Esta vez las musas me acompañaron y un segundo relato surgió para aportar a la convocatoria de Teresa Cameselle. Me disculpo si resulta algo extenso.
Imagen que ilustra este post, Laurent Seroussi
METAMORFOSIS (no como la de
Kafka… o sí)
De forma inusual el sol la
despertó al entrar por la hendija de la ventana de la habitación. Reaccionó
ante la molestia apenas con un giro que la puso de espaldas a la luminosidad
matinal. A los pocos segundos cayó en la cuenta que no debiera ser así, ya que
hacia la derecha debía estar el placar y no la ventana de su dormitorio, cosa
que se relacionaba con la premisa de su marido de dormir siempre del lado contrario
a la puerta.
Se incorporó y se sentó al borde
de la cama de inmediato, haciendo un esfuerzo supremo para aclarar la visión
bajo las arenas del sueño que aún cubrían sus ojos. Parpadeó una y otra vez
mientras apuraba el proceso frotando con sus manos los ojos hinchados, que no
querían responder ante la insistencia de su cerebro clamando por averiguar la
causa de aquella anomalía.
En un acto instintivo buscó sin
mirar sus añejas pantuflas, siempre listas y alineadas como a ella le gustaba
dejarlas cada noche antes de acostarse. No las halló. Ni tampoco la alfombra
peluda que le regaló su tía y que debería estar cubriendo la desnudez del piso
de su dormitorio. Aumentada su confusión buscó a su marido a sus espaldas y no
lo halló. En su lugar, un desconocido de cabellos oscuros roncaba plácidamente cubierto
con las mantas que antes la habían estado calentando a ella.
Saltó de la cama con la
desesperación de quien no logra hilvanar dos ideas seguidas con calma y
raciocinio. De espaldas a la pared miró aterrada todo a su alrededor y comprobó
que nada le resultaba conocido. Ni el cuarto, ni la cama, ni su camisón, ni las
cortinas, ni el espejo, ni el extraño que ahora se desperezaba y la miraba con
ternura dándole con naturalidad los buenos días mientras se dirigía hacia el
baño y le recordaba que esa mañana deberían pasar por lo del escribano luego
que llevaran a Carlitos al dentista.
¿Carlitos...? ¿Qué Carlitos…? ¿Qué
dentista, qué escribano…? ¡Por Dios…! ¡No reconocía nada y sin embargo tenía
muy en claro quién era ella y cómo era su vida…! Por absurdo que le pareciera
tuvo que repasar cada una las puntualidades de su vida para reafirmarse a sí
misma que no estaba loca... Se llamaba Clara, y tenía un marido algo panzón y
pelado, que se levantaba de mal humor por las mañanas y tenían una sola hija
que se llamaba Inés y que ya cursaba la universidad, y también tenía un par de
pantuflas viejas que siempre alineaba de su lado de la cama cada noche antes de
dormirse, sobre la alfombra peluda que le había regalado su tía en la última
Navidad…
Los gritos de espanto se quedaron
sin salir de su garganta al mirarse al espejo y ver que en lugar de su reflejo,
otra era la imagen que le devolvía el cristal biselado. Una mujer de cabellos
claros con mirada verdosa y dos lunares en la mejilla izquierda, quizás con
menos arrugas de las que solían poblar su frente y con labios mucho más finos
que los suyos. Las manos, más blancas de las que solía tener, llevaban las uñas
pulcras y cortas, bien cuidadas como a ella le gustaba, pero no eran las suyas…
No las reconocía.
Todo su cuerpo era otro, ni más ni menos joven, ni más ni
menos grácil… Simplemente distinto. Era otro. Totalmente ajeno. Como le eran
ajenas todos los cuartos de la casa que ahora recorría, todos los muebles,
todos los rincones, el jardín, la chimenea, las puertas. Y ajeno ese niño
pecoso que sumamente cariñoso le extendía los brazos esperando que su madre lo
acogiera en su calidez dándole los buenos días. Su desconcierto se mezcló con
un primer atisbo de instinto maternal que afloró en forma involuntaria,
respondiendo tibiamente al filial saludo, al que no quiso lastimar.
Luego de dar como forzada excusa
un fortísimo dolor de cabeza que nunca existió, se liberó del compromiso del
escribano, del marido de cabello oscuro, del dentista y del pecoso Carlitos. Se
quedó sola entre esas cuatro paredes desconocidas, con su aturdimiento, su
identidad cambiada y ese espejo que la contemplaba con la misma incredulidad
que ella sentía.
