MIEDOS
Noche de tormenta cerrada. Truenos y relámpagos hacen estremecer hasta al más avezado. Apenas cubierta con un periódico viejo no logro impedir empaparme de pies a cabeza. No veo la hora de llegar a casa, darme un baño tibio y descansar. Ha sido un día agotador. Desde los detalles más simples todo ha salido mal desde la mañana. Parecería que alguien hubiese estado disfrutando con perversa satisfacción de complicar, anular o interrumpir cada cosa que había programado. La entrevista, las copias de los planos, el malentendido con una buena amiga, el griterío de una manifestación frente a la ventana del estudio, la rotura absurda de una costosa lámpara en el hall del restaurant, la cancelación de la cena…y ahora la lluvia. El diluvio. Por suerte conseguí un taxi, aunque me dejó en la esquina y me empapé como si hubiese venido caminando. Pero bueno. Al fin en casa. La luz del palier titila en forma muy molesta. Amenaza con interrumpirse en cualquier momento. No sería raro que se cortara algún cable y todo el edificio se quedara sin luz. Suele pasar cuando el viento sopla con tanta intensidad. Prefiero subir los cinco pisos por la escalera antes que quedarme encerrada en el ascensor por falta de electricidad. A estas horas y con el ruido de los truenos nadie me oiría y no quiero arriesgarme, así que inicio lentamente la subida.
Primer piso. Silencio absoluto ni siquiera se escucha el habitual sonido de los televisores. Quizás por previsión los viejitos del 1ºA se han ido a dormir temprano sin quedarse, como suelen hacerlo, mirando películas hasta altas horas de la noche. No sería raro. Las luces siguen parpadeando en forma sospechosa. En cualquier momento se interrumpe el flujo de una buena vez y me quedo totalmente a oscuras avanzando por la escalera. Fue un acierto no haberme arriesgado en el ascensor. Con la mala suerte que he tenido hoy, seguro me quedaba atascada en medio de dos pisos.
Segundo piso. Extraño zumbido de origen no identificado. Suena débil, pero persistente. No logro determinar si se acerca o si se aleja, pero es casi seguro que provienen de algo que está en movimiento. Quizás lo provoquen los artefactos de luz que siguen parpadeando. No sería raro que por el bajón de tensión se quemaran las bombitas. Continúo subiendo lentamente. Estoy muy cansada y las piernas me están pasando ahora la factura por el esfuerzo de este día agotador. Sigue el silencio. Sospechosamente tampoco se escuchan ruidos en el 2ºB. Los muchachos que lo habitan suelen armar jolgorio indefectiblemente todos los sábados por la noche, pero por alguna extraña razón hoy no lo han hecho. Quizás la tormenta les ha hecho suspender la fiesta. Se comprende. Con esta lluvia los invitados no podrían llegar. Las calles ya estaban comenzando a anegarse desde temprano y a estas horas el agua ya debe haber inundado el boulevard.
Lo dicho. Se cortó la luz. Debo subir los tres pisos que restan a tientas, tratando de guiarme por el pasamano con cuidado de no pisar en falso. Un trueno impresionante parece resquebrajar la tierra. Me sobresalto aunque no quiera. La sugestión comienza a hacer de las suyas y hasta tengo la sensación que alguien me observa. No debo dejar que la estupidez me domine. No hay nadie por el palier ni, por lo que se aprecia, tampoco en los departamentos de este piso. Parece que todos se hubiesen puesto de acuerdo para irse a dormir temprano. O quizás salieron. Extraño. ¡Quién va a salir en medio de esta tormenta!
