiera lograban recordar el nombre, aquellos muchachos –amigos fieles desde la infancia- se convirtieron en cuatro ejemplos de coraje y bravura. Haciendo gala de decisión y valentía los cuatro se respaldaban solidarios, luchando codo a codo en las avanzadas, compartiendo riesgos y cumpliendo juntos las órdenes asignadas. Se convirtieron en la columna fundamental de su batallón, al punto de recibir el merecido reconocimiento, tanto  de sus pares como de sus superiores.

Pero quiso la suerte –o la propia naturaleza despiadada de las guerras- que una bala mortal atravesara –artera- el corazón intrépido de uno de aquellos cuatro amigos, justo el día en que la victoria definitiva se volcara hacia su bando.

De más está decir que la victoria no fue tal para los tres que sí retornaron –truncos y destruidos- a su pueblo natal. Fue breve el tiempo que dedicaron para los reencuentros familiares y las bienvenidas. Sin necesidad de convocarse, los tres sobrevivientes coincidieron aquella tarde de jueves y cielo sangriento, sobre la colina. Tres fueron las sogas, tres los robles de los que se columpiaron por última vez los amigos. Pero cuenta la leyenda que después de esa noche nefasta, cada tercer jueves de enero se pueden ver aparecer sobre la colina, bajo el cielo enrojecido de crepúsculo y tristeza, no tres…sino cuatro… siluetas pesadas -balanceándose al unísono- colgando de los robles de aquella colina.

Más relatos de ahorcados, en lo de Luis.

lunes, 14 de enero de 2013

CENIZAS DE IRREALIDAD, Parte Final


Parte 3: ANTE EL OLEAJE Y LA LOCURA

Se hacía la noche frente al acantilado. A lo lejos, las luces del pueblo se iban encendiendo, parpadeando más que las pocas estrellas que asomaban alrededor del circunspecto halo lunar. El frío del viento marino congelaba su cuerpo más allá de la sangre. Le atería con más intensidad que el recuerdo de las estepas que acababa de abandonar. Las impresiones que guardaba de aquel inhóspito rincón sobreelevado junto al puerto no parecían corresponderse con la relativa calma que en ese momento creyó encontrar. Algo desde el oleaje parecía querer distraerlo de sus viejas angustias guardadas, queriéndolo llevar blandamente junto con la espuma blanquecina que iba y venía sobre la gruesa capa de piedra que bordeaba el límite del desvencijado muelle. Parecía que el mar lo llamaba desde su inmensidad que ya se igualaba con la de la noche.
Quizás la fiebre le había ganado definitivamente el juego a la precaria estabilidad emotiva con la que había descendido del tren, temiendo enfrentar el reencuentro con sus miedos y viejos fantasmas. Por un momento se sintió otra vez huérfano ante aquel mar despiadado de olas bravas e hipnóticas letanías. Se supo pequeño, impotente, abandonado, perplejo…
De repente, recortada la silueta sobre un cielo absoluto, vio nuevamente a la sugestiva mujer que estuvo queriéndolo tentar durante todo el viaje de retorno. Un temblor nunca antes experimentado le recorrió por todo su cuerpo atravesándole sin piedad las entrañas. Aquellos ojos implacables seguían penetrándolo con aguda perfidia y descarnado desafío, como poniendo a prueba su tal vez cuestionada hombría. Sin duda disfrutaba provocándolo con su desenfado, gozando al ver su notoria vocación de infructuoso suicida.
En aquel lugar de sus orígenes, queriendo evitar el final opaco y gris –sin grandeza- al que la vida se había empeñado en destinarlo, aquel hombre enjuto y afiebrado confirmó para sí la intención de ser protagonista en la invocación de su propia muerte. Pero aquella fémina había decidido humillarlo, cuestionando con evidencia la realidad de sus agallas, recordándole sus constantes indecisiones, sus habituales desidias, sus indisimulables cobardías. Por unos segundos sintió hervir su sangre ofendida y menospreciada, buscando hallar la fuerza que permitiera demostrarle que sí era capaz de culminar aquello que se había propuesto. Al menos esa vez llevaría a cabo con dignidad el gesto final al que se había autoconminado.
Buscó en la botella de alcohol que asomaba desde el bolsillo de su abrigo la cuota de locura que le faltaba y bebió. Apurado y de un tirón, como para asegurarse no sentir los últimos estertores de su ya casi inexistente apego a la vida. Intoxicado felizmente por el alcohol, se dejó caer al fin sin resistencia hacia el mar, desde lo alto de aquellas rocas que alguna vez atestiguaron tanto su nacimiento como su huida.
Dicen que fue una mujer de inquietantes ojos grises quien lo encontró junto a aquellas rocas –con apenas un hálito de vida- luego de varios días de abandono e inconsciencia. Su cuerpo estaba helado y mal herido, hasta con rastros de haber sido picoteado con saña por algunas aves marinas. Muy poco quedaba de él. Sólo un amasijo informe de carne ensangrentada y los restos de una frustración perpetua mutando definitivamente hacia la locura.
 (Fin)



