Historia basada en un hecho real, que -antes que pregunten, aclaro- no me tuvo a mí como protagonista... y que ahora vuelvo a publicar dado mi actual escasa inspiración!
Ella era estudiante de filosofía y letras. Desde siempre se supo una exigente lectora, no todo lo que caía en sus manos era de su agrado, siempre fue muy selectiva, y como tal tenía en su personal escalafón de escritores a dos o tres que concebía como genios, como los que realmente tendrían que estar siempre en el podio de la excelencia.
Entre ese grupo estaba el que eligió para realizar su tesis final, sobre él quería escribir, quería poder entrever esa magia del que escribe y con ello consigue despertar no sólo la imaginación del lector sino que también lo acompaña en la búsqueda profunda del significado de la vida.
Sabía que su proyecto era pretencioso, sabía que por eso mismo corría el riesgo de que resultara el peor de los fracasos. Pero siempre fue caprichosa en las decisiones que tomaba y una vez que se decidía por algo no había quien lograra hacerla cambiar de opinión.
Preparó y repasó el proyecto una y mil veces. Buscó todos los datos de las biografías que de él se habían escrito. Aprendió cada detalle de su vida y obra hasta sentir la sensación que ella misma la había vivido. Releyó cada libro, cada poema, cada cuento, con la minuciosidad de quien está a punto de enfrentar un momento decisivo y sumamente esperado y no quiere dejar detalle en manos de la improvisación.
Recurriendo a las mejores fuentes consiguió el número de teléfono del maestro.No lo podía creer, estaba frente a la posibilidad cierta de concertar una entrevista con aquél que desde niña le abriera las puertas de la poesía y el amor por la literatura.
Sabía también, que eran muy pocas las probabilidades de que pudiera concertar una reunión, el hombre era ya mayor, sumamente famoso y muy solicitado por todo tipo de medios. Precisamente en esos días había tenido oportunidad de ver por televisión un reportaje que le habían realizado en un programa de un canal capitalino. El entrevistador estaba a la altura de la situación, pero más de una vez había resultado, a su criterio, demasiado obvio en las preguntas que realizaba, perdiendo la oportunidad de explorar en aspectos poco difundidos de la obra del escritor.
Precisamente a ella le interesaba bucear en ellos para intentar conectarse particularmente con los pormenores del proceso creativo y la inspiración en cuanto a los temas filosóficos que sostenían la obra literaria.
Se le ocurrió pensar que tal vez no debía pretender demasiado de la improbable entrevista, y muchas veces se veía tentada de abandonar lo que sin lugar a dudas sería un privilegio al que pocos y muy selectos personajes pudieron acceder.
Pero como además de joven era terca, no quiso darse por vencida sin intentarlo. Hizo una guía de lo que debía preguntar cuando la atendieran por teléfono, porque no quería que la memoria le jugara una mala pasada. Se esmeró por ser concisa pero sin dejar de dar detalles sobre su particular admiración sobre la obra del maestro. Apelaría a la humildad que había escuchado tanto alabar en él, porque a pesar de encontrarse en el momento de mayor fama y prestigio, se decía que el hombre era muy sencillo y de buen trato.
Al fin se decidió y cuando ya tenía resuelto el tema del viaje y del hospedaje, juntó coraje y marcó el número.
El teléfono sonó varias veces sin que nadie lo atendiera, cuando ya estaba por colgar, una voz de mujer preguntó quién hablaba. La joven tartamudeó un poco al principio, pero enseguida logró encaminar correctamente la conversación, presentándose para solicitar la entrevista.
Apenas unos minutos más de espera y la respuesta la dejó casi sin palabras. El viejo escritor aceptó de buen grado recibirla, acordándose una tarde de la siguiente semana para concretar la reunión, que sería obviamente en su casa, ya que el hombre, ya muy mayor y ciego, no quería trasladarse.
La rápida resolución de los acontecimientos la tomó por sorpresa, quedando perpleja por lo fácil que le había resultado aquello que desde el vamos intuyó como una verdadera locura, muestra de su gran desparpajo rayano en la imprudencia.
