EXTRAÑO JUEGO DE REFLEJOS - Segunda Parte

LA MALDAD ESPEJADA Una tarde de lluvia y hastío como tantas, recordó su vieja creencia sobre aquel portal mágico escondido en el espejo del descanso de la escalera. Ni siquiera sintió añoranzas de su inocencia. Sólo se quedó allí, abstraída frente a su reflejo, menudo y oscuro como su vida misma, suspendiéndose por un instante el frágil contacto que la ataba a su cotidiana infelicidad. Fue esa la primera vez que lo vio. Se erguía frente a ella, aparentando ser su reflejo. Pero no era eso. Era sin duda algo más perverso, más oscuro, mucho más malévolo. Un monstruoso ser que imitaba su propia apariencia mortecina pero con una extraña llamarada siniestra en la mirada la contemplaba desafiante desde el otro lado del espejo. Un flujo helado le recorrió la espalda desde la base del cuello hasta la cintura. El grito de terror se le ahogó en la garganta y ni siquiera logró mover un dedo a pesar que su cuerpo entero buscaba salir huyendo de allí. Extrañamente fue la odiada voz de su institutriz la que logró quebrar aquel hechizo siniestro, haciendo que sus piernas le respondieran y lograran de una vez por todas bajar la escalera hasta donde aguardaba la mujer sumamente molesta por su tardanza. Temblando como una hoja, buscando apartar de su mente la horrible sensación que aún la embargaba, logró apenas concentrarse en las partituras que la esperaban para ser ejecutadas. Su padre, también visiblemente molesto por la demora, aguardaba para comprobar sus progresos en el piano, instrumento que ella había terminado odiando por la cruel coacción con la que se le impusiera su aprendizaje. La espantosa visión que hacía unos minutos había enfrentado sin duda hizo que tocara peor que de costumbre. Sus frecuentes imperfecciones se convirtieron en obvios equívocos, lo que hizo que su padre mostrara sin tapujos su enojo y se alejara de allí dando un fuerte portazo. Como era de esperar el enojo de la institutriz no se hizo esperar y el castigo que le impuso fue ejemplar. No sólo debía esa noche irse a acostar sin cenar, sino que además, a partir de ese día se duplicarían las horas de práctica de piano, reduciéndose drásticamente el tiempo dedicado a sus caminatas. El castigo la dejaba casi sin la posibilidad de ver el cielo, circunscribiendo su contacto con el aire libre a unos breves momentos por las tardes. Mientras subía angustiada uno a uno los peldaños hacia su cuarto, recordó de improviso su fugaz encuentro con aquel malvado ser que habitaba el otro lado del espejo. Al mismo tiempo que contemplaba en él la figura de su institutriz que subía tras de sí, logró ver que otra vez, su propia imagen se trastocaba convirtiéndose en aquel ser que la había aterrorizado minutos antes. No supo bien cómo sucedió, no pudo verlo directamente pero de haber sido posible, hubiese jurado que esa misma entidad empujó a su institutriz escaleras abajo, haciéndola rodar torpemente, hasta que su cuello golpeó con mucha fuerza contra una de las columnas que enmarcaban el hall de la entrada. El ruido a cervicales rotas se asemejó al de una varilla quebrada contra una piedra. Tampoco recordó detalladamente lo que pasó después. Su propios gritos, la llegada de los sirvientes acudiendo en auxilio de la infortunada mujer, su padre de apariencia imperturbable contemplando la escena, los quejidos balbuceantes de la institutriz que ya no pudo moverse nunca más, sus propias manos crispadas intentando detener lo que ya había sucedido… y aquella impiadosa sonrisa maléfica que la contemplaba desde el espejo, poniéndole claro punto final a quien fuera su torturadora durante largos años: su malvada institutriz A partir de ese día, la muchacha se sintió más y más culpable. Al ver a la otrora soberbia preceptora postrada para siempre en ese sillón de ruedas, luciendo la macabra y perpetua mueca que se instaló en su rostro desde el momento mismo del accidente, la pobre muchacha no lograba quitarse de la cabeza la idea de que aquel ser maléfico del espejo hubiese materializado su propio odio contenido, buscando de esa manera, vengarse de la avinagrada mujer que tanto la había amedrentado. Al contemplarla ahora, tan inútil, tan anulada, no podía dejar de admitir que algo dentro de ella no lamentaba las consecuencias de aquella horrible caída… más bien se alegraba, con una perfidia vil y ruin que jamás imaginó siquiera que pudiera existir. Quiso además su cruel venganza que la parálisis produjera aquel extraño rictus facial que hacía que quien contemplase a la desafortunada mujer no lograra dominar por mucho tiempo la tentación de reírse ante aquella cómica careta en la que había quedado convertido su rostro. No lograba entender cómo ni qué era lo que habitaba el extraño mundo del espejo, pero sin duda era malévolo y de alguna manera también tenía la certeza que era parte de ella misma, y esa convicción no hacía más que aumentar el terror que le provocaba. En los días y meses subsiguientes varios acontecimientos fueron consolidando su presunción. Momentos antes que volviera a ver su propia imagen distorsionada maléficamente en el reflejo de una ventana, una de las mucamas había roto, sin proponérselo sin duda, una frágil estatuilla recuerdo de su madre muerta. Al rato, esa misma mucama, en forma inexplicable se quemaba seriamente la mano volcándose agua hirviente sobre ella. Al poco tiempo, durante sus recuperadas caminatas, uno de los jardineros hizo disimuladamente un comentario ofensivo sobre ella, quien como siempre, vestía totalmente de negro a pesar de lo primaveral de la tarde. Horas más tarde, cuando en el cristal de una ventana ella volvía a ver aquel ser horripilante transfigurarse a partir de su propio reflejo, ese mismo jardinero sufría un infortunado accidente con una azada, motivo por el cual debió amputársele un dedo. Más de una vez, luego de soportar injustificados retos por parte de su padre, no sin mucha inquietud por lo que pudiera pasar, lograba divisar desde lejos y reflejada, aquella criatura malvada que otra vez preparaba sus venganzas haciendo derramar vino sobre algún documento importante o comenzando un limitado y repentino incendio entre los papeles del escritorio. Ya no tenía ninguna duda. Aquel ser espantoso estaba unido inexplicablemente a ella, más aún, a veces llegaba a pensar que se trataba de ella misma, maléficamente desdoblada. En su inmensa soledad, su dolor, de alguna manera había logrado tomar cuerpo y dar rienda suelta a todo el odio que se había gestado en su interior, sentimiento este tan bajo y mezquino, que al presentirlo, su cuerpo entero se paralizaba y anulaba totalmente su capacidad de respuesta. En forma paralela, en aquel otro lado del mundo de los reflejos, ese mismo odio iba absorbiendo toda esa inmundicia acumulada, tomando forma e identidad propia buscando descargar lo que su propio corazón - alguna vez limpio e inocente - se negaba a aceptar. (continuará)