domingo, 13 de enero de 2013

CENIZAS DE IRREALIDAD - Parte 2


Parte 2: NIEBLAS DEL RETORNO

La decisión de volver después de tantos años a su pueblo natal fue muy meditada. El innegable fracaso al intentar salir adelante trabajando en la que alguna vez fuera pujante industria -y luego decayera al punto de quedar restringida a kilómetros de chatarra desvencijada abandonada a lo largo de la línea de ferrocarril- lo empujó a retornar al sitio del que saliera, de  muy joven, jurando no volver.
De su pequeño pueblo de pescadores escapó siendo aún adolescente. Cuando el mar ya le había arrebatado abuelo, padre y hermanos. Y con ellos, le llevó la lejana esperanza de conocer nuevos puertos y nuevas geografías. Siempre le temió, jamás disfrutó de sus propuestas aventureras más allá de la orilla.
Por aquellos tiempos, la carestía era grande y los pocos que quedaban en aquellas desoladas costas huían en masa hacia el interior, alejándose sobre aquel par de rieles que se adentraban hacia lo desconocido: una tierra gris y helada que les proponía extraer de sus entrañas carbón, metal y fuego adormecido. Allí se refugió. Se hundió en  los pozos silenciosos y oscuros de las minas y los talleres haciendo de su existencia una ininterrumpida y monótona sucesión de días grises, sacrificados y anodinos. Vacios, solitarios, huecos, apagados y cenicientos como poco después quedaron definitivamente aquellos hierros retorcidos que parecían surgir de la tierra yerma. La soledad fue haciendo estragos en su razón y en su suerte.
El punto definitivo de su final lo marcó un previsible diagnostico médico que hablaba del hollín fatal acumulado en sus pulmones condenando su paupérrima existencia a una pronta y dolorosa agonía. Decidió que no sería allí su conclusión con la vida. Optó por volver a su mar de origen. A su costa, a su principio…para, desde allí, precipitarse hacia el salitre blanquecino de las olas bravías. Ese sería, al menos, su gesto reivindicativo, su propia decisión poniendo punto final a la que fuera injusta vida destemplada y vacía.
El paisaje helado y ceniciento se desplegaba ante sus ojos mientras el zarandeo rítmico del tren lo adormecía. Sus pensamientos se esfumaban tras la bruma y el frio, que empañaban el cristal haciendo aún más irreal el momento y el camino. Sentía que la fiebre iba naciendo desde su interior provocándole un frío íntimo que no lograba abrigar con nada.
Además de la angustia por su inminente final, todos sus antiguos miedos iban haciéndose presentes: uno a uno aparentaban materializarse junto a él al punto de hacerle sentir su vulnerabilidad de hombre acabado, inconcluso e infeliz, sin pasado ni presente, y sobre todo, sin futuro.
Siempre pensó que, de corporizarse, la muerte tendría ojos grises. No negros y profundos como la oscuridad de la noche o el abismo de lo desconocido… sino grises y cenicientos como la gélida capa de barro y hielo que se formaba en perpetuidad sobre esa tierra triste. Sin rastro de vida, sin recuerdos de verdor, sin promesa de flores o trigos…sería a la vez intrigante y atractiva, como esas mujeres insidiosas a las que nunca se animó a hablar por excesiva precaución o mera cobardía. Quizás, en el encuentro fatal, la muerte soliera jugar primero con sus víctimas poniéndoles a prueba en cuanto a méritos o a debilidades no reconocidas. Quizás los tentara con promesas o caricias. Tal vez los engolosinara con la fascinación que envuelve lo más inesperado o prohibido. Sin dudas ella se mostraría sugestiva, algo inusual para todo aquel que –como él- nunca sintió con pasión los días de su vida y sólo se limitó a sobrevivir como pudo en medio de aquella nada en la que le tocó nacer y crecer…y morir, por supuesto, sin dejar casi huella a su paso. Sin pena ni gloria, dirían los viejos…y exactamente así lo sentía…
(continuará)

