Esta semana Charo nos propone inspirarnos en una de las fotos que su hijo fue tomando durante una visita a Dublin. Mis musas decidieron aportar hoy bastante irreverentes con algo que se parece a un cuento para niños. Espero sean tolerantes con el dislate jeje
LA APERTURA DE LOS BUZONES VERDES
(un delirio para ser contado a los más chicos)
Érase una ciudad gris, con cielo
gris y piedras grises. En ella habitaban personas moderadas, medidas, modosas,
siempre correctas. Así como no se permitía ninguna disonancia ni estridencias
visuales tampoco se toleraban gritos, bocinazos, peleas ni risas ostentosas. Se
vivía en armonía, eso sí, sin que a nadie le faltara nada para vivir
dignamente, aunque sin lujos ni demasiada exposición. La cuota de distensión y
desborde que se permitía entre aquellos ciudadanos uniformes se canalizaba
exclusivamente a través de unos buzones verdes ubicados estratégicamente en
cada esquina. En ellos la gente depositaba los sobres en donde anotaba cosas
bien alocadas, secretos para nunca ser revelados, temores inconfesables y sueños
extravagantes, volcados allí para ser conservados en clandestinidad, como elementos
mal vistos dentro de una sociedad tan homogénea y monocroma.
Si bien la situación de
equilibrio y concordancia resultaba ser el status
quo en que los adultos aceptaban y decidieron vivir, para los más jóvenes la
vida se iba poniendo cada vez más insostenible, aburrida y abrumadora. Por
lo que, un día tan gris y normal como tantos otros, sin aviso ni señal por la
que hubiese podido ser advertido, se organizó un acto revolucionario impensado
e inaudito que logró poder en jaque toda la monotonía establecida: de improviso
y coordinadamente se abrieron uno a uno
todos los buzones en los que la gente depositaba a modo de catarsis sus chifladuras,
liberándose en forma caótica y desbordada todo lo que hasta entonces había
estado encerrado, aprisionado y contenido en los consabidos contenedores
verdes.
De repente el cielo se llenó de
azules impensados y pájaros chillones haciendo figuras cómicas con amasijos de
nubes. Los árboles de divertían compitiendo por sus verdes mientras que los
sorprendidos ciudadanos perdían su usual compostura comprobando que de algunos
follajes brotaban frutas rojas y lustrosas y de otros, flores amarillas y
perfumadas, todo sin orden ni regla estratégica que los mantuviera coordinados
y prolijos. Las casas no quisieron ser menos y se animaron a llenarse de
lunares, rayas, curvas y hasta de sapitos. Los autos comenzaron a ir por la
vereda y los perros se negaron a pasearse con correa husmeando religiosamente
cada arbolito. Los colores estallaron pintarrajeando todo aquí y allá, incluso
lo que se movía. Las carcajadas comenzaron a brotar sin razón y contagiaron en
forma incontrolable hasta los señorones más conservadores. Hubo serpentinas entre los peinados de las
señoras, zapatos con luces, silbidos agudos haciendo que la gente se tapara sus oídos. Todo
fue irreverencia a partir de ese momento en la otrora ciudad gris, mientras las
locuras escapadas de aquellos buzones verdes alcanzaban por fin la estratosfera
y se apelmazaban unas con otras para conformar el sol rojo e incandescente que
aún reina en ese cielo desde entonces.
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