No quise dejar de participar en la convocatoria que este jueves nos hace Yessy, aunque más no sea con una re edición.
UNA
EXTRAÑA SENSACIÓN
Había algo que no encajaba. No sabía qué,
pero algo estaba mal. Quizás esa extraña sensación en las cercanías de la boca
de su estómago, quizás esa sequedad inusual en sus manos…
La noche anterior había cenado solo. Comió
mal, apenas logró encontrar sobras en una heladera tan desierta como su cama y
antes de acostarse la soledad lo atrapó sin piedad entre los pliegues de las
sábanas gastadas.
Esa mañana se mostraba más fría que lo
habitual para esa época del año. El sol ya estaba alto sobre el horizonte pero
no lograba sentir la tibieza matinal que solía endulzarle los prolegómenos de
sus días. Esa breve sensación que precedía a las que siempre resultaban ser
ingratas jornadas laborales tras su escritorio poblado de pilas de facturas esperando
ser despachadas.
Mirándose en el espejo del ascensor no
lograba reconocerse. Algo en su mirada le producía la extraña sensación de
hallarse frente al reflejo de un desconocido. Una inmensa vacuidad interior
descendía desde su garganta haciéndole presentir que un hecho extraordinario
había sucedido o estaba a punto de acontecer. Quizás sólo fueran suposiciones
suyas pero en su interior despoblado ya de sueños y expectativas lograba
percibir que algo en su entorno estaba cambiando, o quizás lo que había
cambiado fuese él mismo y aún no lograba entender de qué se trataba.
Ensimismado en sus pensamientos se dirigió
como todas las mañanas hacia el kiosco de la esquina. Miró impávido los
titulares de los principales diarios, como de costumbre. Como de costumbre no
lo sorprendieron los títulos catástrofe sobre hechos de violencia y guerras
lejanas.
Pese a esmerase en intentar reconocer como
habituales las cosas y la gente que lo rodeaba, esa rara sensación que lo
embargaba crecía más y más a medida que avanzaba hacia su trabajo y el tiempo
parecía estirarse a su alrededor como un chicle pegajoso.
Sobre el empedrado sucio de las callecitas
malolientes esa mañana sus pasos no sonaban como todos los días. Aunque no
lograba entenderlo, algo en su andar le resultaba ajeno, irregular, distinto.
La gente misma, que iba y venía como todos los días apurados por sus urgencias,
parecía ignorarlo, cruzando frente a él con displicencia, como si no lo
notaran, como si de improviso habitara un mundo paralelo en el que él resultaba
ser menos que una sombra.
La ansiedad por llegar a su oficina y
sentarse al fin frente a su acostumbrado nido de papeles le resultaba
sospechosa, extrañamente reconfortante. Saberse protegido entre los rincones de
su rutina en ese momento se le antojaba más que agradable, quizás hasta
imprescindible. Intentando infructuosamente mirar a los ojos de los eventuales
transeúntes con los que casi se tropezaba, no hizo más que confirmar lo que
estaba sospechado desde el momento en que comenzó a sentirse hueco por dentro,
deshabitado, fatuo, ajeno: algo a su alrededor –o en su interior – (no lo sabía
aún con precisión), había alterado su relación con el mundo y aunque pareciera
irreal, tenía la convicción que pronto iba a lograr dilucidar de qué se trataba
con exactitud.
Al fin el temor se apoderó de él. Un frío
inmenso lo recorrió íntegramente desde la base de la nuca a lo largo de toda su
espalda. Intuyó que la verdad estaba a punto de estallar frente a sus ojos y
supo también que esa verdad le iba a doler.
Mala señal fue ver a Molina revolviendo
impunemente los cajones de su escritorio. Peor aún fue lo que presintió cuando escuchó
cuchichear, irreverentes, a las chicas de contaduría mencionando una y otra vez
su nombre frente a él, como si nada. Terrible sensación fue la que lo traspasó
cuando otro de sus compañeros, haciendo un guiño y señalando su escritorio ya
vacío de expedientes y papeles comentó con sorna –“lo vamos a extrañar”-
Pálido se quedó –más aún de lo que ya
imaginaba estar-cuando de reojo logró ver en el diario que leía su jefe, entre
los obituarios del día, su propio nombre junto a la fecha de su reciente
defunción.