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sábado, 4 de abril de 2009

CABARET - Parte Final












Como casi todas las cenas, la de esa noche transcurrió tranquila y sin sobresaltos. El hombre elogió el guiso que le había preparado su mujer, despachó a los hijos a dormir y se dispuso a cubrir su guardia nocturna como acostumbraba todos los jueves, viernes y sábados desde hacía ya bastante. Habitualmente antes de salir, el hombre pasaba por su escritorio y se demoraba unos minutos buscando algo que, casi siempre se olvidaba.

De improviso, la mujer obedeció a un impulso incontrolable y con sumo cuidado espió a su marido mientras éste, silenciosamente levantaba las tablas sueltas del piso y metiendo una mano en el cofre, retiraba algunos billetes que guardó en secreto en su bolsillo. Sin hacerle notar que lo había espiado, y con más culpa que indignación, la mujer se animó a pedir al esposo algo de dinero extra para gastos de la escuela de los chicos. Entre regañadientes y quejas el hombre sacó unas cuantas monedas del bolsillo de su chaqueta y despotricando contra todos, las dejó con desgano sobre la mesa. Luego, como siempre, se puso su abrigo y se fue a trabajar.

Esa noche y a solas, la mujer buscó mil excusas para justificar aquella conducta mezquina de su marido, aquel que, hacía ya varios siglos, la había desposado para cuidarla y protegerla.

Mientras la música del cabaret invadía la habitación semi oscura, confundiéndose con las lentejuelas y las piedras de cristal, dos lágrimas brillantes humedecieron sus ojos y sus mejillas.

Mientras soñaba con estar rodeada por la seda que bordaba, la necesidad de aire fresco se apoderó de ella y casi sin darse cuenta se encontró caminando por la calle hacia el cabaret. La música se escuchaba cada vez más fuerte y entre las luces amarillas de los balcones, doña Resignación imaginaba estar allí arriba, libre de todo prejuicio, luciendo con arte y seducción el vestido que acababa de terminar.

El tiempo y el espacio debieron trastocarse bajo la luna, porque de repente, ya no estaba en la vereda de enfrente sino cruzando la puerta misma de aquel delirante lugar. Sin entender cómo nadie la vio, pudo contemplar desde atrás de un cortinado las escenas que más de una vez se había esforzado por imaginar: hermosas mujeres con poca ropa que lucían su belleza ante los hombres de aquel pueblo tan suyo, pero que desde esa perspectiva parecían pertenecer a otra dimensión.

Sobre el escenario, desplegando todo su arte, quien le había encargado renovar su vestuario ahora lo lucía, provocativa, bajo aquellas luces azules y rojas que teñían de misterio hasta sus propios suspiros.

Al terminar el número, luego de un meloso saludo, la cantante recibía feliz aquella marea de halagos y agitación que trastocaba a cada uno de los hombres del público que, rugiendo a gritos, golpeteaba el piso con los pies, para obtener un bis que prolongara aquella desvelada magia.

Doña Resignación pudo, desde el ángulo en que estaba y gracias a un reflector que seguía los pasos de la artista, reconocer a varios personajes del pueblo entre la platea: estaba el médico, el profesor de uno de sus hijos, el hermano de su vecina, y sentado en una mesa cercana al escenario rodeado por dos rubias que brindaban y reían sin parar pudo distinguir al padre de sus pequeños, quien todos los domingos protestaba luego de la misa, por el inconveniente de vivir cerca de aquel tugurio.

Quizás fue el estruendo de la puerta al salir, quizás fue la caída del velo que llevó por años frente de sus ojos, pero cuando doña Resignación regresó a su casa tuvo la total convicción de que se habían roto muchas cosas.

Sin palabras recogió las telas y los encajes. Acomodó los hilos y las mostacillas y como todas las noches se acostó en su cama, esperando despierta que regresara su marido.

Las imágenes se superponían en su cabeza, el vestido, las maderas del piso, el dinero, los años de privaciones, las noches en vela cosiendo sin parar, los hijos, las monedas sobre la mesa, las luces, las mujeres riendo, los aplausos, la luna, sus sueños, su vida que se iba…

Como todas las noches el hombre llegó cansado, casi sin fuerzas para quitarse la ropa, se tendió sobre la cama en que ella está acostada y mientras un breve ruido seco se le escapaba a modo de queja, se quedó dormido sin siquiera saber si ella estaba a su lado.

Resignación se levantó sigilosa. Como una autómata, fue hasta la cocina y con una enorme rabia abrió el cajón de los cuchillos. La luz de la luna se filtraba por una hendija de la ventana y hacía que el filo de las hojas brillaran en la oscuridad.

