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martes, 25 de enero de 2011

DE SUEÑOS Y MANDARINAS


La inspiración para este cuento me llegó mientras hojeaba viejas revistas, acompañando a mi padre en su convalecencia hospitalaria.
















(imagen: herbario virtual)


Se podría decir que su infancia fue feliz. Nada especial. Sólo un mocoso como tantos otros de aquellos pagos: inquieto, curioso, soñador…

Trabajador, sumiso, inocente. Siempre bien dispuesto para lo que sus padres le mandasen, no por eso se vio privado de juegos, aventuras y disfrute. Todo lo contrario. Quizás por conocer desde bien chico el esfuerzo que implicaba poder disponer de lo necesario para vivir, supo apreciar en su justa medida cada momento compartido, cada risa de cara al sol, cada proyecto realizado…

Su niñez de chico alegre correteando entre maizales, trepando árboles, esquivando retos y resfriados, siempre estuvo acompañada por un íntimo e inigualable placer: el de de comer mandarinas echado plácidamente bajo la sombra de algún árbol. A medida que los gajos frescos se hacían uno con sus pensamientos, el discreto y lógico juego de escupir las semillas lo más lejos posible, le agregaba a la actividad un notorio plus competitivo que la hacía más interesante.

Desde aquella época y a modo de rito cotidiano, sus pensamientos siempre comenzaron a fluir libremente a la par que el elixir agridulce de la fruta ascendía desde su boca hasta liberarse, jugoso, por su alma soñadora. Mientras arrojaba bien lejos las semillas en forma instintiva, se imaginaba héroe, arriesgado andariego, valiente aventurero dispuesto a descubrir cada día nuevos horizontes… A veces se veía explorador, otras, escritor o artista de circo o mago… distintas e inusitadas tácticas para intentar dejar tras de sí su propia y fructífera huella.

Paradójicamente atado a la que siempre fue su tierra, imaginaba en esos días que alguna vez se animaría a dejar atrás –quizás no para siempre- sus apacibles pagos de verdes interminables y soledades perennes. Aquellos veranos de su niñez, de mediodías vibrantes y siestas relajadas desgajando mandarinas a la orilla del río -mientras alguna mojarrita incauta y un sueño lejano picaban en su anzuelo- quedaron para siempre en su memoria como recuerdos vívidos de lo que puede llegar a ser la felicidad perfecta.

Aún años después, cuando se fue a vivir al pueblo y comenzó a trabajar en el almacén de ramos generales, siempre se las ingenió para hacerse una pausa en medio de sus rutinas y practicar su ritual de jugos y vuelos. Ese era su único recreo cotidiano, su indispensable paréntesis en medio de la chatura de su vida monocorde.

Los años pasaron, su vida continuó su curso previsible. Jamás se alejó del pago. Jamás fue valiente explorador o artista o héroe. En medio de una soledad cada vez más indolente sus sueños fueron menos alados, más concretas sus metas, más acotadas sus necesidades, más ocasionales sus breves divagues… pero siempre, en medio de sus instancias cotidianas, se permitía para sí el tiempo necesario para aquel íntimo goce, ese breve sobrevuelo habitual recordando añejos sueños doblegados e ingenuos intentos de sobrevivirle al tiempo.

Al final de sus días, las quimeras no concretadas lograban superar con creces los pocos anhelos sobrevivientes. Las múltiples y alocadas ocurrencias juveniles no lograron nunca materializarse y la frustración de no haber dejado un rastro importante que acreditara su paso por la vida solía entristecerlo hasta llegar a las lágrimas. Solamente la libertad de sus pensamientos reverdecía en las horas de siesta, mientras el dulce aroma a mandarinas aún lo continuaba transportando –a modo de consuelo- hasta su añorada infancia. 


Como en aquel entonces, el hábito de arrojar bien lejos las semillas de las frutas formaba parte de su acostumbrado rito. Con tantos años de práctica ya las pepitas lograban sobrepasar con facilidad el tapial del fondo de su casa, ese que lo separaba de un extenso descampado lindero.

