El hombre se lo planteaba como sorpresivo cuestionamiento y luego de haber caído en la cuenta que algo así jamás se le hubiese cruzado por su mente de no haber mediado la intervención de otra persona.
“Un lugar en el mundo”… “Su” lugar en el mundo…
Y tras varios minutos de intentar ahondar en el concepto, logró atisbar algo de su profundidad. Quizás porque en medio de la nube eterna que preside la rutina de sus días, haya habido –al menos alguna vez- un resabio de lo que otros llaman sueños y él, hoy apenas alcanza a reconocer.
Plantearse seriamente la posibilidad de alejarse alguna vez de los límites de su pueblo jamás fue un pensamiento que lo inquietó. Conocer de cerca qué hay más allá de lo que sus ojos alcanzan a ver desde el umbral de su casa no fue nunca una idea que amenazara en convertirse en proyecto.
La protección que le brindan las cuatro paredes que lo vieron nacer ha sido siempre suficiente como para calmar cualquier picazón de incertidumbre que le pudiera brotar…y con el transcurrir de los años, amontonados ya en muchas décadas sobre sus hombros, la única e incuestionable noción de seguridad que su ser podría imaginar, la encontraba -sin dudar bajo el techo de la casa familiar.
¿Cómo plantear-siquiera- la posibilidad de algún otro lugar en el mundo atado a su destino y a su identidad que no fuera aquel del que jamás se desprendió?
Idea absurda que jamás se le hubiera ocurrido si no fuese por el desvarío que aquel extraño dejase caer como al pasar.
“Un lugar en el mundo” …¿qué otro lugar?...¿ qué otro mundo más que aquél? …Terroso, concreto y asible que le significa todo lo que le es conocido. ¿Pensar en andar? ¿Conocer de cerca otros parajes? Inciertos lugares que sólo han sido para él postales arribadas desde lejos, desteñidos cartones ajados por el tiempo, o insípidas anécdotas escuchadas -sin atender- de boca de alguno de sus conocidos.
Su mundo es ese. Tan cierto y cercano como incuestionable. Previsible y seguro por serle conocido… y fácilmente asimilable por lo recorrido y experimentado. En él, invariables sus recuerdos, sus aromas, sus ritos, sus secretos guardados, sus promesas nacidas y sus muertos enterrados. Todo, unido y amalgamado a lo que siempre han sido sus días y a lo que jamás –por innecesario- se cuestionó.
“Su” lugar ha sido “ese”. Siempre. ¿Quién podría dudarlo? ¿Quién, que no fuese un insano irreverente que se dejara llevar por la inconsistente seducción de lo improbable, podría plantearse que hubiese algún otro sitio enlazado a su destino que no fuese el puñado de rocas donde nació?
La mera consideración de la idea se le antoja como un absurdo, prácticamente una irreverencia, un delirante juego de borrachos que intentan infructuosamente salirse de su pobre vida de eternas insatisfacciones.
Pero si es así, si no existe sentido lógico a esa pregunta más que el afán dañino de remover lo que no debe dejar de ser inamovible, entonces ¿por qué el alerta? ¿por qué la sorpresa –inédita- de considerar seriamente qué habrá más allá de su horizonte?
Aunque más no sea por un breve segundo, debe reconocer que la inquietud nació, y que casi llega a materializarse como opción válida.
Sería realmente maligno, una perversa ironía, una burda broma del destino. Darse cuenta ahora, casi al final de su camino, que allá afuera –poco probable de hallar, pero posible- pudiera existir un sitio mejor, otro, totalmente distinto, ajeno a todo lo que en su vida alcanzó a conocer, diversamente bello, y que, por capricho de la suerte, resultara ser más íntimo e intenso con sus emociones, sus deseos, su conexión con toda la creación.
Su “verdadero” lugar en el mundo…la consideración de que pueda ser cierto le eriza hasta con dolor el vello de la nuca y un opresivo nudo en la boca del estómago le nace, de improviso, en respuesta a lo que ya puede reconocer desembozadamente como una pregunta…lapidaria, angustiante y reveladora: ¿por qué no?