Cuarto piso. Ya estoy cerca. De improviso me tropiezo con algo. No logro ver de qué se trata y me golpeo bastante fuerte en las piernas. El sorpresivo golpe me ha hecho pegar un leve grito, no quiero asustar a los vecinos, pero por lo visto tampoco en este piso hay señales de gente despierta. Esto sí que me resulta especialmente insólito ya que el gordo del cuarto no sale nunca y jamás apaga la tele antes de las dos o tres de la mañana y en caso de corte –ya pasó en el último- enciende una vieja radio a pilas a todo volumen escuchando música de jazz. Pero esta noche todo está en absoluto silencio y eso me hace pensar, más que extrañada, cuál será la causa de esta quietud abrumadora. Mientras palpo a ciegas mi pierna, a la altura donde me acabo de golpear, siento otra vez esa turbadora sensación de estar siendo observada. Apuro entonces mi paso avanzando en la oscuridad tratando de no perder la calma. Sé que la mente puede hacer creer cosas que no pasan, suponer cosas que no existen, e intento nuevamente apelar a mi lado racional, que insiste siempre en hallar una razón lógica para lo que aparenta no tenerla.
Por fin el 5º piso. Mis piernas tiemblan notoriamente por cansancio o por temor…no quiero averiguarlo. Me apresuro por encontrar la llave entre los papeles y demás extras que llevo en la cartera. Como siempre, lo último en aparecer es lo que se necesita y tardo más de cinco minutos en encontrarla. Ahora caigo en la cuenta que precisamente el llavero tiene una pequeña linterna para estas ocasiones. ¡Qué tonta! ¿cómo no lo recordé antes? Si bien es una luz muy tenue, ilumina lo suficiente como para andar sin el riesgo de llevarse algo por delante -como me acabó de suceder- de paso alcanza a alumbrar lo necesario como para comprobar que estoy sola en el palier y nadie me observa ni me sigue. Me tranquilizo un poco, pero igual me apuro a entrar. No veo la hora de sentirme cómodamente instalada en mi casa. Cierro la puerta rápidamente con llave y pongo el pasador. Intento inútilmente encender la luz del departamento y compruebo que el corte es general. Por suerte tengo velas y una buena linterna. Enciendo todas las que encuentro ubicándolas estratégicamente como para mantener iluminado lo mejor que puedo el pequeño departamento. Afuera la tormenta arrecia más aún y el viento produce extraños silbidos al colarse por las hendijas de las ventanas. Ahora se cae una maceta de las que cuelgan en la terraza. Se hizo añicos. Una lástima. Mañana trataré de recuperar los gajos de la planta pasándolos a otro macetero. Me doy un baño caliente. Sin proponérmelo vienen a mi cabeza las escenas de esas películas de Hitchcock donde el asesino ataca a la mujer en el momento que ella se baña…y entonces me apuro por salir de la ducha. A estas alturas mi cabeza es un manojo de nervios y mis pensamientos se apretujan unos con otros en implacable duelo. No logro dominar las alocadas ideas que la sugestión va sembrando en mi mente a pesar que mi raciocinio se esfuerza en demostrarme que todo está bien, que no hay nada que temer, que la tormenta es sólo una contingencia natural y el corte de luz una lógica consecuencia. ¿Pero el silencio desacostumbrado? ¿la sensación de asechanza?...sugestión! simple sugestión!...a ver!... a buscar alguna cosa que me distraiga, música, algo de música…no tengo radio, todo es eléctrico, no hay nada que funcione sin electricidad y el corte parece que va para largo. Entonces será leer. Alguna lectura liviana, divertida, algo que me distraiga y aleje mi cabeza de esas absurdas elucubraciones fantasiosas. Lo extraño de la mente humana es que una vez que deja nacer la semilla del miedo es muy difícil controlarla para que no siga creciendo. Si la dejamos, puede llegar a tomar proporciones gigantescas al extremo de hacernos perder la cordura. Increíble lo delgado que puede ser el límite entre la razón y la locura y hasta un hecho inexistente puede provocar que caigamos en el abismo del terror.