Un buen día su vida se apagó. Se acabaron sus rutinas, sus ansiedades, sus juegos. Sus sueños de aventuras cesaron. Sus intentos vanos de sobrevivirle al tiempo también…pero lo que nunca supuso aquel hombre sencillo y soñador es que, pese a no sospecharlo jamás, su impronta en este mundo logró perdurar… en los frondosos árboles que fueron naciendo de todas las semillas que fue esparciendo a lo largo de su vida -aquí y allá- en la que siempre fue su tierra y gracias a él se transformó en un precioso bosque de mandarinos… donde aún hoy suelen refugiarse los muchachos del pago en las siestas de verano, cerca del río, donde transcurren tranquilos y felices sus horas… saboreando dulces mandarinas y sueños que ansían alguna vez alcanzar.

viernes, 21 de enero de 2011

ASTROS MAL ALINEADOS

















































Gente, por lo que parece los astros se han decidido a jugarme en contra este comienzo de año. Cuando recién comenzaba a sentirme un poco más aliviada en relación a tensiones familiares, de repente otra situación delicada  requiere de mi tiempo y voy a tener que alejarme otra vez de la sana rutina de actualizaciones y visitas frecuentes.
Espero este nuevo traspié se resuelva pronto y a favor.
En cuanto pueda, retorno.
Un abrazo!

sábado, 15 de enero de 2011

LAS ALAS DE TERESA



















Basado en la vida de Teresa Wilms Montt (Gracias Susana por la inspiración)

Teresa tenía un secreto. Algo impensado para una señorita “bien” de aquellos años de siglo recién iniciado, cuando el entusiasmo por la modernidad y los revolucionarios conceptos humanistas buscaban arraigarse entre los círculos jóvenes de los ambientes más progresistas de la sociedad chilena.

Teresa tenía un sueño: ser escritora, mujer libre, alma desenfadada que lograra quebrar las ataduras de los preconceptos y los esquematismos conservadores arraigados en el mundo en que sus padres insistían en anclarla.

Teresa tenía un amor. Una ocurrencia impropia para una mujercita de clase alta como era ella, cuyo único objetivo en la vida debería ser realizarse dentro del marco de un matrimonio conveniente y estable, concertado dentro del estrecho cosmos de familias selectas que enjoyaban la alta sociedad de aquellas tierras australes.

Teresa tuvo un delirio: fugarse con ese amor. A los diecisiete y contrariando la voluntad de sus padres logró levantar brevemente el vuelo entre los brazos de quien juró amarla, pero que en realidad nunca la comprendió.

Teresa luchó contra todo. Padres, sociedad, marido y un mundo que se negaba a cambiar abriéndose a la idea de las igualdades, esas por las que se entiende que ser hombre o mujer no es diferencia suficiente como para no poder concretar sueños ni para recortar libertades.

Teresa descubrió sus vuelos. Entre flujos de palabras y encuentros literarios, ella fue abriéndose paso poco a poco, haciendo versos sus ideas y poniéndole alas a su vocación revelada, ella insistió en descubrirse, en hacerse dueña de sus pasos, en bucear dentro de su rebeldía indómita.

Teresa se reflejó en otros ojos. En esos que la miraban con la inocencia de un ave recién nacida y que, como tiernas manitas, la acariciaban por dentro cada vez que la nombraban con la más íntima palabra con que se nombra a la vida: madre. Y fue en ese mismo reflejo que creyó ser eterna, etérea, fuerte, mágica…indestructible. Porque ser madre es propuesta con la que premia la vida a la mujer que engendra en su vientre –y en su alma- promesas de sueños nuevos.

Teresa se sintió completa. Entre libros, cunas, risas y delirios, entre amores y sueños, entre versos y esperanzas ella creyó ver la dicha aguardando en el recodo de esa vida joven que estrenaba intentando andar con convicción y coraje.

Teresa fue traicionada. Quien no supo amarla como su libertad requería se complotó para ahogarla, encerrarla en jaula incierta y privarla de lo más grande con lo que la había premiado la vida.

Teresa fue cercenada. Cuando por la condena de quienes no comprendieron que una mujer pudiera ser digna, plena, libre y a la vez madre, perdió -como precio a su atrevimiento- la posibilidad de ver crecer a sus hijas, de habitar su casa, de vivir su dicha.

Teresa fue liberada. Un rostro amigo logró arrebatarle al encierro y la condena, aquellos ojos increíbles, claros y serenos, que aún brillaban pese a toda la injusticia sufrida.

Teresa busco seguir adelante. Insistiendo en continuar creciendo, gritando al mundo su derecho a ser aceptada, respetada y escuchada, jamás dejó de intentar recuperar a sus hijas a quienes soñaba en cada mirada niña, en cada inocencia descubierta.