Luego que le dejaran de temblar las manos hizo una lista con las preguntas que tenía en mente para organizar el temario, aunque creía que lo mejor sería, si la situación así lo permitiera, dejar que el maestro hablara libre, sin la insidia de preguntas preconcebidas.
Estuvo cavilando el resto de la semana por el cariz que prefería tomara la reunión, no quería parecer irreverente, pero tampoco convencional. Ni uno ni lo otro sería bueno para evitar que el encuentro se convirtiera en algo muy breve que no rindiera buenos frutos.
Toda esa tensión y la ansiedad que le producía el hecho próximo de encontrarse frente a su admirado escritor hacía que, por momentos, el objetivo último del encuentro -que era realizar la tesis decisiva de su carrera- pasara a segundo plano, siendo suficiente como logro, el privilegio que iba a tener: estar frente a frente con uno de los más grandes de la literatura contemporánea.
Los días pasaron más lento de lo que ella deseaba, pero al fin la fecha señalada llegó, y la joven emprendió su tan esperado viaje a la capital.
La ansiedad era tan grande que ni siquiera se detuvo en disfrutar de los árboles recién reverdecidos, ni de las primeras flores de la primavera que había coincidido en llegar con ella.
El edificio de departamentos estaba ubicado en una elegante calle de la zona más tradicional de la ciudad porteña.
Luego de anunciarse por el portero eléctrico, la misma voz de mujer que la había atendido en el teléfono, la invitó a subir.
Sin exageraciones ni carencias, la suntuosa lámpara de cristal que señoreaba en el techo de yeso decorado con molduras despertaba respeto a quien cruzaba por primera vez aquel hall.
Un espejo de bordes biselados duplicaba su figura que parecía, sin motivo, haberse vuelto más pequeña.
El ascensor subía lentamente, mientras su corazón, por el contrario, se aceleraba con rapidez.
Apenas unos segundos frente a la puerta del departamento, y una señora mayor, de aspecto sencillo, la invitó a pasar hasta la sala, donde, envuelto en la tenue luz de la tarde, el viejo escritor se encontraba solo, sentado en un sillón de pana roja, con sus manos cruzadas reposando sobre su bastón que formaba parte inseparable de su persona desde que se había quedado ciego.
Con la mirada lejana, atento a los menores sonidos, aquél hombre sabio y discreto, la esperaba para satisfacer su más atrevida ocurrencia. Con un hilo de voz, apenas pudo pronunciar su nombre cuando la criada la presentó y el hombre, mirándola sin verla, le extendió la mano para saludarla.
Sin duda su nerviosismo la delató, el temblor que la recorría de pies a cabeza no pudo pasar desapercibido, a pesar de la ceguera.
Con una inesperada calma, el hombre fue el que comenzó a preguntar, allanando el camino que hasta ese momento se presentaba cuesta arriba.
Poco a poco y sin que ella se diera cuenta, ya estaban hablando de literatura, recuerdos, anécdotas, viajes, familia... regalándole así la vida, aquella oportunidad reservada para unos pocos.
El anciano le relató los pasajes de su niñez, muy especial y solitaria debido al temor que sus padres tenían de que él y su hermana contrajeran alguna enfermedad - comunes en aquella época - por lo que crecieron solos entre las paredes de la casona familiar, educados por varias institutrices y rodeados de libros.
Una a una se sucedieron las anécdotas y el tiempo parecía revivirse para los apagados ojos del anciano y para su embelesada interlocutora. Por momentos se dedicaron a recorrer, él con la memoria y ella con los ojos, los maravillosos tesoros de su biblioteca.
Hablaron de tigres, de laberintos, de la magia de los espejos. No faltó a la cita el tema de la muerte ni tampoco el de la búsqueda de la trascendencia. Cada una de aquellas palabras tan ciertas volaban blandamente desde los labios del anciano hasta el corazón de la joven.
De improviso, el ama de llaves entró a la sala y le preguntó si le resultaba inconveniente que ella se ausentara por una media hora, para realizar unos trámites. La joven, bastante confusa, le dijo que no había ningún problema, que no tenía límite de horarios, por lo que podía salir tranquila. La mujer le agradeció y se fue enseguida.
