Al filo de lo que intuye y casi imagina, el miedo surge y crece a la par de los truenos que hacen estremecer
antepasados y ventanas.
La antigua casona, cuna de su rancio
linaje a veces lo contiene, otras, se empeña en querer empujarlo hacia nuevos
confines. No sabe, cuál será de ahora en más su destino. Tiene la certeza que
algo sucederá, pero no logra definir en qué ni en cuánto.
Bullen en su memoria, como eco de
develados misterios, aquellas últimas palabras de su abuelo en su lecho de
muerte…”cuídate de los que conoces y están cerca, porque de ellos vendrá tu
perdición”…y rematado por un prolongado suspiro postrero -como de alivio- el
viejo expiró, sumido en la soledad que supo cultivar en vida.
Sólo él logró quebrar desde su
infancia, con su presencia de huérfano infortunado, las barreras que por
incomprensión, venganza o mero capricho, el viejo conde fuera levantando a su
alrededor desde que su segunda esposa muriera en extrañas circunstancias, allí
mismo, entre los muros de la vieja mansión.
Por propia convicción o por
impuesta voluntad –no sabe definir cuáles fueron en realidad las causas-
también él, único heredero del noble en título y fortuna, había vivido hasta ese
momento en forma más que austera y solitaria, ahogando sus muchas inquietudes
tan solo con letras, vinos añejos y la escueta compañía de su abuelo y tutor.
Jamás osó traspasar los límites
de las indicaciones de su inapelable mentor, nunca lo contradijo, aún a costa
de cercenar su propia voluntad y sus impúberes sueños de aventuras y lejanías.
Siempre respetó sus palabras como la auténtica verdad a la hora de elegir
camino y modo de vida. No sospechó siquiera que hubiese otro punto de vista
válido frente a la realidad. Jamás se le cruzó esa herejía por la mente. Por
eso, apenas enterrado su abuelo y maestro, meditó desolado junto a la chimenea
del viejo salón, intentando interpretar con justeza y propiedad la última de
sus sabias sentencias. En ella estaba, sin dudas, la clave del que sería su
propio final, si no actuaba en consecuencia para evitar que la advertencia de
su abuelo se transformara, en definitiva, en ineludible sentencia.
Echó a los pocos sirvientes que
aún quedaban en la inmensa casona. Aún a los más fieles, los que habían cuidado
de él desde pequeño, aquellos con los que compartió las breves sonrisas de sus
días de infancia, también a ellos despidió en consideración de esa última frase
moribunda en labios de su abuelo, sin dudas, oráculo iluminado de su oscuro
futuro. Si la perdición vendría de manos de quienes estaban cerca, debería
entonces aislarse aún más del resto de los mortales, resguardándose de
eventuales perfidias y traiciones. Huiría de todo tipo de relaciones, se
apartaría del roce de la gente, desconfiaría incluso de los aparentes
bienintencionados, se recluiría, al fin, tal como le quiso advertir su abuelo con
sus últimas palabras.
Pasados ya los años, su soledad se
compara con la de su antecesor. Más cruel aún, ya que él no tuvo siquiera
alguien en quien volcar su experiencia, sus letras aprendidas o su compañía. La
ancianidad llegó con la decrepitud propia de quien ha vivido sus días solo, entre
húmedas paredes, frugales cenas, solitarias noches e inexistentes alegrías,
todo en función de evitar al máximo la posibilidad de que aquella lapidaria
frase final se hiciera manifiesta en su destino.
Mientras la tormenta arrecia allá
afuera, dentro de la vieja casona el silencio es tan cerrado que sólo lo
interrumpe el crepitar de los leños encendidos y el de sus latidos acelerados
que insisten en augurarle malos presagios. La mirada implacable de su abuelo lo
observa, autoritaria como en vida, omnipresente desde el retrato que corona la
chimenea. Al observarlo, cae en la cuenta que pese a tener ya tantas arrugas
como él, su misma calva despoblada, su misma nariz, similares sienes
encanecidas, el mismo color de ojos, pese a todo, en nada se parecen sus
miradas: la de su predecesor, implacable y segura, impone de inmediato
autoridad sobre quien la percibe, la suya, sometida y apagada, no habla más que
de tristeza, desencanto y pesadumbre.
Llega a la conclusión que, pese a
intentarlo toda su vida, jamás logró ser como él, jamás consiguió vencer sus
propios miedos y complejos, jamás se animó a ser desafiante con su destino,
todo lo contrario, optó por esconderse dentro de su propio escudo interior,
buscando escapar de la perdición que le augurara en su lecho de muerte su
venerado protector.
Al tiempo que un relámpago
inusitado atraviesa la densidad de la noche, mirando obsesivamente aquel vetusto
retrato, vuelve a recordar las lapidarias palabras que marcaron su vida desde
su juventud –quizás enterrada en ese mismo acto- y de repente, como en una
fulgurante revelación comprende todo: nadie más cercano y conocido que su
abuelo -tiránico, arrogante, huraño y mal predispuesto hacia todo y hacia
todos- nadie tan influyente en su vida como él, nadie con más poder como para
dominarlo y manejar su vida aún no estando vivo… nadie como él para llevarlo,
al fin, por arbitrio e imposición, hacia la nulidad de su vida y su persona…
hacia lo que inequívocamente resultó ser su propia perdición.
6 comentarios:
No fue como su antepasado ni fue como el mismo. No alcanzó a ser lo que podría ser, por sacrificar su propio potencial.
Creo que una de las más espantosas sensaciones que una persona puede sentir es llegar al final de su vida y darse cuenta que la desperdició sin un motivo válido, más aún, comprobando que fue manipulado por sus propios miedos.
Gracias, Demiurgo por leer y comentar.
=)
A veces, no es necesario extenderse mucho más allá de los territorios consabidos para encontrarnos con historias que paralizan, apenan y nos dejan sumidos en una especie de horror inexplicable. Tu relato, habla de la vida, una vida cercenada de experiencias de vida, paradójicamente.
Debe ser tan triste, llegar al tramo final del camino, y descubrir que nada de lo hecho fue productivo. Solo una soledad sepulcral es su única conquista. Has creado un ambiente muy denso, que logra transmitir esa categórica sentencia, con todo lo que ello implica. Te vienes poniendo a tono con este mes de terrores varios!
Muy bueno, Neo!
Besos y gracias a ti, por estar siempre acompañando!
Gaby*
Neogéminis: tu relato em ha puesto al piel de gallina.Es terrible pasar la vida sumido en la soledad mas absoluta. Para el final verse atrapado por su mismo abuelo que se ha reido de él. Una historia muy buena y mejor expuesta. Te envio una caricia y unas palabras muy amaables. Te las mereces.
al final se llega de dos maneras, como un sabio o como un estúpido
saludos, genial relato
Un relato muy sobrecogedor, donde tu protagonista fue manipulado por el dominio y control de su abuelo. Y que al final impidio sus ideales y que viviera su vida a plenitud.
Besos
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