Esta semana nos conduce Gustavo y nos invita hablar de los políticos, sus propuestas y demás cuestiones. Va mi aporte:
DIVAGANDO
SOBRE LA POLÍTICA Y LOS POLÍTICOS
Luego
de las promesas de campaña, luego de haber llegado al fin al sitio desde donde
el poder se siente palpable y tentador, el buen político debe cuidarse de caer
por el barranco de los malos gestos y las señales equivocadas.
No
alcanza el hecho de proclamar tener buenas intenciones, si por algún descuido o
mal consejo o por apuro, se envía a la sociedad un mensaje indeseado o
contradictorio con lo que se ha prometido. Desde ese punto de vista, los
primeros días de un nuevo gobierno son fundamentales.
Lo
que algunos llaman la ‘luna de miel’ es el período en el que la sociedad, reanimada
por el inicio de un nuevo proceso, suele poner en el gobernante que recién ha
asumido su esperanza y sus expectativas, dándole una cuota de confianza que no
volverá a recuperar, si por mala estrategia la llega a malgastar. Es durante
ese período cuando se deberá definir con claridad los rumbos que se habrán de
seguir, con medidas concretas que demuestren definición y coraje, pero a la vez
con la suficiente flexibilidad como para permitirse alguna corrección si fuera
necesaria. La rectificación de un error no es demostración de flaqueza, sino,
más bien es síntoma de grandeza que dignifica a quien lo sabe asumir.
Son
la ética y la honestidad los atributos fundamentales que el buen gobernante
deberá demostrar en cada paso, en cada decisión tomada y propuesta, como así
también en la forme en que va enfrentando los contratiempos que –inevitablemente-
encontrará durante su periplo.
Pero
quizás la prueba de fuego que un político deberá enfrentar, poniendo a prueba
su calidad humana, es la forma en que enfrente la tentación por sentirse
autosuficiente y todopoderoso. La tendencia que muchos demuestran
hacia la auto complacencia de su envanecido ego, habla sin dudas del peligro
que se cierne sobre ciertas sociedades tendientes a endiosar a sus ‘lideres” más
paternalistas, otorgándoles un nefasta ilusión de indestructividad que les hace
creer que en verdad son imprescindibles para el destino de la nación a la que
gobiernan.
De
ahí que la exigencia de mantener separados y equilibrados los tres poderes de
la democracia no sea una cuestión formal para su practicidad funcional, sino
más bien, una cualidad imperiosa que debe salvaguardarse bajo toda
circunstancia. Por algo existe la lapidaria sentencia que reza ‘el poder
corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”