Me sumo con este texto al homenaje a Edgar Allan Poe que esta semana nos deja Mag desde su blog, propuesta juevera a la que espero haber respondido con acierto (aunque con exceso de palabras... me disculpo).
Mientras se concentraba en
definir los pasos a seguir en su escalada de ascenso social, iba recorriendo
con ávida frialdad las notas sociales del periódico en donde se resaltaban
tanto los negocios como los eventos de lo más granado de la Ciudad Luz.
En su calculado papel de viuda joven recién llegada desde el exterior, su aparente virtuosismo
era fundamental a la hora de buscar nuevo esposo. –más de tres difuntos tenía
en su haber y ningún rastro que delatara sus turbias muertes-
En la columna de nuevos empresarios,
un personaje de aspecto casi insignificante se mostraba como prometedor
candidato para su nuevo proyecto: un floreciente importador, soltero y novel
dentro de la sociedad parisina, necesitado de una esposa que lo complementara
en su papel de nuevo rico. Luego de un aparente casual encuentro en el lugar
indicado, las consecuencias buscadas llegaron sin levantar sospechas. La sobria
boda se publicitó lo indispensable para dar a conocer el feliz acontecimiento,
pero sin despertar sospechas sobre los reales propósitos de la “respetable”
novia. La nueva viudez le sobrevino a los pocos meses, sin que el entorno o el
muerto llegaran a sospechar la intencionalidad. La suerte seguía estando de su
lado.
Una noche de tormenta, mientras sin
remordimientos jugueteaba con el fuego de la chimenea, la campanilla de la
puerta sonó con insistencia. Con imprudencia, abrió sin observar por la
mirilla. Su grito de espanto coincidió con el relámpago imprevisto que iluminó
el porche: su recientemente fallecido marido estaba ante ella, mirándola sin
decir una palabra. Su reacción instintiva fue golpearlo con el atizador de
chimenea que aún llevaba entre las manos. Cinco o seis estacazos dieron en el
blanco haciéndolo doblegar. El próximo relámpago le brindó nuevamente la luz
suficiente para comprobar que en realidad el ahora muerto, no era su muerto. Se
trataba de un desconocido que había llegado para entregarle ciertos papeles.
Fiel a su estilo, su pragmatismo y frialdad no se hicieron esperar: debía
ocultar el cadáver rápidamente borrando toda huella que indicara que había
estado allí.
Observó que el entablonado del
piso era fácil de desarmar y bajo él había un hueco lo suficientemente amplio
como para acomodar un cuerpo. Las recientes remodelaciones de la casa le proveerían
la cal necesaria para retrasar el proceso de descomposición, al menos lo
suficiente como para ordenar sus asuntos antes de partir nuevamente. Así lo
planeó y así lo hizo. Ningún rastro de
aquel desgraciado quedó a la vista de propios o extraños mientras ella se dedicaba
a buscar un nuevo destino para su raid de herencias provocadas.
La noche siguiente, el silencio
de sus pensamientos fue interrumpido por un rítmico sonido que no lograba
identificar, primero casi imperceptible, marcando luego un crescendo imposible
de ignorar. Se trataba de un latido. Mientras más atención ponía en su ritmo
constante, más segura estaba de ello. Un corazón insistiendo en pulsar desde la
oscuridad de su encierro bajo el piso, señalándole sus muchas culpas.
Aterrada, buscó refugio en la
planta alta de la casa. Pese a la distancia, el pulso acusador se escuchaba con
más fuerza, atormentándola más y más al punto de hacerle ver con claridad los
rostros de todas sus víctimas. Era obvio. Desde el más allá sus muertos se habían
complotado atosigándola con el martilleo de sus vidas segadas. Un grito agudo
brotó de su garganta en el momento en que su mente al fin colapsó haciéndola arrojar
por la ventana.
A la mañana siguiente la mucama -espantada-
halló el cuerpo ensartado en la verja del frente de la casa. Lloró desconsolada
al comprobar los estragos que el desconsuelo por su reciente viudez había provocado
en la respetable dama.
Obras de referencia del dibujo:
- El Gato Negro
- Los Crímenes de la calle Morgue
- El Cuervo
- El Corazón Delator