Mientras la charla se hacía cada vez más amena, un viejo reloj de pared sonó anunciando que ya eran las cinco de la tarde - hora del té – interrumpió gentilmente el hombre, y con una de sus más abiertas sonrisas la invitó a dirigirse hacia la cocina, donde le pidió, si era tan amable, de preparar ella misma el té que iban a compartir.
Aquel pedido singular la hizo otra vez entrar en la noción de lo extraordinario de la situación que estaba viviendo: no sólo había podido concretar una larga y fructífera entrevista con el autor de los mejores poema y cuentos que había leído en toda su vida, sino que , además, ahora se le había agregado el privilegio, no sólo de ser invitada, sino de preparar con sus propias manos, el té que una tarde muy especial de primavera, el señor Jorge Luis Borges iba a compartir con ella conversando ambos en la cocina de su casa.
Ella era estudiante de filosofía y letras. Desde siempre se supo una exigente lectora, no todo lo que caía en sus manos era de su agrado, siempre fue muy selectiva, y como tal tenía en su personal escalafón de escritores a dos o tres que concebía como genios, como los que realmente tendrían que estar siempre en el podio de la excelencia.
Entre ese grupo estaba el que eligió para realizar su tesis final, sobre él quería escribir, quería poder entrever esa magia del que escribe y con ello consigue despertar no sólo la imaginación del lector sino que también lo acompaña en la búsqueda profunda del significado de la vida.
Sabía que su proyecto era pretencioso, sabía que por eso mismo corría el riesgo de que resultara el peor de los fracasos. Pero siempre fue caprichosa en las decisiones que tomaba y una vez que se decidía por algo no había quien lograra hacerla cambiar de opinión.
Preparó y repasó el proyecto una y mil veces. Buscó todos los datos de las biografías que de él se habían escrito. Aprendió cada detalle de su vida y obra hasta sentir la sensación que ella misma la había vivido. Releyó cada libro, cada poema, cada cuento, con la minuciosidad de quien está a punto de enfrentar un momento decisivo y sumamente esperado y no quiere dejar detalle en manos de la improvisación.
Recurriendo a las mejores fuentes consiguió el número de teléfono del maestro.No lo podía creer, estaba frente a la posibilidad cierta de concertar una entrevista con aquél que desde niña le abriera las puertas de la poesía y el amor por la literatura.
Sabía también, que eran muy pocas las probabilidades de que pudiera concertar una reunión, el hombre era ya mayor, sumamente famoso y muy solicitado por todo tipo de medios. Precisamente en esos días había tenido oportunidad de ver por televisión un reportaje que le habían realizado en un programa de un canal capitalino. El entrevistador estaba a la altura de la situación, pero más de una vez había resultado, a su criterio, demasiado obvio en las preguntas que realizaba, perdiendo la oportunidad de explorar en aspectos poco difundidos de la obra del escritor.
Precisamente a ella le interesaba bucear en ellos para intentar conectarse particularmente con los pormenores del proceso creativo y la inspiración en cuanto a los temas filosóficos que sostenían la obra literaria.
Se le ocurrió pensar que tal vez no debía pretender demasiado de la improbable entrevista, y muchas veces se veía tentada de abandonar lo que sin lugar a dudas sería un privilegio al que pocos y muy selectos personajes pudieron acceder.
Pero como además de joven era terca, no quiso darse por vencida sin intentarlo. Hizo una guía de lo que debía preguntar cuando la atendieran por teléfono, porque no quería que la memoria le jugara una mala pasada. Se esmeró por ser concisa pero sin dejar de dar detalles sobre su particular admiración sobre la obra del maestro. Apelaría a la humildad que había escuchado tanto alabar en él, porque a pesar de encontrarse en el momento de mayor fama y prestigio, se decía que el hombre era muy sencillo y de buen trato.
Al fin se decidió y cuando ya tenía resuelto el tema del viaje y del hospedaje, juntó coraje y marcó el número.
