Me sumo con este doble aporte (prosa y verso) a la especial propuesta juevera de esta semana. Dar clic aquí para pasar por el blog Artesanos de la Palabra y leer todos las historias.
EL HADA DEL ARGERICH
Hace un tiempo, caminando hacia
el Argerich, comprendí que las hadas no siempre son seres alados que se
presentan ante la gente como seres perfectos, engalanadas con sus mejores trajes,
luciendo diademas magnificas y varitas mágicas brillantes y que se distinguen
entre los mortales por su gracia y su preciosidad. A veces, las muy astutas, se
disfrazan con disimulo bajo formas insospechadas poniendo a prueba nuestras bondades
para así descubrir si realmente somos merecedores de su intervención mágica. Aquella
que esa vez se cruzó en mi camino tenía forma de muñeca rota, olvidada en la
vereda justo al lado de un contenedor de basura, maltrecha y sucia, despertando
en mí tal ternura que la alcé casi sin pensar.
Conmovido por la inmensa pena
que me transmitió desde un primer momento, sentí el impulso de rescatarla, de
acunarla en mis brazos para intentar recordarle su olvidada lozanía. De alguna
manera comprendí que aquella muñeca y yo nos parecíamos, un poco rotos e ignorados
ambos por la gente que pasaba a nuestro lado sin prestarnos atención. Quise entonces buscar la forma de componerla, de
completar su cuerpecito tullido de alguna forma ingeniosa para que pudiera reinsertarse
en ese universo de juguetes adoptables, ese mundo en donde ni la novedad ni la
marca son lo importante para alcanzar la empatía con los niños, ya que la magia
inspiradora de ternura surge entre ellos de repente como por encanto, haciendo
que hasta un trozo de papel pase a ser un barco o un avión y una rama seca se
transforme en espada que libera de hechizos milenarios.
La operación de limpieza fue lo
más fácil. La mugre acumulada no era tanta y con paciencia, la maraña de su
pelo volvió a ser una melena respetable. La dueña de la pensión enseguida se
dio maña para coserle un vestido vistoso usando dos retazos de telas combinadas,
por lo que su personalidad fue definiéndose sin mayores traumas. Lo más
complicado era conseguirle una pierna y después de varias opciones fallidas -que
hasta me da vergüenza enumerar- opté por tallarle una con madera blanda, usando
como referencia espejada la piernita sana. Inesperadamente el resultado fue
exitoso al primer intento y ya con eso se alegró mi día. Al tema de la rotura
del sistema de voz no le di importancia. Al fin de cuentas el vestido cubría
los agujeros del parlante y la voz de los juguetes que más importa no sale de
un pequeño disco, sino que directamente se conecta con el alma.
Cuando al otro día volví a mi
trabajo en el hospital, la muñeca misma se encargó de elegir propietaria. Una
morochita de ojos tristes acomodada en su rincón de la sala de infantes
enseguida la vio y se prendó de su magia y simpatía. “Ada”, la nombró, y a
partir de ese momento se inició el encanto: ni ellas ni yo estamos ya solos y
rotos. Nos tenemos los tres para curarnos sin llantos.
EL HADA DEL ARGERICH
Un día comprobé
que las hadas
a veces no llevan
vestidos azules
ni muestran sus
alas doradas
o varitas
encantadas
flotando entre
nubes de tules
preanunciando su
llegada
como premio a la
virtud.
No siempre son
seres alados,
dulces damas agraciadas
destellantes en su
luz.
Las hay rotas y
arruinadas
sobre el suelo,
abandonadas,
sobrellevando su
cruz.
Démosle tiempo a
la magia.
Estemos abiertos
al juego
de lo que quiera surgir.