Esta semana Charo nos invita a dejarnos llevar por el recuerdo, inspirándonos para escribir en objetos que hoy ya han sido desterrados por el avance de las nuevas tecnologías.
Cuando yo era chica, los teléfonos
que masivamente existían por aquí eran negros, con disco numerado, bastante
toscos y pesados… y por supuesto, la única telefonía que existía –y no en todas
las casas- era la fija.
Curiosamente en casa de mi abuela
paterna había uno muy anacrónico y demodé con el que me encantaba jugar. Se trataba
de uno de aquellos viejísimos teléfonos de pie, con auricular en forma de
campana colgando en un lateral del tubo central y una bocina que se me antojaba
una boca chistosa entreabierta.
El dial estaba sobre la base y hacía al girar un
sonido rítmico particular que remarcaba la lentitud del discado. Me resultaba
un encanto y me entristeció mucho cuando en aras de la modernidad, decidieron “jubilarlo”
cambiándolo por uno más innovador, gris y liviano, acorde a las últimas tecnologías
de la época.
Pese a que el nuevo aparato nos llegaba
como síntoma de modernidad, paralelamente veía en la pantalla del televisor -que
estrenábamos en casa por aquel tiempo- unos teléfonos mucho más divertidos y
originales apareciendo en las últimas series televisivas que llegaban desde el
norte. Avanzados diseños futuristas nos advertían sobre lo atrasados que estábamos
en aquel rubro –como en tantos otros-
cuando con elegancia y glamour, la estrella de la película tomaba con soltura
aquel artefacto compacto y estilizado, con dial o tecla bajo su base,
llevándolo y trayendo sin dificultades mientras jugueteaba, hablando distendida
sobre algún sofá igualmente extravagante y modernoso. Confieso que me despertaba
cierta envidia pensar que había mucha gente que ya podía disfrutar sin
problemas aquellos avances de una tecnología que revolucionaba con su impronta
tanto modas, conductas y estéticas.
Con los años, los diseños de los
aparatos telefónicos se diversificaron, las teclas corrieron del ruedo a aquellos
viejos discos giratorios que ronroneaban y las mil y una variantes de timbres y
musiquitas desterraron al viejo ringring que por años reinó como exclusivo
anunciante de las comunicaciones a distancia.
Ni vale la pena decir que los enredados cables ‘atávicos” de los teléfonos de ayer quedaron prácticamente
en el olvido y los primeros celulares corrieron rápidamente el mismo destino del
destierro ante el desmesurado avance de los mil Smartphone, phables y sucedáneos con que hoy nos invaden.
Los maravillosos aparatos hacen de todo además de posibilitar comunicarnos y no creo exagerar al decir que ya resultan ser parte esencial de nuestra identidad. Eso sí: pese a los increíbles
avances, los inconvenientes en la comunicación no han sido superados.