Esta semana, de la mano del amigo Demiurgo, me sumo a la propuesta juevera (PROPUESTA 2) re editando la segunda parte de una de mis viejas trilogías. Me disculpo por haberme excedido en la cantidad de palabras, creo que la integridad de la trama lo requería.
LA MALDAD ESPEJADA
(...) Una
tarde de lluvia y hastío como tantas, recordó su vieja creencia sobre aquel
portal mágico escondido en el espejo del descanso de la escalera. Ni siquiera
sintió añoranzas de su inocencia. Sólo se quedó allí, abstraída frente a su
reflejo, menudo y oscuro como su vida misma, suspendiéndose por un instante el
frágil contacto que la ataba a su cotidiana infelicidad. Fue esa la primera vez
que lo vio. Se erguía frente a ella, aparentando ser su reflejo. Pero no era
eso. Era sin duda algo más perverso, más oscuro, mucho más malévolo. Un
monstruoso ser que imitaba su propia apariencia mortecina pero con una extraña
llamarada siniestra en la mirada la contemplaba desafiante desde el otro lado
del espejo.
Un
flujo helado le recorrió la espalda desde la base del cuello hasta la cintura.
El grito de terror se le ahogó en la garganta y ni siquiera logró mover un dedo
a pesar que su cuerpo entero buscaba salir huyendo de allí.
Extrañamente
fue la odiada voz de su institutriz la que logró quebrar aquel hechizo
siniestro, haciendo que sus piernas le respondieran y lograran de una vez por
todas bajar la escalera hasta donde aguardaba la mujer sumamente molesta por su tardanza.
Temblando
como una hoja, buscando apartar de su mente la horrible sensación que aún la
embargaba, logró apenas concentrarse en las partituras que la esperaban para
ser ejecutadas. Su padre, también visiblemente molesto por la demora, aguardaba
para comprobar sus progresos en el piano, instrumento que ella había terminado
odiando por la cruel coacción con la que se le impusiera su aprendizaje.
La
espantosa visión que hacía unos minutos había enfrentado sin duda hizo que
tocara peor que de costumbre. Sus frecuentes imperfecciones se convirtieron en
obvios equívocos, lo que hizo que su padre mostrara sin tapujos su enojo y se
alejara de allí dando un fuerte portazo. Como era de esperar el enojo de la
institutriz no se hizo esperar y el castigo que le impuso fue ejemplar.
No
sólo debía esa noche irse a acostar sin cenar, sino que además, a partir de ese
día se duplicarían las horas de práctica de piano, reduciéndose drásticamente
el tiempo dedicado a sus caminatas. El castigo la dejaba casi sin la
posibilidad de ver el cielo, circunscribiendo su contacto con el aire libre a
unos breves momentos por las tardes.
Mientras
subía angustiada uno a uno los peldaños hacia su cuarto, recordó de improviso
su fugaz encuentro con aquel malvado ser que habitaba el otro lado del espejo.
Al mismo tiempo que contemplaba en él la figura de su institutriz que subía
tras de sí, logró ver que otra vez, su propia imagen se trastocaba
convirtiéndose en aquel ser que la había aterrorizado minutos antes.
No
supo bien cómo sucedió, no pudo verlo directamente pero de haber sido posible,
hubiese jurado que esa misma entidad empujó a su institutriz escaleras abajo,
haciéndola rodar torpemente, hasta que su cuello golpeó con mucha fuerza contra
una de las columnas que enmarcaban el hall de la entrada. El ruido a cervicales
rotas se asemejó al de una varilla quebrada contra una piedra.
Tampoco
recordó detalladamente lo que pasó después. Su propios gritos, la llegada de
los sirvientes acudiendo en auxilio de la infortunada mujer, su padre de
apariencia imperturbable contemplando la escena, los quejidos balbuceantes de
la institutriz que ya no pudo moverse nunca más, sus propias manos crispadas
intentando detener lo que ya había sucedido… y aquella impiadosa sonrisa
maléfica que la contemplaba desde el espejo, poniéndole claro punto final a
quien fuera su torturadora durante largos años: su malvada institutriz.
(...)