El teléfono sonó varias veces sin que nadie lo atendiera, cuando ya estaba por colgar, una voz de mujer preguntó quién hablaba. La joven tartamudeó un poco al principio, pero enseguida logró encaminar correctamente la conversación, presentándose para solicitar la entrevista.
Apenas unos minutos más de espera y la respuesta la dejó casi sin palabras. El viejo escritor aceptó de buen grado recibirla, acordándose una tarde de la siguiente semana para concretar la reunión, que sería obviamente en su casa, ya que el hombre, ya muy mayor y ciego, no quería trasladarse.
La rápida resolución de los acontecimientos la tomó por sorpresa, quedando perpleja por lo fácil que le había resultado aquello que desde el vamos intuyó como una verdadera locura, muestra de su gran desparpajo rayano en la imprudencia.
Luego que le dejaran de temblar las manos hizo una lista con las preguntas que tenía en mente para organizar el temario, aunque creía que lo mejor sería, si la situación así lo permitiera, dejar que el maestro hablara libre, sin la insidia de preguntas preconcebidas.
Estuvo cavilando el resto de la semana por el cariz que prefería tomara la reunión, no quería parecer irreverente, pero tampoco convencional. Ni uno ni lo otro sería bueno para evitar que el encuentro se convirtiera en algo muy breve que no rindiera buenos frutos.
Toda esa tensión y la ansiedad que le producía el hecho próximo de encontrarse frente a su admirado escritor hacía que, por momentos, el objetivo último del encuentro -que era realizar la tesis decisiva de su carrera- pasara a segundo plano, siendo suficiente como logro, el privilegio que iba a tener: estar frente a frente con uno de los más grandes de la literatura contemporánea.
Los días pasaron más lento de lo que ella deseaba, pero al fin la fecha señalada llegó, y la joven emprendió su tan esperado viaje a la capital.
La ansiedad era tan grande que ni siquiera se detuvo en disfrutar de los árboles recién reverdecidos, ni de las primeras flores de la primavera que había coincidido en llegar con ella.
El edificio de departamentos estaba ubicado en una elegante calle de la zona más tradicional de la ciudad porteña.
Luego de anunciarse por el portero eléctrico, la misma voz de mujer que la había atendido en el teléfono, la invitó a subir.
Sin exageraciones ni carencias, la suntuosa lámpara de cristal que señoreaba en el techo de yeso decorado con molduras despertaba respeto a quien cruzaba por primera vez aquel hall.
Un espejo de bordes biselados duplicaba su figura que parecía, sin motivo, haberse vuelto más pequeña.
El ascensor subía lentamente, mientras su corazón, por el contrario, se aceleraba con rapidez.
Apenas unos segundos frente a la puerta del departamento, y una señora mayor, de aspecto sencillo, la invitó a pasar hasta la sala, donde, envuelto en la tenue luz de la tarde, el viejo escritor se encontraba solo, sentado en un sillón de pana roja, con sus manos cruzadas reposando sobre su bastón que formaba parte inseparable de su persona desde que se había quedado ciego.
Con la mirada lejana, atento a los menores sonidos, aquél hombre sabio y discreto, la esperaba para satisfacer su más atrevida ocurrencia. Con un hilo de voz, apenas pudo pronunciar su nombre cuando la criada la presentó y el hombre, mirándola sin verla, le extendió la mano para saludarla.
Sin duda su nerviosismo la delató, el temblor que la recorría de pies a cabeza no pudo pasar desapercibido, a pesar de la ceguera.
Con una inesperada calma, el hombre fue el que comenzó a preguntar, allanando el camino que hasta ese momento se presentaba cuesta arriba.
Poco a poco y sin que ella se diera cuenta, ya estaban hablando de literatura, recuerdos, anécdotas, viajes, familia... regalándole así la vida, aquella oportunidad reservada para unos pocos.
El anciano le relató los pasajes de su niñez, muy especial y solitaria debido al temor que sus padres tenían de que él y su hermana contrajeran alguna enfermedad - comunes en aquella época - por lo que crecieron solos entre las paredes de la casona familiar, educados por varias institutrices y rodeados de libros.
