Siguiendo la propuesta de la gente del Vici Soliari, aporto este dislate narrativo disculpándome por la extensión del mismo. L@s invito a leer todos los aportes dando clic aquí y les recuerdo que hacen falta anfitriones para organizar las próximas fechas jueveras.
En aquella tienda se vendía de todo. Aún el producto más estrambótico se encontraba -seguro- en una de sus estanterías. Aceites, lejías, jabones, encurtidos, conservas. Herramientas extrañas que ni se imaginaría uno que pudieran existir. Tornillos de todos los tamaños y formas, flejes, resortes, molinetes, veletas, anemómetros, brújulas, compases, redes y lienzos. Lo que usted se le antojara o necesitara allí estaba almacenado. El tema era encontrarlo.
Si bien la mayor parte de la
mercadería estaba expuesta al público desde los múltiples estantes organizados metódicamente
de piso a techo con su correspondiente etiqueta explicativa, la cantidad de
productos acumulados en las distintas bodegas hacía indispensable la asistencia
del tendero acompañando al comprador en su búsqueda, cosa que ralentizaba el
proceso.
La reciente viuda lo sabía y
hacia allí se dirigió junto con su hija cuando la adolescente le planteó cuál
era el proyecto que debía realizar para la cátedra de Ciencias. Luego de armar
el listado de cosas que deberían adquirir, ambas mujeres se dirigieron con
entusiasmo a aquella tienda que tanto renombre había alcanzado en el pueblo y
sus entornos.
Apenas llegar reconocieron a un
joven ciclista, vecino de su casa, que casualmente estaba allí buscando un piñón
especial para su bicicleta de montaña. Demostrando su cortesía y sin disimular
la simpatía que el deportista manifestaba por la muchacha, les ofreció
compartir su turno para comprar en forma conjunta todo lo que necesitaran. Al
constatar el intercambio de risitas entre ambos jóvenes, la viuda accedió de
buen grado a la solícita propuesta. Tampoco el tendero tuvo inconvenientes, por
lo que a la búsqueda del piñón especial se habían agregado, entre otras cosas, tres
poleas, dos botellas de ácido fórmico y diez metros de cadenas de manguitos.
Mientras los jóvenes disfrutaban del recorrido
guiado y la madre se detenía a curiosear aquí y allá, en el ingreso del local,
un impaciente cazador -ansioso por revisar el sector de la armería- decidió sin
prolegómenos servirse por su cuenta.
Desde el fondo de la bodega, el tendero
supo que era riesgoso dejar que el comprador anduviese solo toqueteando armas y
municiones, por lo que con un fuerte grito le advirtió que lo esperara.
El mal genio del cazador no se
hizo esperar y respondió con más de un improperio mientras blandía la ballesta
que estaba revisando. Sin quererlo, pero a consecuencia de la mala
manipulación, la saeta que estaba dispuesta se disparó directamente al corazón
del tendero que murió en el acto.
El trágico incidente no fue
advertido por nadie más, por lo que el cazador, trastornado por el evento,
decidió ocultar el cuerpo debajo de unas bolsas de afrecho y simulando ser otro
dependiente, pretendió despachar con urgencia a la viuda y sus acompañantes.
La primera en sospechar que algo
raro sucedía fue la mujer, cuando al interrogar por el intempestivo reemplazo
del tendero recibió una excusa absurda sobre incontinencias repentinas y
familiares extraviados. Seguidamente fue la hija, quien al solicitar información
sobre la resistencia de la cadena de manguitos puso en evidente desconcierto al
torpe cazador que ya a esta altura había perdido en absoluto sus estribos y se asumía
como asesino despiadado. El último en darse
cuenta del asunto fue el ciclista, abstraído por la búsqueda de su piñón mientras
la viuda estaba siendo estrangulada con la cadena de manguitos y su hija
asfixiada dentro de otra bolsa de afrecho. Ni tiempo tuvo de averiguar sobre el
número de dientes adecuados para terrenos empinados cuando el falso dependiente
atravesó su garganta con el dichoso piñón que tanto había buscado.
Apurado por huir de la escena del
crimen, el múltiple asesino no se percató de las tres poleas que quedaron tiradas
en el piso, por lo que se tropezó con ellas cayendo torpemente sobre las
botellas de ácido fórmico que disolvió su rostro en minutos.
De más está decir que la tarea de
la policía al intentar determinar la sucesión de los hechos no fue nada
sencilla.