Consigo un libro adecuado. Uno de Woody Allen, tan delirante como divertido y por suerte me aleja de esa irracional inquietud que casi logró dominarme. Me vence el sueño. Por suerte. Me voy a la cama apagando las velas. Me llevo, eso sí, la linterna por cualquier imprevisto. Uno nunca sabe…pero no quiero dejarme otra vez atrapar por esa maraña de miedos infundados y me apresuro a dormir. No falta mucho para el alba y con la luz todo se verá diferente. Siempre es así. Así que me dejo llevar por el sueño blando que por fin viene en mi rescate…me relajo…me hundo en la quietud que busca ser seguridad y calidez…me tranquilizo…me libero…
Primer piso. Silencio absoluto ni siquiera se escucha el habitual sonido de los televisores. Quizás por previsión los viejitos del 1ºA se han ido a dormir temprano sin quedarse, como suelen hacerlo, mirando películas hasta altas horas de la noche. No sería raro. Las luces siguen parpadeando en forma sospechosa. En cualquier momento se interrumpe el flujo de una buena vez y me quedo totalmente a oscuras avanzando por la escalera. Fue un acierto no haberme arriesgado en el ascensor. Con la mala suerte que he tenido hoy, seguro me quedaba atascada en medio de dos pisos.
Segundo piso. Extraño zumbido de origen no identificado. Suena débil, pero persistente. No logro determinar si se acerca o si se aleja, pero es casi seguro que provienen de algo que está en movimiento. Quizás lo provoquen los artefactos de luz que siguen parpadeando. No sería raro que por el bajón de tensión se quemaran las bombitas. Continúo subiendo lentamente. Estoy muy cansada y las piernas me están pasando ahora la factura por el esfuerzo de este día agotador. Sigue el silencio. Sospechosamente tampoco se escuchan ruidos en el 2ºB. Los muchachos que lo habitan suelen armar jolgorio indefectiblemente todos los sábados por la noche, pero por alguna extraña razón hoy no lo han hecho. Quizás la tormenta les ha hecho suspender la fiesta. Se comprende. Con esta lluvia los invitados no podrían llegar. Las calles ya estaban comenzando a anegarse desde temprano y a estas horas el agua ya debe haber inundado el boulevard.
Lo dicho. Se cortó la luz. Debo subir los tres pisos que restan a tientas, tratando de guiarme por el pasamano con cuidado de no pisar en falso. Un trueno impresionante parece resquebrajar la tierra. Me sobresalto aunque no quiera. La sugestión comienza a hacer de las suyas y hasta tengo la sensación que alguien me observa. No debo dejar que la estupidez me domine. No hay nadie por el palier ni, por lo que se aprecia, tampoco en los departamentos de este piso. Parece que todos se hubiesen puesto de acuerdo para irse a dormir temprano. O quizás salieron. Extraño. ¡Quién va a salir en medio de esta tormenta!
Cuarto piso. Ya estoy cerca. De improviso me tropiezo con algo. No logro ver de qué se trata y me golpeo bastante fuerte en las piernas. El sorpresivo golpe me ha hecho pegar un leve grito, no quiero asustar a los vecinos, pero por lo visto tampoco en este piso hay señales de gente despierta. Esto sí que me resulta especialmente insólito ya que el gordo del cuarto no sale nunca y jamás apaga la tele antes de las dos o tres de la mañana y en caso de corte –ya pasó en el último- enciende una vieja radio a pilas a todo volumen escuchando música de jazz. Pero esta noche todo está en absoluto silencio y eso me hace pensar, más que extrañada, cuál será la causa de esta quietud abrumadora. Mientras palpo a ciegas mi pierna, a la altura donde me acabo de golpear, siento otra vez esa turbadora sensación de estar siendo observada. Apuro entonces mi paso avanzando en la oscuridad tratando de no perder la calma. Sé que la mente puede hacer creer cosas que no pasan, suponer cosas que no existen, e intento nuevamente apelar a mi lado racional, que insiste siempre en hallar una razón lógica para lo que aparenta no tenerla.