Teresa reverdeció escribiendo. Se apasionó en palabras, ideas, sueños, vislumbrando –quizás- algún día futuro en el que un mundo más justo fuese realidad para otras mujeres, para otros hombres, para sus propias hijas.

Teresa intentó rescatarse. Luchando contra la tristeza que le ganaba día a día territorio fértil a su corazón desgarrado, buscó aferrarse a la esperanza, a la vida, a la ilusión, pero sus alas -frágiles ya- se iban desplumando a medida que el tiempo pasaba y sus hijas crecían sin ella y a la distancia.

Teresa siguió sufriendo. Como herida que no cierra a pesar de insistir curarla, la soledad a la que fue condenada le iba ahogando las ganas de escribir, le aprisionaba sin piedad sus musas otrora irreverentes.

Teresa truncó sus alas. Despidiéndose de la vida que se le mostró cruel cuando más ansiaba ser feliz, en víspera de navidades buscó hallar la paz de los que se aniquilan la posibilidad de nuevos mañanas.


Nada tengo, nada dejo, nada pido.
Desnuda como nací me voy,
tan ignorante de lo que en el mundo había.
Sufrí y es el único bagaje que admite la barca que lleva al olvido.
Teresa Wilms Montt

viernes, 14 de enero de 2011

A CUPIDO





























Ángel de luna,
niño ciego
a la hora de disparar,
en tu rutina
de mostrar
que el amor es juego
-o puede serlo-
a más de uno
vas dejando con las ganas...
y a más de cientos
has logrado traspasar.

Ángel de luna,
niño incierto
a la hora de entrelazar,
que tus saetas
al asestar
no traigan fuego
-o infortunios-
que sólo a uno
deje ardiendo como ascua...
y al otro, indemne,
no llegue ni a calentar.


Nota:
Como ven, de a poco intento retomar la normalidad bloguera.
A tod@s, muchísimas gracias por su apoyo, comprensión y compañía!

martes, 11 de enero de 2011

UN SALUDO











Lejos de ser como esperaba, este año se me ha estrenado con complicaciones. Por una enmarañada sucesión de situaciones familiares no tengo oportunidad de mantener mi usual actividad bloguera. Espero pronto poder retomarlo. Los extraño mucho.

Saludos a todos.


P.D
No sé qué pasa pero no logro visualizar la columna lateral donde aparecen todas sus actualizaciones. Por favor díganme si a ustedes les pasa lo mismo y si saben cómo puedo arreglarlo.
Un abrazo.

miércoles, 5 de enero de 2011

LA LEYENDA DEL NIX - Final de la historia


























Parte 3: SUBLIMACIÓN

Fue la limitada comprensión de la gente lo que logró instalar alguna sombra de duda entre ellos. Fueron los amigos del joven, rústicos pescadores que nada entendían de la sensibilidad extrema de seres tan especiales como un nix quienes fueron llevando al joven a considerar que tal vez su amada guardaba con tanto empeño el secreto de su vida anterior porque en ella había algo terrible que ocultar. Algún poder maligno, un hecho inconfesable, un pecado imposible de perdonar…

La frondosa imaginación del muchacho se dejaba llevar a veces por la debilidad humana y su propia inseguridad, logrando entretejer impiadosas posibilidades sobre la desconocida naturaleza de los nix. Esos breves pensamientos cruzaban a veces su cabeza logrando inquietarlo, pero rápidamente se alejaban al destierro de lo absurdo cuando sus ojos se encontraban otra vez con los de su amada, que lo buscaban siempre para darle refugio.

Una tarde de invierno, luego de una dura jornada de pesca, el joven y los demás marinos se reunieron como siempre en la taberna para compartir ginebras y la calidez del fuego que los reconfortaba.

Insólitamente se encontraban allí también un par de viajeros de paso. Desconocidos que habían debido pernoctar en aquella pequeña aldea de pescadores. Los extraños eran muy habladores, totalmente distintos a lo que se acostumbraba ver por aquellas soledades. Hombres muy sociables que gesticulaban constantemente mientras hablaban a los gritos, contagiando con su afabilidad a todos los parroquianos. La habitual monotonía del aquel rincón perdido en la nada se vio de pronto invadida por alegría desbordante, charlas, risas, ríos de alcohol y música contagiosa.

