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martes, 17 de noviembre de 2009

LOS ÁNGELES MÁS SUFRIDOS NO SUELEN TENER ALAS (Capítulo 2)




Capítulo 2: Algo que no sabría definir


“Los ángeles más sufridos no suelen tener alas” alguna vez le dijo alguien a modo de fácil e inútil consuelo a sus heridas. Y por algunos breves instantes le creyó…y casi asomó a sus labios una sonrisa.

Pero no es así, concluyó al poco tiempo, y la soledad descascaró la débil esperanza que intentó formarse en su interior a modo de tabla de salvación.

Los hombres suelen apelar hasta a las más indignas mentiras para conquistar o engañar a una mujer, y ella ya las ha conocido todas. Nada puede sorprenderla a estas alturas. Sólo la certeza de poder sobrevivir otro día, y a veces eso no alcanza para persistir en el duro oficio de no caer abatida ante la desesperanza.

Sintiendo la inminencia de algo que no sabría definir, ella camina bajo la llovizna que se inicia en esa mañana, gris y fría como tantas, intentando esquivar los charcos embarrados que se forman entre las grietas del asfalto.

Intentando guarecerse bajo un periódico que encontró en una ventana sucia, se apura para llegar hasta la entrada de un negocio que le brinda, generoso, el cobijo de su alero. Allí se queda unos minutos mirando la lluvia caer con impaciencia sobre la irregularidad del empedrado. El monocorde llanto del aguacero parece querer fundirse con la tristeza de sus evocaciones, que se empeñan en aflorar cuando menos se lo espera.

Un atisbo de la tibieza de otros tiempos despliega sus alas frente a su infinita soledad y en aquel rincón ignoto de una ciudad que recién despierta, ella insiste en guardar sus penas con los cuatro billetes que lleva en su cartera. Se resiste a la tentación de ver de frente sus recuerdos y en clara rebeldía hacia la lógica que le pide que aguarde allí intentando mantenerse seca, opta por seguir su camino atravesando el parque.

Apenas cruza la avenida lo ve. Parece un bulto abandonado. Restos de algo que alguna vez fue útil.

Bajo lo que aparenta ser una frazada un pobre viejo tirita por el frío, la lluvia y la fiebre. Es un borracho más tirado entre los desechos de un mundo que lo ignora. Nada especial. Sólo un gemido en la inclemencia de un día que nace bajo el aguacero. Otro sin nombre que alguna vez fue niño, fue sueños, fue esperanza…o quizás ni siquiera tuvo esa suerte.

Allí está. Semioculto por la vana protección de un árbol que apenas logra brindar refugio a unos pájaros. Aterido de miedo, aguarda, sin más compañía que su inmundicia, a que de una vez por todas se lo lleve la muerte.

Por alguna razón que la joven no alcanza a distinguir algo en ese pobre ser atraviesa la coraza de su conciencia y le pide ayuda.

No está en ella tender la mano a un necesitado. No suele suceder. No está entre lo que acostumbra. Es ella la que suele estar de ese otro lado, pidiendo sin palabras. Aguardando sin ser oída.

Tampoco hay mucho que esté a su alcance hacer. No sabe cómo aliviarlo. No tiene más abrigo que el que lleva puesto, no hay alguien cerca a quien pueda socorrerlo.

Contrario a sus instintos, a pesar de la intensidad de la lluvia que no afloja, ella se aproxima y logra ver de cerca aquel rostro oscuro y sufriente.

Las huellas del tiempo han dejado profundos surcos en lo que ayer debió haber sido piel y ahora aparenta ser tan duro como cuero. Apenas dientes asoman en esa boca que apesta a vino y a dolores viejos. Su mirada lo dice todo y en silencio, implora un poco de compasión.

En vano ella le pregunta su nombre. Su inquietud no recibe respuesta. Una y otra vez intenta que aquel viejo le diga algo, pero sólo gruñidos y lamentos logra escuchar bajo la lluvia.

A esas alturas agota el máximo compromiso que su propia indignidad le permite y decide irse. Apenas unas calles y pronto llegará al certero refugio de su cuarto de pensión, que ahora se le antoja poco menos que un palacio con la calidez de sus paredes sólidas y su lecho seco.