Por fin el 5º piso. Mis piernas tiemblan notoriamente por cansancio o por temor…no quiero averiguarlo. Me apresuro por encontrar la llave entre los papeles y demás extras que llevo en la cartera. Como siempre, lo último en aparecer es lo que se necesita y tardo más de cinco minutos en encontrarla. Ahora caigo en la cuenta que precisamente el llavero tiene una pequeña linterna para estas ocasiones. ¡Qué tonta! ¿cómo no lo recordé antes? Si bien es una luz muy tenue, ilumina lo suficiente como para andar sin el riesgo de llevarse algo por delante -como me acabó de suceder- de paso alcanza a alumbrar lo necesario como para comprobar que estoy sola en el palier y nadie me observa ni me sigue. Me tranquilizo un poco, pero igual me apuro a entrar. No veo la hora de sentirme cómodamente instalada en mi casa. Cierro la puerta rápidamente con llave y pongo el pasador. Intento inútilmente encender la luz del departamento y compruebo que el corte es general. Por suerte tengo velas y una buena linterna. Enciendo todas las que encuentro ubicándolas estratégicamente como para mantener iluminado lo mejor que puedo el pequeño departamento. Afuera la tormenta arrecia más aún y el viento produce extraños silbidos al colarse por las hendijas de las ventanas. Ahora se cae una maceta de las que cuelgan en la terraza. Se hizo añicos. Una lástima. Mañana trataré de recuperar los gajos de la planta pasándolos a otro macetero. Me doy un baño caliente. Sin proponérmelo vienen a mi cabeza las escenas de esas películas de Hitchcock donde el asesino ataca a la mujer en el momento que ella se baña…y entonces me apuro por salir de la ducha. A estas alturas mi cabeza es un manojo de nervios y mis pensamientos se apretujan unos con otros en implacable duelo. No logro dominar las alocadas ideas que la sugestión va sembrando en mi mente a pesar que mi raciocinio se esfuerza en demostrarme que todo está bien, que no hay nada que temer, que la tormenta es sólo una contingencia natural y el corte de luz una lógica consecuencia. ¿Pero el silencio desacostumbrado? ¿la sensación de asechanza?...sugestión! simple sugestión!...a ver!... a buscar alguna cosa que me distraiga, música, algo de música…no tengo radio, todo es eléctrico, no hay nada que funcione sin electricidad y el corte parece que va para largo. Entonces será leer. Alguna lectura liviana, divertida, algo que me distraiga y aleje mi cabeza de esas absurdas elucubraciones fantasiosas. Lo extraño de la mente humana es que una vez que deja nacer la semilla del miedo es muy difícil controlarla para que no siga creciendo. Si la dejamos, puede llegar a tomar proporciones gigantescas al extremo de hacernos perder la cordura. Increíble lo delgado que puede ser el límite entre la razón y la locura y hasta un hecho inexistente puede provocar que caigamos en el abismo del terror.
Consigo un libro adecuado. Uno de Woody Allen, tan delirante como divertido y por suerte me aleja de esa irracional inquietud que casi logró dominarme. Me vence el sueño. Por suerte. Me voy a la cama apagando las velas. Me llevo, eso sí, la linterna por cualquier imprevisto. Uno nunca sabe…pero no quiero dejarme otra vez atrapar por esa maraña de miedos infundados y me apresuro a dormir. No falta mucho para el alba y con la luz todo se verá diferente. Siempre es así. Así que me dejo llevar por el sueño blando que por fin viene en mi rescate…me relajo…me hundo en la quietud que busca ser seguridad y calidez…me tranquilizo…me libero…
¡Un rayo!…¡de repente!…¡tremendo!…me sobresalto…el corazón parece querer saltarse por mi boca…me descubro otra vez despierta… atontada aún por la pesadez del sueño quebrado por el estruendo. Tardo unos minutos en ubicarme en la realidad. Uno a uno, vuelvo a tener conciencia de mis sentidos…pero algo está mal…un frio helado me corre por la espalda…Alguien o algo... respira sobre mi nuca…
(más relatos tenebrosos en lo de Teresa)