Ese inusual ambiente hizo que el joven pescador bebiera más de la cuenta y se dejara llevar por el torbellino desmedido de la jarana de aquellos hombres rústicos y simples. En medio de las risas, la ginebra y la charla que brotaba sin medida y en forma descontrolada, resurgió la anécdota de su caída al mar y del inexplicable rescate. A raíz de la referencia al legendario nix y su tan increíble historia, los dos extranjeros agregaron la versión del supuesto poder maléfico de dichos seres que comenzaban seduciendo a los hombres con sus encantos para luego, cuando los tienen bajo el poder incontrolable de sus embrujos, acabar con ellos volviéndolos locos y devorándolos.

Aquel descabellado relato terminó por irritar totalmente al joven que, sin que nadie entendiera la causa, puso a fin a la juerga lanzando dos poderosas trompadas al extraño que había contado la historia. Dado que el estado de ebriedad de los extranjeros era tan lamentable como el de los pescadores, la escaramuza no pasó a mayores, optando el muchacho por regresar a su casa inmediatamente.

En el camino, su indignación y el alcohol se fueron disipando y en su lugar se fue haciendo lugar algo mucho más peligroso y persistente: la duda.

Luego de ese episodio la relación entre el joven y la nix ya no fue lo que hasta entonces había sido. La entrega incondicional, la pureza de las miradas, la confianza absoluta, la integridad de su amor no volvieron a ser los del comienzo.

Sin necesidad de palabras, (porque esas cosas se saben sin que se pronuncien explicaciones ni excusas) una mañana más gris que las habituales, la bella nix abandonó la cabaña retornando al mar que la arrullaba desde siempre.

Al regresar de su jornada de pesca el joven se sorprendió en un primer momento al encontrar la cabaña vacía. Luego, al reflexionar, supo con exactitud qué había pasado y cuáles habían sido los motivos.

Su tristeza y arrepentimiento fueron tan grandes que lloró toda su pena con enorme angustia por días y días. La inseguridad de su naturaleza, la debilidad que se le había metido a través de la duda había manchado aquel amor, tan puro que escapaba al entendimiento humano. Nadie podía comprender el dolor tan grande que sentía. Nada podía consolarlo. En nada encontraba refugio: ni en los bellos recuerdos que la nix dejara para siempre impresos en su alma, ni en su mar, ni en sus sueños, ni en sus viejos libros…ya nada tenía sentido y fue por eso que decidió dar término a su vida.

Era una mañana de domingo, inusualmente radiante. La aldea estaba reunida en la capilla, por lo que nadie lo vio partir. En su viejo bote de remos se adentró en el mar que se mostraba mucho más calmo que de costumbre. La brisa suave que llegaba desde lejos le traía la fragancia de lo que sin duda era el delicado anticipo de la primavera. Con su corazón destrozado por la soledad y el desaliento, decidido a todo, se alejó del cobijo de la costa buscando que el horizonte le brindara alguna señal comprensible. Las gaviotas sobrevolaban su cabeza ofreciéndole su despedida…o quizás alertándolo…no lograba interpretar bien su vuelo.

A lo lejos ya, el viejo faro lo iluminó por dentro volviéndole a traer el recuerdo de aquel mágico encuentro con su nix. Su  alma se estremeció hasta hacerlo llorar arrepentido por su debilidad y su idiotez.

Dos o tres albatros cruzaron el cielo hacia el sol naciente. Fue un mágico presagio el que anunciaban…podía sentirlo. Desde ese punto, el paisaje de aquel lugar tan suyo, tan querido, tan sufrido, se iba tornando de un leve dorado, recortándose su silueta sobre el respaldo de los riscos que lo abrigaban. Nunca lo había visto tan bello…hasta el viejo molino parecía haber perdido su tristeza adormecida meciendo sus aspas con la cadencia de quien quiere seguir viviendo pese a todo.

Recordaba nítidamente la profundidad de los ojos de su nix, tan bella y sensible, haciéndose eco de las maravillas del mundo y de cada ser que la rodeaba. La intensidad y la pureza de su alma lograban hacer que ella, a pesar de casi no hablar, consiguiera entender el lenguaje de todo ser viviente, del mar, del viento y hasta del alma de un pobre pescador que con ella había soñado desde siempre.