Una a una se sucedieron las anécdotas y el tiempo parecía revivirse para los apagados ojos del anciano y para su embelesada interlocutora. Por momentos se dedicaron a recorrer, él con la memoria y ella con los ojos, los maravillosos tesoros de su biblioteca.
Hablaron de tigres, de laberintos, de la magia de los espejos. No faltó a la cita el tema de la muerte ni tampoco el de la búsqueda de la trascendencia. Cada una de aquellas palabras tan ciertas volaban blandamente desde los labios del anciano hasta el corazón de la joven.
De improviso, el ama de llaves entró a la sala y le preguntó si le resultaba inconveniente que ella se ausentara por una media hora, para realizar unos trámites. La joven, bastante confusa, le dijo que no había ningún problema, que no tenía límite de horarios, por lo que podía salir tranquila. La mujer le agradeció y se fue enseguida.
Mientras la charla se hacía cada vez más amena, un viejo reloj de pared sonó anunciando que ya eran las cinco de la tarde - hora del té – interrumpió gentilmente el hombre, y con una de sus más abiertas sonrisas la invitó a dirigirse hacia la cocina, donde le pidió, si era tan amable, de preparar ella misma el té que iban a compartir.
Aquel pedido singular la hizo otra vez entrar en la noción de lo extraordinario de la situación que estaba viviendo: no sólo había podido concretar una larga y fructífera entrevista con el autor de los mejores poema y cuentos que había leído en toda su vida, sino que , además, ahora se le había agregado el privilegio, no sólo de ser invitada, sino de preparar con sus propias manos, el té que una tarde muy especial de primavera, el señor Jorge Luis Borges iba a compartir con ella conversando ambos en la cocina de su casa.
11 comentarios:
Privilegio de pocos.
Incluso es un privilegio conocer a quien lo haya vivido.
¡Qué privilegio! Una oportunidad única que sin duda aprovechó la muchacha. ¿Quién no hubiera querido hablar con Borges, compartir charla y té? ¡Qué maravilla y qué envidia!
Besos
Salud y República
Ohh que bonito tener ese privilegio de tomar un te en compañia de una persona que admiras por sus libros...
Precioso, que buen recuerdo.
Primavera
!Madre mía, quien no daría cualquier cosa por estar con Borges tomando un té y hablando -mejor oyendo al maestro hablar de su niñez, de sus poemas, de sus cuentos, de la vida, de la literatura-, desde luego Neo, menudo té entre tigres y laberintos, afortunada como pocos, ella.
Mil besotes gordotes
Magnífica historia que me hubiera encantado vivir. Un beso
Nunca sabes cuando surgirá esa oportunidad única en la vida, ¿verdad?
Besossss
Hay una frase que siempre he dicho. Se triunfa en todo,cuando no se retrocede ante nada!
Hola Monique, que lindo relato, que maravillosa experiencia, el fracaso se da cuando no lo intentas, que maravilla sentarse y compartir el te con un personaje!
Que todo este bien en tu vida amiga bella, que tu papi este super bien,
Un beso mujer
Una experiencia maravillosa digna de ser vivida. ¡Cómo me habría gustado!Un escritor del que soy una gran admiradora.
Preciosa historia Mónica.
Un abrazo.
Yo tuv el privilegio de estar mesa con mesa de Alberti y sólo fui capaz de pedirle un autógrafo, en mi decargo debo decir que era muy niño, años más tarde cnocí a un director de tetro muy célebre y me dijo que no tenía que estar mediatizado por estos personajes, porque van al baño como todos nosotros.
Un besote.
Yo tuve a mi lado a Rafael Alberti siendo muy crío y sólo fui capaz de pedir un autógrafo, años más tarde hablando con un famoso direcftor de teatro me dijo que todos los famosos van a W.C. y me quito muchos mitos de la cabeza, pero no por ello dejé de admirar a muchos de ellos/ellas.
veo que ha habido paralelismos entre nuestros escritos, gracias por permitirme llegar a él. Ahora quisiera que me cuentes si hay algo de verdad o es ficción pura.
un abrazo
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