CUENTO TRISTE, EN TRES PARTES


CENIZAS DE IRREALIDAD



Parte 1: INCIERTA PRESENCIA

Tratar de reinterpretar algo, aunque sea inconexo, de todo lo que experimentaba, se le antojaba una tarea irrealizable. La sola idea de ponerse a ordenar sus pensamientos de forma que le sirvieran para poder atarse a lo que la gente cuerda llama normalidad, se le planteaba como un reto. Una posibilidad muy remota que apenas alcanzaba a vislumbrar como imprescindible para sostener su tambaleante salud mental.
Una serie de indescifrables acontecimientos lo habían azotado hasta el borde de la irrealidad. No  lograba hilvanarlos con un mínimo sesgo de continuidad lógica poniendo en jaque lo que quedaba en pie de su limitada capacidad de raciocinio.
Haciendo un esfuerzo enorme, luchando por mantenerse a flote en medio de ese mar de convulsiones que lo sacaban una y otra vez de la ilación de sus recuerdos, aquel pobre ser que ya ni se reconocía como hombre, buscaba con desesperación hallar en su memoria el punto inicial de lo que formara luego la maraña de sucesos que intentaba desentrañar.
Lo último que recordaba con claridad de ese último día, era la costa. Ese mar helado siempre desafiante burlando los sueños y las esperanzas de quienes buscan, al menos con sus pensamientos, alejarse de allí. Las olas rugientes rompiendo bravas sobre el espigón. El horizonte impávido, el cielo blanco. Dos o tres gaviotas haciendo de vigías conteniendo el silencio eterno de aquel páramo de viejos marinos añorando siempre otro mar. Si la desolación hubiera podido elegir un lugar para anidar, sin duda hubiera sido allí, entre esas rocas.
Después resurgían, dispersas, algunas imágenes borrosas en un tren. Viejos vagones zarandeándose al unísono a medida que el paisaje invernal se desplazaba ante sus ojos resignados. Por más que lo intentaba, no recordaba el motivo por el que había emprendido aquel viaje, pero sí la inequívoca sensación de haberse sentido sumamente inquieto durante el trayecto. De improviso venían a su mente algunos de los rostros macilentos de los otros pasajeros: un cura somnoliento, una oscura dama que viajaba con un niño quejoso, dos o tres extraños que hablaban un idioma que no lograba identificar…
Hurgando con dificultad en lo más solapado de sus borrosos recuerdos logró adivinar al fin una presencia estremecedora en todo aquello que con dificultad iba reconstruyendo luego de su prolongado letargo. Unos ojos muy grises fueron abriéndose camino entre las nubes de su disuelta memoria. Grises. Tan grises como el camino de humo que el viejo tren iba dejando tras su marcha. Por un momento logró evocarlos en toda su magnitud, en todo su misterio. Unos ojos tan intrigantes como la voluptuosa dueña de aquella mirada que lo traspasaba sin piedad aún en el recuerdo. Aquella mujer que apareciera de improviso sentada junto a él en el desvencijado camarote logró estremecerlo de pies a cabeza, descolocándolo de cuajo de su elaborado rol de hombre silencioso y circunspecto con el que acostumbraba enfrentar el mundo. Por un momento perdió todo sentido del decoro y las buenas costumbres -ahora lo recordaba bien- no podía dejar de mirarla, aún a riesgo de resultar grosero e irrespetuoso. Algo en ella le resultaba  terriblemente atrayente. Maliciosamente atrayente. Se sintió desfallecer ante aquella mirada posesiva, de la que -tuvo la certeza- no podría apartarse ya más.