Dejándose llevar por el oleaje, casi sin remar, decidió que no era la muerte la manera de honrar semejante amor tan puro. Comprendió que no es más dolor lo que subsana las heridas, ni tampoco el huir, como cobarde, lanzándose a un mar de más penas y suspiros.

Tuvo la certeza que a pesar de no estar allí, su amada nix lo seguía acompañando, a tal punto que, agudizando al máximo sus sentidos llegó a advertir a su alrededor la dulce fragancia de su enamorada. Cerró los ojos y escuchó el susurro del viento. En él logró descifrar los enigmas primigenios y los secretos mejor guardados del mar y sus criaturas. Mojó su cara con el agua salada omnipresente y fue como si a través de sus poros, la esencia de la vida traspasara sus propias fronteras. Se sintió vivo. Íntimamente ligado con todo lo creado. Comprendió sin esfuerzo la inmensidad del cielo, las estrellas, el sol, la oscuridad, el silencio, los principios, la lejanía…supo que sin dudas ese era el camino que debía seguir: su propia transformación interior. A través de esa sublimación trascendental lograría reencontrarse con sus amada, tan pura, tan especial, tan etérea, tan distinta…

Tal vez hayan pasado varios días, tal vez, apenas horas. La sed, el frío y el agotamiento lograron doblegarlo. Al fin, antes de que el sol se ocultara, consiguió recuperar fuerzas. Aún antes de entreabrir sus ojos supo que ella estaba allí, a su lado, complacida y esperándolo.

Mientras lanzaba al mar su ropa y la mediocridad de sus egoísmos, envidias y dudas, contempló maravillado como sus extremidades iban cubriéndose de trasparentes escamas  tornasoladas, idénticas a la que ahora lucía frente a él la bella nix enamorada.

EPÍLOGO

Cuando una mañana el bote del joven pescador apareció encallado en el Islote de los Pájaros, más de uno de los aldeanos recordó la leyenda sobre los maléficos nix que contara un viajero aquella vez en la taberna. En ella se decía que esos seres extraños seducen a los hombres con sus encantos para luego enloquecerlos y devorarlos. Paradójicamente en ese mismo momento, en el rincón lejano y secreto donde habitan los nix, comenzó a circular la leyenda en la que se contaba que una vez, un humano muy especial, logró transmutarse y convertirse para siempre en nix debido a la pureza de su gran amor.

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Aclaración para quienes preguntaban:


Adjunto páginas escaneadas de un viejo libro en el que se hace referencia a antiguas leyendas sobre los nix. Mi versión literaria sólo ha pretendido dejar volar mi imaginación alrededor de su legendaria existencia.















martes, 4 de enero de 2011

LA LEYENDA DEL NIX - Segunda Parte






















Parte dos: CON EL BESO DE LAS OLAS

Aquella anécdota sirvió como entretenimiento de los parroquianos del bar por varios meses.

El hecho de que uno de los suyos sobreviviera a una caída en un mar embravecido como el de esas latitudes era ya, en sí mismo un hecho como para destacar. Que hubiese aparecido sano y salvo a muchas millas de donde cayó, le agregaba la cuota de especialidad que el suceso ameritaba, pero que encima, calmada ya la fiebre, el afortunado sobreviviente destinara sus primeras palabras a responsabilizar de su salvataje a un casi desconocido ser mitológico, que sólo constaba en la fantasía de los cuentos de viejos pescadores, era algo mucho más difícil de aceptar como normal.

Desde ese día, cada vez que el muchacho se acercaba a un grupo de aldeanos, entraba a la taberna o partía otra vez mar adentro, alguien dejaba caer como al paso, con remarcada ironía, algún comentario burlón sobre el nix y el misterioso rescate.

Esa impensada situación descolocaba totalmente al joven que toda la vida se había esmerado por ocultar su vocación de soñador empedernido. Nunca buscó llamar la atención, mucho menos convertirse en el centro de las burlas de sus amigos y vecinos. Tan mal llegó a sentirse a causa de las bromas y las indirectas que recibía constantemente que un día decidió juntar sus pocas pertenencias y alejarse para siempre de la aldea en la que había nacido.

Mientras caminaba con gran padecimiento por la decisión que se vio forzado a tomar, su mirada se detuvo a lo lejos, en el horizonte, buscando despedirse de su mar, de sus paisajes, de ese cielo ceniciento que casi siempre se mostraba con reticencias, como la misma gente que bajo él habitaba.

