Me disculpo por haberme extendido en el relato. No pude recortarlo más sin que pierda sentido. Para leer todos los aportes de esta convocatoria pasar por lo de Cecy
CUANDO EL DIABLO METE LA COLA
El plan era simple. En eso el
Rata se destacaba. Nunca ninguna idea complicada que lo hiciera poner más
nervioso de lo necesario. Nada improvisado. Esa vez a él le tocaba conseguir
las máscaras. Había visto unas del Guasón que estaban muy buenas, por lo que se
decidió a comprarlas. No llevaría armas. Así se lo había hecho entender al Rata
y después de mucha discusión le aceptó que se calzara una de juguete, como para
asustar y nada más. Él siempre creyó que a las armas las carga el diablo y no
son de fiar, de ahí su aprensión a llevar una de verdad.
Cuando llegaron al Banco, justo
después que llegara el gerente con las llaves, aparecieron las dos cajeras y el guardia, que era el cuñado del Rata -por lo que por
ese lado estaba todo controlado- Entre los eventuales clientes, sólo un par de
jubilados tempraneros, de esos que aflojan con sólo mirarlos, por lo que el
asunto venía bien domado desde el principio.
Mientras el Rata y los otros dos
se llevaban al gerente para la bóveda y el guardia simulaba estar inconsciente
en un rincón, a él le tocó mantener a raya a los cuatro rehenes. Una de las
cajeras, para su sorpresa, resultó ser su amor imposible: una pelirroja espectacular
de ojos transparentes con la que compartía clases en el Instituto y que siempre
parecía ignorarlo. Según su percepción, jamás lo tuvo en cuenta, no se fijaba
en él durante las clases, ni en los debates encendidos en donde solía meterse
para hacerse notar. Nunca jamás una mirada, una sonrisa o un saludo al entrar o
al salir de clase. La vez que estuvieron más cerca fue en la cafetería, cuando
él amablemente se corrió hacia un costado para dejarla pasar, pero nada. Ella ni
le dijo gracias y le dio tanta importancia como si se hubiera tratado de un
mueble.
En esas elucubraciones estaba,
frente a ella, sosteniendo parco su arma de juguete, cuando de repente su
máscara del Guasón se le deslizó hacia un costado poniendo al desnudo su rostro
obnubilado. Un frio intenso corrió por su espalda cuando la pelirroja descubrió
quien era. ¡Sí! Lejos de lo previsto y sin que él lo imaginara, la colorada de
ojos claros lo reconoció. Así lo delató su mirada al verle sin la careta
protectora. Eso quería decir que sí se había fijado en él y que venía
haciéndose la interesante para humillarlo, para hacerse desear y menospreciar
su orgullo herido. Pero lo importante era que lo conoció y que podía
identificarlo. Y eso no estaba bien. No podía darse ese lujo porque si caía él,
caían todos, y el Rata no se lo perdonaría. Debía callarla. Pese a que le
gustaba. Pese a que ella sí sabía que existía. Pese a que tal vez él nunca le
resultó indiferente.
Sin más preámbulos la tomó
fuertemente del cuello queriendo estrangularla. Supo que la oportunidad de
tenerla tan cerca se transformaría en un recuerdo que disfrutaría conservar. En
ese momento, seguramente alentado por el aullido de los vejetes, el guardia
comprado se incorporó torpemente al ver que se incumplía la no agresión
pactada. En el ínterin, el arma reglamentaria que el cuñado del Rata aún
llevaba en el cinto, cayó al suelo y se disparó por azar.
La bala perdida atravesó la boca
sonriente de la máscara del Guasón y su sien en forma coordinada. Se extendió rápido
el charco de sangre a los pies de la pelirroja. El griterío ganó coraje y
alentó al Rata y sus otros secuaces a escapar corriendo. El botín ya había sido
robado y apenas algunos billetes quedaban atrás. A las pocas calles la policía les
cruzó el paso y comenzó un breve tiroteo. Después de tres disparos la pistola
del Rata quedó trabada y tanto él como sus segundones se entregaron con las
manos en alto.
A esas alturas, el hall del Banco
era un desquicio. Todos resbalaban sobre la sangre vertida y en un rincón, casi
sin mostrarse, un diablo malévolo no paraba de reír.