Después todo se hizo bruma en su cabeza. Todo confusión, niebla, angustia, miedo e imprecisión. Como si él en su integridad se hubiera disuelto en un abrir y cerrar de ojos…un abrir y cerrar de aquellos ojos grises que lo trastornaron al punto de disolverlo como hombre y como persona.
Y ahora él estaba allí, en aquel extraño cuarto entre penumbras, perdido y lastimoso, solamente iluminado por una débil y temblorosa flama, intentando recomponer en su memoria los hechos que le sucedieron a aquel encuentro fatal que lo dejara casi inmóvil, postrado y loco, internado como estaba en una clínica perdida en medio de la nada. Donde nadie iba a verle, más que esos deshumanizados enfermeros que lo inyectaban cada seis horas y lo forzaban a comer esa papilla amarillenta que sabía a medicamentos y que tanto le asqueaba.
Tan inciertos como los sucesos que sin duda ocurrieron en el tren le resultaban las heridas que llevaba ahora regadas en todo su cuerpo. Ya cicatrizadas, aún perduraban como testimonio del espanto vivido y que paradójicamente insistía en intentar recordar, aún intuyendo que su mente quizás los habría borrado de su consciente por piedad o -aún peor- por instinto de supervivencia.
Palpándose varias de las cicatrices más profundas ha creído descubrir que fueron hechas por dentelladas. Pequeños trozos de su cuerpo arrancados con crueldad y sadismo. Ha advertido que no todos han sido producidos al mismo tiempo. Algunos aparentaban ser más recientes. Otros ya se fueron recubriendo de oscura y dura costra que apestaba a podredumbre, pese a los esporádicos intentos de curaciones a los que los enfermeros lo fueron sometiendo.
Ellos le dijeron que no se trataba de mordidas. Que eran laceraciones provocadas por una caída. Le costaba creerlo. Pero tampoco podía desmentirlo, porque no recordaba nada, en realidad. Sus recuerdos eran pura ceniza. Blanda e impalpable como la que le venía a la mente cada vez que intentaba despejar el velo de su memoria, pese al riesgo que implicaba revolver el espanto que tenía conciencia de haber padecido.
(continuará)

miércoles, 9 de enero de 2013

ESTE JUEVES, UN RELATO: En honor a nuestros mayores




Recuerdo alguna vez haber visto una película sobre la vida de los esquimales. Yo era muy chica y los detalles del argumento se diluyeron en mi memoria con el paso del tiempo, pero sí conservo algo que me impactó profundamente en su momento y aún hoy evoco con la misma dolorosa sensación. En una parte de la película se hacía referencia al momento en que la abuela de la familia, ya muy viejita como para seguir el ritmo del resto del grupo trashumante –sin dientes, incluso, como para masticar su propio alimento- era abandonada a su suerte en medio de aquel páramo desolado y helado que constituía el mundo en el que habitaban desde siempre. Siguiendo las costumbres de sus ancestros, la familia decidía despedirse del miembro que ya no podía continuar –era evidente que los lazos sentimentales entre ellos existían y eran muy estrechos- dejándolo atrás por mutuo acuerdo, resignados y sabedores que en breve le llegaría la muerte. Aquella costumbre tan ajena a lo que yo registraba como “normal y humanitario” me produjo un fuerte shock que tuve muy presente por mucho tiempo. De hecho al surgir el tema de “nuestros mayores”, hoy es una de las primeras imágenes al respecto que surgen de mi inconsciente.