Quiso tener por última vez una vista completa de aquel paraje de su infancia, por lo que decidió desviarse del camino y hacer un alto en el viejo faro abandonado.

Atravesó sin problemas el portón desvencijado, subió con esfuerzo los escalones que conducían hacia la torre, se despidió con melancolía de los recuerdos de su niñez que llegaban a borbotones, envueltos en el frío viento de la mañana y mientras dejaba elevar con melancolía su mente, allí, con las gaviotas y los albatros que sobrevolaban el Islote de los Pájaros, la vio. Era la nix que lo había rescatado.

Raudo como el viento bajó la escalera caracol saltando de dos en dos los viejos peldaños. Su corazón agitado parecía querer salírsele del pecho. Sin dudarlo siquiera, se lanzó al agua helada, nadando hasta el islote donde hacía un momento había vuelto a ver a aquel ser fantástico de sus libros y de sus sueños, etéreo como el aire, mágico como la luz de un amanecer, misterioso como la luna tras las tinieblas…

Tiritando de frío pero con el calor de su alma alentándolo a seguir, logró rápidamente llegar hasta la otra orilla y desde allí, corrió hacia los peñascos donde había visto a la nix. Desorientado, mirando con desesperación hacia los cuatro puntos cardinales, pensó con aflicción que el extraño ser se había hundido otra vez en el mar buscando huir de su intempestiva presencia. Recordó que se trataba de un ser muy tímido, hábil para esconderse y temeroso de los humanos, que, sin duda, a lo largo de los siglos le habían dado sobradas muestras de sus estupideces y violencias.

Pensó que, quizás, la nix que aquella vez se había apiadado de él rescatándolo de una muerte segura, no quería ser observada de cerca. Tal vez sólo se dejara ver desde lejos y en circunstancias extraordinarias, para mantenerse a salvo y alejada de la curiosidad y la ignorancia de los humanos desaprensivos. De ser así no encontraba cuál era la razón de que justo esa mañana, cuando él había resuelto marcharse para siempre de allí, la nix hubiese decidido aparecérsele otra vez, en forma fugaz e inesperada pero clara e inequívoca.

Ninguna señal había quedado de su presencia. Nada extraño indicaba que por allí hubiese pasado un ser tan especial y fantástico. En la arena no se veían más huellas que la de los pájaros, en el mar, abundante espuma blanca, en las rocas, sólo el registro del paso del tiempo.

Cuando ya había decidido dar por finalizada la búsqueda, sin la más mínima esperanza de lograr adivinar la silueta deseada en el horizonte, de improviso y como si de una leve fragancia se tratara, presintió que detrás de sí alguien o algo lo observaba.

Con mucho cuidado de no realizar movimientos bruscos, conteniendo la respiración y rezando para que su intuición no lo traicionara, lentamente, como quien no quiere espantar un sueño, fue girando muy despacio hasta quedar por fin y sin mediaciones, cara a cara frente a la nix, que con más curiosidad que miedo lo contemplaba desde la orilla.

Temblando de pies a cabeza, emocionado a más no poder, el joven pescador se hallaba incapaz de pronunciar palabra y lejos de hacer algo se limitó, extasiado, a disfrutar de ese mágico momento.

Aquel maravilloso ser tenía la apariencia de una joven bellísima, como nunca antes había visto. De largos cabellos oscuros, piel blanquísima y ojos claros y expresivos. Su presencia hacía que el aire se tornara más transparente, más diáfano, con el intenso perfume del mar que los embriagaba. La nix se hallaba reclinada sobre una roca, asomado su torso por sobre ella, mientras el agua salpicaba, como si hiciera una travesura, el rostro del perplejo pescador.

Hubieron transcurrido varios minutos sin que ninguno de los dos hiciese nada para que el otro no saliera de su aparente ensoñación. Sólo se movían las olas, los cabellos de ambos mecidos por el viento y alguna gaviota entrometida que revoloteaba de roca en roca.

Primero fue un paso. Leve, tímido, pausado… Después un grácil movimiento del cuerpo de la nix que se acomodó mejor sobre la roca. Siguieron un segundo y tercer paso, quizás algo más atrevidos. Luego fue un mohín, ligero como espuma, con la gracia seductora de las hembras que buscan ser correspondidas. No se supo qué leve movimiento siguió, quizás fueran varios al unísono. Lo cierto es que al atardecer aún estaban los dos tomados de sus manos, mirándose profundamente a los ojos sin hacer ya caso al frío, al viento, o a las olas que besaban con su sal aquellos dos cuerpos que ya se conocían.