La mujer recogió todo su odio, su desengaño, sus sueños rotos, la estupidez que la mantuvo anulada por años y obnubilada por la rabia tomó casi sin pensarlo uno de los puñales. Un último atisbo de lucidez la interrumpió…una imagen amada la volvió a la cordura: sus hijos durmiendo en la otra habitación.

Con el cuchillo todavía entre sus dedos Resignación permanecía en silencio con la mirada en la lejanía. Balanceando su indignación y su impotencia frente a lo que sabía que estaba mal, que no debía suceder, trató de no caer en la locura.

La serenidad fue ganando terreno en su cabeza y de improviso se incorporó para guardar lo que casi fue un arma asesina. Regresó a su cama, se acostó nuevamente en su lecho, sabiendo que no podría dormir.

Pensó. Decidió. Planeó.

A la mañana temprano, como siempre, Resignación preparó el desayuno, cuando el café estaba humeante y tostado el pan, su marido entró a la cocina, apenas saludando con un gesto de cabeza.

Ella evitó responder al saludo, disimulando al preguntar si quería que le agregue algo más para el almuerzo. Luego de complacer el pedido se dedicó a atender a sus hijos que se desperezaban en sus camas.

Como todas las mañanas el hombre se despidió de su familia, tomó su abrigo y partió hacia su trabajo.

Resignación lo acompañó en silencio con la mirada, pero esta vez no sintió esa cálida compasión que la unía a él desde que tenía memoria. Esa mañana sintió que esa despedida no era como todas: algo había desaparecido y nunca más volvería a recuperarlo.

No quiso darle a la evocación de lo que había sido su vida, más dramatismo del que podría resistir. Ahora lo importante era lo que vendría.

Habló con sus hijos sobre nuevos horizontes, sobre lo bueno que sería lo que les esperaba. Eran muy pequeños aún para comprender lo que su madre intentaba explicar, pero la idea de no ir a clase ese día bastó para que se mostraran alegres y dispuestos.

No sin que la sobresaltara la posibilidad de que su marido regresara imprevistamente, la mujer preparó unas valijas con sus pocas ropas, las de sus hijos y muy pocas pertenencias. Se dirigió hacia el escritorio de su esposo, levantó las tablas sueltas del piso, no sin antes verificar por la ventana del frente que todo estuviese tranquilo, y con las manos temblorosas abrió la caja metálica. Otra vez sintió la punzada de incredulidad y desencanto que el día anterior había experimentado. Revivió esa espantosa sensación de engaño que casi la hace convertirse en asesina y contemplando el contenido del pequeño baúl, se felicitó por haber contenido aquellos impulsos.

Tomo el dinero y los papeles de depósito, los guardó en un deshilachado bolso de mano, alistó por última vez su equipaje y sus hijos y decidida como nunca lo había estado antes, se dirigió al banco para retirar todo lo que pudiera.

El banco del pueblo era muy pequeño, pocos clientes a los que se conocía mucho, por eso las formalidades y el papeleo solían postergarse en casos de necesidad. Resignación sacó coraje de donde no sabía que tenía, armó sin balbucear una historia creíble de apuros y deudas, y el viejo cajero, amigo de la familia desde siempre, aceptó sin dudar el retiro de aquellos bienes.

Disimulando la falta de aire que sentía al salir del banco, sonrojada por comprobar lo fácil que le había resultado aquella maniobra, sin fijarse en lo temprano de la mañana, se dirigió al cabaret, esta vez sin prestar demasiada atención por pasar desapercibida.

En el camino se encontró con varias conocidas que la saludaron extrañadas al ver que no se detenía para intercambiar novedades, costumbre usual entre todo buen vecino.

Notó que más de una ventana se entreabría, escandalizada, mientras ella traspasaba el umbral de la casa de perdición (como la nombraban en la iglesia), pero tampoco eso le importó; no temía ya ponerse en evidencia.

El encargado la hizo pasar a una pequeña sala, extrañado por la presencia de los niños, pero eso no fue impedimento para que accediera a llamar a la señora Tatiana, presta a dirigirse a la estación. La elegante mujer, descendió por las escaleras, sorprendida por volver a ver a la que tan bien había respondido a su encargo y a quien, en su momento, no dudó de comentarle su necesidad de tener junto a ella a alguien que se ocupara en forma permanente de su elaborado vestuario.

Resignación no ocultó su situación; en breves palabras, cuidando de que sus hijos no escucharan nada hiriente hacia su padre, explicó la resolución de irse para siempre de aquel pueblo y se ofreció para aquel trabajo que sabía, podría ocupar con placer y solvencia. La satisfacción por comprobar la determinación de aquella pobre mujer ante tal palpable engaño marital debió de conmover a la joven cabaretera, porque no sólo no tuvo inconveniente por la presencia de los niños sino que además, la felicitó por ello.