Tiempo después logré elaborar como necesidad imperiosa de supervivencia de los más aptos aquella costumbre tribal que conmovió mi inocencia, mostrándome con dureza la aceptación del ciclo de la vida al que estamos todos sometidos. Más tarde tuve –lamentablemente- la oportunidad de verificar que en nuestra “modernidad” resultan mucho más frecuentes de lo que uno quisiera los gestos de abandono y olvido a que gran parte de nuestros mayores siguen siendo sometidos. No son excepcionales los casos en que los ancianos enfermos quedan olvidados en algún geriátrico rasposo, aguardando la muerte como único incentivo ante la rutina impiadosa del desamor y el olvido. Sé que no es válido ni justo generalizar, pero creo que no resulta muy desubicado plantear que nuestras sociedades llevan latente en su funcionamiento esa cruel y deshumanizada costumbre de desechar a las personas apenas dejan de ser consideradas “productivas”.

De una u otra manera, quien llega a anciano aumenta su dependencia hacia quienes lo rodean y me animo a pensar que en muchos casos la retribución que reciben luego de toda una vida de actividad y sacrificio no es –para nada- la que merecen. No voy a caer en la simpleza de victimizar a todo aquel que, al final de su vida, queda solo y sin afecto. No. Se cosecha lo que se siembra y no sería justo pensar que por el sólo hecho de llegar a viejo se suavizan y deben olvidarse todas las infamias que pudiesen haberse cometido. Hay gente que ha sido muy mala y egoísta en sus años jóvenes y no pueden pretender después recibir lo que nunca han dado. El cariño no surge espontáneamente ni se asegura por el vínculo. Hay que regarlo con continuidad y -según haya sido- dará sus frutos. Pero salvando esas excepciones en donde el abandono en la vejez se explica con lógica por lo que antes fueron dando, duele comprobar que como sociedad seguimos siendo insolidarios con nuestros mayores. Lo vemos también en las marcadas injusticias en cuanto a las asignaciones jubilatorias y a los servicios sociales que -tantas veces- castigan, más que retribuyen.

Tampoco es sano llegar a la vejez pensando que todo está ya acabado. Siempre hay posibilidad de ensayar nuevas perspectivas y si nos disponemos convenientemente, siempre estamos a tiempo de descubrir nuevas facetas que quizás antes, por falta de tiempo o desconocimiento, resignamos explorar. No es viejo quien sigue cumpliendo años, sino aquel quien se entrega y desiste de seguir creciendo, limitándose a la queja o al uniforme transcurrir del día a día. Felizmente siempre, mientras haya vida existe la posibilidad de nuevas experiencias, de nuevos ensayos creativos. La sana inquietud quizás sea el principal alimento del alma y es eso –sin dudas- lo que nos hace más diáfanos por dentro y logra revitalizarnos en nuestra integridad.

Creo que gran parte de nuestras falencias en el trato hacia nuestros mayores radica en que, les cerramos posibilidades. Le tenemos tanto miedo a la vejez y a la decadencia física que preferimos ocultarla, engañarnos pensando que nunca nos llegará a afectar directamente, que se trata de un asunto ajeno al que podremos postergar indefinidamente. Y una vez que llega lo asumimos como una barrera infranqueable que impide desarrollar aún las facetas que sí podríamos llevar adelante.