Nadie supo en detalle lo que ocurrió aquel día, nadie sospechó siquiera que el joven pescador había planeado irse para siempre de su aldea. Al caer la noche retornó radiante a su cabaña con el alma inquieta de quien ha encontrado su destino.

A partir de entonces, fueron otras muchas las mañanas, las tardes y las miradas. Fueron muchas también las promesas y los regocijos.

Al fin, un día, luego de haber cavilado ambos amantes cómo querrían compartir para siempre sus vidas, el joven pescador llegó al pueblo acompañado de una joven a quien presentó a todos como su prometida.

La sorpresa cayó como brisa de primavera. Inusual mensaje de los dioses que parecían bendecir con delicia a aquel manojo de sencillos pescadores. Poco a poco los aldeanos se fueron habituando a ver a la bella muchacha aquí y allá, siempre mesurada y leve, casi sin pronunciar palabras, pero con una sutil y encantadora sonrisa que iluminaba a quien la veía. Sus breves incursiones por la aldea eran siempre en compañía del joven pescador que lucía, de su mano, tan feliz como su enamorada.

La reservada nix había puesto, como condición para quedarse, que nadie supiera nada sobre su identidad. Ni siquiera su propio amante debía preguntarle más detalles de los pocos que sobre su misterioso origen había logrado entrever. Eso la perturbaba y lograba entristecerla a tal punto que sus ojos se tornaban brillosos y melancólicos, dejando asomar por ellos alguna lágrima cristalina, tan salada como el mar.

El joven enamorado estaba tan feliz de tenerla a su lado que, en un principio, logró vencer sin dificultad la tentación de satisfacer su curiosidad sobre el secreto de los nix y su recóndito origen.

Con el correr de los meses, la joven pareja se fue habituando a la convivencia de tal manera que se compenetraron profundamente uno con el otro: se amaban de verdad.

(continuará)

lunes, 3 de enero de 2011

PRIMERA RE EDICIÓN DEL AÑO - La leyenda del nix - 1º parte

Debido a la notoria falta de tiempo en que mi inspiración se ve enredada, recurro otra vez a reeditar antiguas entradas. Con mis disculpas para quienes ya la leyeron, les dejo una trilogía de mi autoría -que pretendió asumirse como leyenda! jejeje.




















LA LEYENDA DEL NIX (basado en antiguas tradiciones nórdicas)


Parte 1: SECRETOS DEL MAR

En las costas más inhóspitas del gélido Mar del Norte los inviernos son especialmente solitarios. El paisaje blanco y callado convoca a los duendes del mar y del viento, que gimen melancólicos en su monótono arrullo de ensueños.

Es poco lo que distiende la uniformidad del horizonte. El viejo faro, los acantilados, la pequeña aldea…el muelle, el Islote de los Pájaros, el sendero que bordea los riscos más altos, las ruinas del molino, las cabañas de los pescadores…

En ese mundo de pronunciados silencios, de veranos breves y de inviernos interminables la soledad aumenta con los años y la gente se vuelve hosca, arisca, poco afecta a las exteriorizaciones emotivas.

Todos se conocen desde siempre. No existen casi los secretos. Tampoco abundan las sorpresas, sólo las pequeñas variaciones de las acciones cotidianas alteran de alguna forma irreverente el lánguido pasar del tiempo que no quiere saber nada de novedades ni de extraños.

Son escasos los viajeros que alguna vez detienen su marcha en esos rincones. No hay buenos caminos que lleguen hasta allí, ni siquiera un puerto considerable.

Las diversiones también son pocas. Alguna fiesta en el comienzo de la primavera, una que otra reunión entre vecinos -que son a la vez parientes- algún poco frecuente matrimonio o nacimiento que indique que la vida sigue su curso, las celebraciones navideñas en al capilla, las noches de calor en el bar del muelle…

En ese ambiente de rutinas predecibles y de calladas compañías un hombre joven, pescador como sus ancestros, se permitía, en secreto, lo que los demás nunca se animaron a admitir: soñar despierto.