Mientras intenta apurar el paso para no tener que permanecer frente a frente con su conciencia un minuto más, algo en su interior le oprime el corazón y la fuerza a detenerse.

Quizás pudiera hacer algo más por él. No mucho, tan sólo dar aviso. Pedir una ambulancia. Llamar a quien pueda ayudarlo. No se ve a nadie alrededor. No sólo la hora conspira contra sus planes, también la inclemencia de esa mañana inhóspita parece querer implicarla en lo que ahora se le ocurre casi un imposible rescate.

Soportando como puede el peso y el hedor de aquel viejo que ni entiende donde está, consigue con mucho esfuerzo arrimarlo hasta una banca cercana a la avenida y allí logra sentarlo. En vano intenta cubrirlo con el periódico para aliviar en algo la molestia de la lluvia.

Haciendo señas casi desesperadas, mojándose íntegra como no recuerda haberlo hecho alguna vez, la muchacha intenta detener un taxi. Consigue llamar la atención de uno que se acerca, pero, al ver que la joven pretende subir también al viejo, acelera de inmediato sin mediar ni una palabra de disculpa o excusa.

Toma entonces conciencia de la burda situación en la que el destino y su inusual vocación de comedida la han puesto: una prostituta y un viejo pordiosero borracho y enfermo intentando conseguir transporte bajo una lluvia torrencial que se encarga de marcarles sin piedad la crudeza de la realidad: a nadie le importan.

Se ve tentada una y otra vez por lo que en otro momento hubiese sido lo más sensato: ocuparse de sí misma y abandonar a aquel infortunado a su suerte. La calle es así de cruel. Cada quien vela por su propia supervivencia y no se juzgan las miserias humanas. No hay nada que la obligue a seguir adelante con ese incómodo rescate. Se probó a sí misma que lo intentó. No salió bien, eso es todo y no se puede pretender mucho más de alguien como ella. Eso es real…

Pero aunque quiere, no puede marcharse…


(continuará)

10 comentarios:

Lala dijo...

Puede que ella sea la única alma humana capaz de entender los sentimientos y la situación del hombre y es por eso, por verse reflejada en ellos, que no puede abandonarlo sin más.
Sólo el que ha pasado y padecido ciertas cosas puede comprender a un semejante de esa manera tan especial.

Me gusta su alma solidaria :D


Un beso


Lala

MORGANA dijo...

Cuando te ves metido de lleno en el pozo ,es cuando te das cuenta de la dura realidad.Por eso algo dentro de ella martillea hasta obligarla a socorrerle.
Quizás en el fondo es un alma buena.
Besos.MJ

Marisol Cragg de Mark dijo...

Yo creo que aunque uno sufra mucho con algo que a uno no le guste hacer, no necesariamente tiene ni que dejar de volar la imaginación para soportar mejor la vida ni dejar de ayudar a los otros. Uno, al final, nunca sabe para quién trabaja.
Te dejo un abrazote desde el otro lado del charco.

yonky dijo...

Creo que le comenzaron a crecer alas

...veremos.....----

NADA dijo...

Como respuesta a éste artículo, hemos publicado otro en http://www.magiaangelica.blogspot.com
Fraternal saludo, Negeminis.
Jesús

Alhena dijo...

No puede marcharse, ella comprende bien lo que es el abandono, lo que es dolor y que el frio te atraviese hasta llegar al alma.

Situaciones muy tristes.
Hasta la próxima. Un abrazo.

Nancy dijo...

Sigo atrapada en tu relato. No quiero comentar más sobre el argumento que me tiene en suspenso... solo quiero insistir en tu capacidad narrativa. Dices las cosas de una manera tan exacta... Neo, realmente eres buena.

Anónimo dijo...

la caridad tiene un límite: si no sale por sí sola, hay que parar

Anónimo dijo...

Termino de leer la tercera parte y comento, pero creo que al igual que muchos que te han escrito sólo alguien que ha pasado por ciertas cosas puede entender el sufrimiento de otros.
Eres buena! Muy buena!
BEsos

Anónimo dijo...

Es evidente que hay mucho que aprender acerca de esto. Creo que hizo algunas cosas buenas en características también. Sigue trabajando, gran trabajo!

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