Hurgó entre las ropas de esa otra
mujer que se suponía era ella misma, se vistió sin siquiera combinar los
colores –como hubiera sido su costumbre- y salió a la calle esperando encontrar
algo o alguien que la ayudara a vislumbrar una posible explicación a todo lo
que le estaba pasando.
El resultado no fue el esperado.
La ciudad no era su ciudad. Era otra, completamente distinta, ni más armoniosa
ni menos cuidada, ni más vital ni menos populosa… Ni peor ni mejor,
simplemente, diferente.
La gente, desde su anonimato,
pasaba junto a ella como si todo estuviese bien, como si esa mañana no se
hubiese dado vuelta el mundo. Y de repente pensó que quizás podría llamar a
alguien que sí la conociera, alguien que la extrañara, alguien que la ayudara a re-ubicarse dentro de ese caos en la que se había trastocado su existencia.
Se
esforzó en recordar uno a uno los números de los teléfonos de sus allegados
–desde que usaba teléfono móvil ya había perdido su habilidad para retenerlos
con la facilidad que antes los recordaba-
Intentó desde una cabina hablar a
su verdadera casa, cosa que le fue imposible. Marcó el número de su hermano, el
de su mejor amiga, por último el de su trabajo. No tuvo éxito. Todos los
números marcados correspondían a otros abonados. El terror la invadió ya por
completo, reemplazando al elemental desconcierto original.
La posibilidad de haberse vuelto
definitivamente loca se le planteó más
de una vez como la única explicación posible. Pero cada vez que estaba a punto
de aceptarlo, otra vez la íntima convicción de saber perfectamente quién era y
cuáles habían sido hasta el momento su lugar y su gente le reafirmaban su
certeza de no estar demente. Debería ser otra la explicación, aunque cualquier
otra opción implicaba la necesidad de alguna intervención no convencional,
fantástica o sobrehumana.
Su sangre se heló al pensar que
toda su anterior realidad se había diluido para siempre para pasar a ser sólo
una sombra delineada en su memoria. Su nombre, su identidad, su vida, su familia,
sus afectos, sus rutinas… Todo había sido reemplazado por otros, tan
aparentemente normales como los suyos, pero distintos. Así, de repente, como si
algo o alguien quisiera divertirse borrando de un plumazo lo que ella siempre creyó
permanente e inalterable.
Estuvo deambulando largo rato sin
saber qué hacer, absolutamente desorientada, intentando hallar un posible hueco
en su razón por donde se le hubiese podido escapar la verdadera esencia de su
ser, alguna causa más o menos lógica por la que terminara siendo otra persona totalmente
distinta.
Recordó algo sobre aquellas
teorías de universos paralelos que jamás terminó de comprender. Se le ocurrió
que tal vez, por alguna circunstancia que no advirtiera, hubiese podido
atravesar hacia otra dimensión de una forma impensada, imperceptible para la
mente humana. Pero el hecho de que todo fuera tan similar a lo que era habitual
en su propio mundo la desorientaba. No tendría sentido. Al menos ella no lo
creía.
El nudo que sentía dentro de su
garganta se soltó y un súbito llanto se derramó incontenible sobre sus mejillas.
Una extraña sensación de relax la
invadió después en forma impensada. Algo dentro de su interior pareció terminar
de acomodarse.
Cuando el sol estaba ya cayendo
sobre el horizonte, se secó las últimas lágrimas y pensó en Carlitos y en ese
marido de cabello oscuro regresando de sus actividades. No se le ocurrió pensar
ya en aquella lejana hija universitaria ni en aquel otro marido panzón y
pelado.
Pensó que ambos, el marido de
cabello oscuro y el pecoso Carlitos, se preocuparían por ella al llegar a casa
y no encontrarla. Decidió que sería mejor volver, para no inquietarlos.
Quizás podría preparar algo rico
para agasajarlos después, en la cena. Se daría un buen baño y se cambiaría la
ropa. Se pondría algún vestido lindo que combine con un par de chinelas cómodas.
Quizás hasta tuviese ganas de leer un poco luego de lavar los platos. Al salir de
la casa había alcanzado a ver un libro, junto a la lámpara del living, que
parecía interesante. Antes de la medianoche se iría a la cama. Los sucesos del
día habían sido complicados y seguramente esa noche su cuerpo le reclamaría por
un buen descanso. Si no dormía lo suficiente, al otro día no podría cumplir con
su rutina habitual.