Solemos asumir lo que creemos la gente es según su apariencia, el
entorno en donde se desenvuelven y los códigos que adoptan. No siempre es así.
Más de una vez la realidad es otra y detrás de esa máscara que aparentamos
resultan ser otras muy diferentes las circunstancias
que llevamos a cuestas. No siempre interpretamos correctamente a la hora de
intentar ponernos en los zapatos del otro.
Ella:
Apenas cruzar la puerta de aquel
antro se arrepintió de haberle hecho caso a sus amigas para acompañarlas en lo
que ellas llamaban una noche alocada. No era su costumbre. Todo lo contrario.
Habitualmente en sus salidas solía
limitarse a comer algo, ir al cine o caminar un rato mirando vidrieras o
simplemente pasear en solitario. Pero ese viernes fue distinto, no pudo
encontrar el pretexto para negarse a tal invitación –ya había utilizado las mil
excusas que no podía repetir- Se propuso entonces, pese a no hallarse cómoda,
seguir el ritmo de lo que le marcaban sus amigas, intentando simular –al menos
por una noche- ser distinta, tan diferente a lo que solía mostrarle el espejo
que temió no poder reconocerse: vestido rojo ajustadísimo que una de ellas le
prestó -alentándola con el cierto
argumento que le quedaría mucho mejor que a la susodicha-, zapatos de taco aguja, tan altos como su
empeine lograba resistir. El cabello suelto cayendo en cascada sobre sus
hombros, dibujando en ondas la sensualidad que brotaba con sorprendente
naturalidad. El maquillaje resultó ser tan audaz como el atuendo, consiguiendo
que sus ojos entornados –más por falta de costumbre a andar de noche que por
vocación seductora- resultaran ser la pieza principal de lo que aparentaba ser
un efectivo señuelo atrapa-hombres. Bajo aquella parafernalia de mujer fatal,
con más timidez que soltura, se lanzaba a un juego que la intimidaba por
desconocido y desenfadado.
Acodado en la barra lo ve. Manos
firmes pero agraciadas, bebiendo con elegancia y soltura un vaso de whisky ,
observando a su alrededor en la semi penumbra que delimitaba el pálido haz de
luz de la entrada. Camisa oscura abierta al cuello, apenas insinuando la
informalidad de quien demuestra ser habitué de la noche y sus secretos. Cabello
peinado como al descuido aunque sin trazos de desprolijidad o falta de
elegancia. Leve sonrisa seductora cuidadosamente al límite entre la aparente
frialdad y la secreta complicidad de una travesura. Sin duda sabrá -apenas
observarla- que ella es sapo de otro pozo en este submundo en el que él sin
dudas se maneja con impecable soltura y sofisticada elegancia. Pese al
llamativo envoltorio en el que esta noche se ha enfundado, se sabe más que
insegura a la hora de planear estrategias que faciliten algún acercamiento. Se
siente desactualizada y torpe aparentando lo que no es y teme resultar tan
obvia como ridícula… una presa fácil en aquella cueva de lobos hambrientos
listos para cazar sin piedad a insufribles caperucitas camufladas como ella. Quisiera
escapar… animarse a salir corriendo ya mismo por esa puerta para llegar con
rapidez a su refugio de contención y placidez emotiva.
Él:
Aunque no era la primera vez que
había venido hasta allí buscando entretener su monocorde vida de soltero, esta
vez el local se le antojaba un antro de obviedades y caras inconclusas. Nadie
parecía llevar con sinceridad la cara que portaba. Buscaba en vano, tras las
máscaras de intrigantes apariencias y compleja seducción, alguna razón que le
justificara estar aún allí… simulando también ser quien no era… mientras recurría
a su gastado recurso de juguetear con el whisky que sostenía en su mano. Desde
la barra, acodado en ella con la soltura inventada de mil noches de soledad y
copas, se consolaba intentando descubrir alguna señal en algún rostro que despertara
sus sentidos, su esperanza o su ilusión. Las mujeres que solía encontrar en sus
noches irredentas, solían ser, una, el calco de otra. Cambiaba el nombre
–inventado también, por cierto- pero se repetía la actitud y la historia de aquellos
infelices personajes que sólo tenían en mente dejarse llevar por el sopor del
humo, la noche y sus reflejos. Una tras otra las veía, iguales aún siendo
diferentes… Esperpentos dibujados tras el rimmel y el carmín que acentuaba
risas y tormentos.
De repente la ve: vestido rojo
ajustadísimo, altísimos tacos aguja, cabello ondulante como el sensual balanceo
de sus caderas. Sin dudas ha venido en plan de ataque, compitiendo hasta con
sus amigas para atrapar al mejor postor. Tras su inquietante mirada, un fulgor
especial se advierte destellante y dispuesto a acabar con todo lo que se le
cruce a su paso. Si dudas una implacable come hombres que sabe cuál ha de ser
la mejor manera de estrujar corazones dejando un reguero en su camino. Lejos de
lo que quizás otros piensen, siempre le han intimidado este tipo de féminas
insensibles. Predadoras expertas en
pisotear sin compasión al desprevenido que se les arrime sin la adecuada defensa…no
está en él soportar otra noche un desplante aparatoso, un gesto despreciativo o
lo que es peor, ese implacable juego vanidoso de demostrarle a ciencia cierta
que ella está muy por encima de su nivel. Teme al fin hacer el ridículo… aunque
sus aparentes aires de hombre avezado en la noche logra disimular con eficacia
su gran pozo de inseguridad. Quisiera intentar…-al menos una vez- descubrir la estrategia
efectiva para romper las máscaras que ocultan los rostros de la gente y ver si
allí, detrás de alguna, hay alguna mujer sincera que acepte compartir su
contención y su placidez emotiva.
Más zapatos ajenos en lo de Gastón