Me sumo -con un relato algo más extenso de lo sugerido- a la convocatoria juevera que nos deja Myriam desde su blog. Dar clic aquí para leer todos los textos.
PUENTE
Venía escapando bordeando el rio
sin encontrar forma de cruzar hacia la frontera. Pensaba que una vez allí,
jamás lo atraparían. Llevaba en su mochila una pequeña fortuna. Lo necesario
para construirse una nueva vida. Quedaban atrás las deudas, la miseria y sus
viejos secuaces.
Decidió pasar la noche entre los
sauces que crecían junto a la orilla. Agotado por la carrera y el miedo por ser
descubierto, se permitió un momento de distención contemplando las estrellas,
mientras el murmullo de las aves se apagaba y la luna ascendía hacia su cenit. Sin
darse cuenta se durmió y soñó con tierras
y cielos nuevos.
Apenas despuntar el sol, abrió
los ojos, sobresaltado. El graznido de una gallareta lo trajo de inmediato a la
realidad y lo reubicó en el vértigo de la huida. Comió apresurado el último bocado
que traía en su morral y lavó su cara con agua helada para terminar de
despertarse. De inmediato retomó la senda buscando un modo seguro de cruzar las
aguas caudalosas.
De improviso, un puente. De viejas
tablas verdinegras y robustos pilotes, camuflada entre la bruma mañanera, la
inesperada estructura se tendía desde la orilla hacia el horizonte ofreciéndose
como escape. Sorprendido por no haberlo visto antes, se aventuró tanteando el
estado de los viejos maderos.
Se sentían sólidos y seguros
aunque no lograba divisarse el final, ya que la neblina cobraba más y más
espesura con cada paso que daba. A medida que lo recorría, su andar se volvía más confiado dejando de lado sus primeras cautelas.
Después de una hora de caminata
sin llegar a la orilla ansiada, el hombre comenzó a perturbarse: el rio no
podía ser tan ancho ni tan extenso un puente construido con maderos clavados.
Para colmo la niebla seguía sin despejarse y nada alrededor le brindaba datos
sobre su ubicación real.
Empezó a angustiarse al punto de
olvidar su pretensión de pasar inadvertido y comenzó a gritar esperando que
alguien respondiera a su llamado. Nadie lo hizo. El silencio brumoso sólo se
cortaba por el rumor de las aguas o el sobrevuelo de algún ave socarrona que
parecía disfrutar de su desconcierto.
Se hizo otra vez noche, pero esta
vez la luna no brilló. La oscuridad era total y la nubosidad espesa seguía
rodeándolo. Se largó a llorar desesperado, decidido a regresar por el camino
recorrido apenas despuntara el alba. Así lo hizo o al menos, así lo creyó. Lo
cierto es que intentó desandar sus pasos para llegar antes de la próxima noche
al punto de partida. No lo consiguió. Dos veces vio nacer el día pero no arribaba
a ninguna orilla.
Pensó, ya aterrorizado, que había
confundido la dirección por lo que retornó nuevamente sobre sus pasos en sentido
contrario, esta vez, por tres días, sin detenerse. Tampoco llegó a ninguna
parte. Mientras tanto, la niebla continuaba espesa y sombría, disipándose por
breves momentos apenas lo suficiente como para adivinar el horizonte acuoso.
....
Dicen los lugareños que a veces,
cuando la niebla se torna particularmente densa sobre el rio, cerca de la
orilla aún se escucha su voz lastimera pidiendo ayuda, ofreciendo en recompensa
para su rescate la fortuna que lleva en su mochila.