Nos inquieta comprobar en carne propia que somos seres finitos y caducables. Esa idea nos precipita hacia el final muchas veces, antes de tiempo. Nuestra capacidad para enfrentar la propia y ajena decadencia física es muy limitada, nos hiere y nos perturba, más aún cuando nuestra cultura se ocupa básicamente de resaltar los oropeles de la fingida eterna juventud como los motores del consumismo irresponsable en el que estamos absorbidos y condenados. Pero la experiencia es un valor que debe ser reivindicado, no como negación del progreso y el cambio, sino como sólido sustento de éste.

No creo que sea cierto aquello de “todo lo pasado fue mejor”, pero ha sido, y sobre ello nos cimentamos, no es lógico ni sensato negarlo. Y sin pretender pontificar, cierro con una última reflexión: tenemos grandes tareas pendientes, entre ellas, construir con responsabilidad el futuro de nuestras generaciones superando nuestras propias experiencias, pero deberíamos tener muy presente que nada podríamos levantar si negamos que los cimientos sobre los que construimos han sido dados por nuestros mayores.

Más relatos jueveros, en lo de Gustavo.

domingo, 6 de enero de 2013

OPORTUNIDAD (texto reeditado y remozado)



2013 años, a partir del momento en que comenzamos a contar, y otra cantidad bien diferente si elegimos como punto de referencia otro hito fundamental dentro de la Historia.
La Humanidad, en su afán de dominar el Tiempo, siempre ha sido amiga de mensurarlo y numerarlo como si se pudieran contabilizar así los infinitos momentos de tristezas y alegrías individuales, o la incesante sucesión de guerras, hazañas y demás etcéteras colectivos que en perpetuo paso cíclico han ido trazando desde un principio (desde ese momento impreciso en que un primate se transforma en humano) el constante avance de nuestro trayecto.
El recorrido incierto, cruento, contradictorio, maravilloso y trascendente de este mundo al que pertenecemos (como las células son parte activa dentro de un gran organismo complejo y unitario) no se detiene, y a tientas continúa su marcha sin saber bien hacia dónde (o sí, y por lo mismo nos angustia). Es esa incógnita existencial lo que más nos inquieta y trastorna.
El Tiempo, ese implacable tirano que nos precipita constantemente hacia un Destino al que nadie puede escapar y al que a todos iguala, tiene a la vez la extraordinaria cualidad de resultarnos breve en los momentos de gozo e interminables en los de agonía. ¿De qué sustancia estará hecho que no alcanza  a ser presente para inmediatamente transformarse en pasado, y así, atormentarnos con nuestra  incapacidad de asirlo y poder detenerlo?
¡Quién pudiera dominarlo para retener los recuerdos más alegres y la compañía de los que se han ido! Pero si así fuera, esa capacidad idílica se volvería nuestro propio freno en el crecimiento constante y en la maduración de nuestros espíritus.
Así que no veamos al paso del Tiempo como enemigo que nos cerca y amenaza. Veámoslo más bien como compañero que nos induce en el crecimiento constante que implica el vivir, como el punto de fuga en la perspectiva de nuestras historias, la dirección hacia la que se encauzan nuestros días y desde donde, a la vez, se inician.
Somos una infinitésima fracción de segundo dentro de la historia de la Humanidad, pero a la vez, esa línea temporal no sería la misma si faltara nuestro munúsculo trazo. Somos mínimos pero irreemplazables, temporales, pero a la vez eternos, porque cuando nos hayamos ido permaneceremos en la memoria de quienes nos amaron y aún después, si nuestra pequeña huella dejara su impronta en el bienestar de nuestro entorno.
Un beso a todos y a asumir este nuevo inicio de año como otra prometedora oportunidad!

BE HAPPY

Hola a tod@s!

de a poco intento ponerme "las pilas" para volver. El letargo bloguero provocado por las fiestas aún me dura y cuesta bastante "sintonizarme" frente a la compu.

Mientras renuevo el ímpetu, les dejo un mensaje esperanzador que me llegó por correo. Ojalá tod@s logremos poner en práctica estos buenos consejos.

Un abrazo para cada un@!




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