En su pequeña cabaña, rústica como las demás, de piedra y madera gris, como las demás, sin casi muebles, como las demás, escondía con esmerado celo una  vieja colección de libros. Los cinco volúmenes tenían la magia de transportarlo hasta recónditos lugares, algunos lejanos en el tiempo, otros, distantes en la geografía.

Desde allí conoció maravillosos sitios, selvas tropicales, dorados desiertos, encumbrados templos, islas perdidas con inimaginables tesoros…descubrió las leyendas de seres mitológicos de antiquísimas civilizaciones, otros, en cambio, de esas mismas tierras. De entre ellas, la historia que desde niño lo atrapó con sus encantos, solía venir a su memoria una y otra vez cuando salía a la mar, en sus ratos libres o por las noches - mientras contemplaba la luna que asomaba apenas entre los nubarrones- se dejaba llevar en vuelo libre por sus pensamientos, que se tornaban sueños indescriptiblemente nítidos y precisos, como las narraciones de sus viejos textos.

Aquella leyenda que alguna vez su abuelo le contó y que luego reencontró entre las páginas de sus libros hablaba del nix, extraño ser mitad mujer mitad pez que solía habitar los mares helados de aquellos rincones remotos del mundo desde épocas inmemoriales, cuando los seres humanos eran muy pocos y no habían dominado aún con su presencia las tierras y los mares conocidos.

Esos seres tan especiales (no sólo por su apariencia híbrida sino fundamentalmente por la íntima conexión que experimentaban con la Naturaleza en su conjunto y con cada criatura en particular) eran dueños de una extraordinaria sensibilidad, un agudo sentido de pertenencia con el sitio en el que nacían y una altísima empatía con todos los seres vivos de la Creación. Por lo demás, eran muy tímidos y casi nunca se dejaban ver, menos aún cuando en contadas ocasiones, mudaban a voluntad la cubierta escamosa de sus extremidades para lucir en cambio tersa piel blanquecina, muy similar a la humana, pero angelicalmente transparente, como si cada poro de su cuerpo irradiara algo del sortilegio etéreo que llevaban por dentro.

Así las cosas, el joven pescador aprovechaba cada oportunidad que tenía para imaginar una y otra vez distintas variantes de encuentros fantásticos con alguno de esos seres, cuya existencia, aunque no se animara a confesar, dio siempre por cierta.

Una de tantas mañanas de otoño, en esas circunstancias en que la casi inexistente luz del sol se filtra apenas entre las nubes, el pescador se adentró en el mar bravío junto con sus compañeros. Navegando en frágil embarcación que más parecía cáscara de nuez, los curtidos hombres avanzaban contra la dificultad que el mar y el viento solían oponerles.

Se encontraban ya a varias millas de la costa más cercana. Si bien no había tormenta, las olas iracundas entorpecían más y más la tarea de aquellos marinos ásperos y experimentados que apenas lograban echar al mar sus redes. Luchando por no perder el equilibrio, intentando aprovechar al máximo la fuerza del viento que no menguaba, el capitán del pesquero viró de repente la nave, con tanta brusquedad que el joven, que estaba sujetando un cabo en cubierta, cayó de improviso al mar que pareció querer devorarlo inmediatamente.

Varias horas después, cuando la furia del viento calmó y dieron por terminada la búsqueda del desgraciado pescador, la pequeña embarcación regresaba a puerto con las bodegas llenas y un hombre menos. 


Cuando se disponían a atracar en el muelle y llevar a la aldea la mala noticia, allí, frente a la costa, en el desolado Islote de los Pájaros, un bulto casi inmóvil llamó la atención de uno de los más avezados marineros.

Desviándose apenas de su ruta, se dirigieron hacia la cercanía de las rocas de aquel peñón desierto. Arrumbado sobre su costado, como descansando, lograron enseguida identificar al joven pescador accidentado, que, increíblemente estaba ahora a salvo, tan lejos del lugar de su caída que resultaba incomprensible tratar de suponer cómo había sido que el mar hubiera podido arrastrado hasta allí.

Bastante mareado, pero sin heridas, muerto de frío y afiebrado, el joven no lograba articular muchas palabras. Recién después de un largo rato, cuando el calor del fuego y unas buenas ginebras recompusieron en algo su pobre persona maltrecha, el joven abrió de repente los ojos, como azorado, y ante la sorpresa de todos alcanzó a balbucear: - fue el nix,… fue el nix!!!-




(continuará)

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