Mientras sonaba el silbato y el tren se alejaba del lugar que fuera su casa, Resignación imaginaba con extraño deleite la cara que pondría su marido cuando regresara de su trabajo y no encontrara las camisas limpias ni la cena preparada.



fin





15 comentarios:

Cecy dijo...

Me ha gustado el relato, te atrapa y el final, lo que ella va pensando, guarda esa linda inocenci, que no ha de perder.

Besitos.

Any dijo...

Ay menos mal! Lo único que le hubiera faltado a la pobre Resignación era ir presa por matar a la joya del marido!
Y pensar que hay tantas historias asi no?
Bueno R. la estará pasando bomba ahora con el nuevo trabajo, con una vida decente, y a lo mejor conoce un buen hombre que la quiera de verdad :)
Me encantó esta historia, y el suspense ...
besos Neo

Martín Gardella dijo...

Muy buena historia! Un final impresionante. A pesar de ser larga te atrapa y te obliga a seguir leyendo. Me gustó mucho. Te sigo leyendo. Saludos

Rosa dijo...

Hola Moni.
Solo he tenido tiempo de leer la primera parte de la historia, asi que ya vertere mi afilada critica cuando la acabe jajajajajaja. Ay Neo mia que no me da tiempo, eres una persona tan prolifica que a veces es imposible seguirte, pero por muy rapido que escribas acabo siempre leyendo todo aunque tarde en poder.
LIFE I´ST CABARET EVERY TIME, MY FRIEND.
Me encanta como eres.
Un besote asin de grande y happy week end.

lanochedemedianoche dijo...

Muy buen relato, me ah gustado mucho llegue a tu blog por que está nominado y quería conocerlo antes de votar.

Rosario

➔ Sill Scaroni dijo...

Una historia que prende la atención del inicio al fin. Muy buena !

Un abrazo de buen final de semana.
Sill

Vicky Toledo dijo...

"Las camisas limpias y la ropa preparada..."

Este final es perfecto... después de todo, de los años, de los sinsabores, en realidad seguramente sólo echará de menos las camisas limpias y la ropa preparada... Bueno y el dinero.

Hay que tener valor para hacer las maletas.

Besotes.

Ardilla Roja dijo...

Perdona la tardanza, pero entra el sábado literario y pitos y flautas... me he retrasado un poco.

Yo también me deleito imaginando la cara que pondrá el muy hijo de su madre. Que sinvergüenza!!! Cuando pensaba que lo iba a matar, yo decia, no no, no lo hagassss!! jajajaa que te meterán presa y el se queda con todo jajaja

Muy bien, Neo. Lo he disfrutado.

Un abrazo y feliz fin de semana

MORGANA dijo...

TARDE COMO SIEMPRE...AHHH,QUE RESPIRE..VAYA FINAL ,INIMAGINABLE¿NO HAS PENSADO DEDICARTE A ESCRIBIR RELATOS?TIENES UN POTENCIAL EXTRAORDINARIO.
BESITOS.

Mimí- Ana Rico dijo...

Qué desastre!! Lo que leíste sólo fue el trocito final del poema, por lo que fuera no solo se desconfiguró sino que no aparecía, jeje.
Por lo menos que lo leas entero, es un canto desesperado de amor.
Luego vuelvo a leer tu final, que seguro merece la pena.
Abrazote, perdona las molestias y los mareos.

Sinuhe dijo...

jejeje, final feliz, al fin al cabo. Este relato sería una buena base para guión de cine. Tiene todos los elementos necesarios y de tu mano, se envuelve en esa atmósfera lánguida que envuelve al lector y lo atrapa hasta el final.
Muy bueno Neo, con tu estilo y tu gran clase. :)

Hasta dentro de un ratito.

SILVIA dijo...

MUY BUENO MONI¡¡ TE JURO CUANDO LEI QUE HABIA TOMADO EL CUCHILLO PENSE NOOOOOOOOOOOOO, QUE TONTA, TIENE SUS HIJOS, EL DINERO?? MENOS MAL QUE EL FINAL FUE , DE GANAR PARA ELLA¡¡¡¡
ME ENCANTO Y ATRAPO
BESOTE ¡¡¡

Anónimo dijo...

Ufff, menos mal que ya conocía el relato! Y es que ando muy
ocupada y además el ordenador está en modo relax! Será por
las vacaciones? Jajajaja!
Al final, uno se alegra por cómo termina la historia tuya,
sin embargo, también pienso en cúanto tiempo perdido siendo
engañada...
Pero bueno, lo importante es que todo acaba felizmente para
ella :D


Un besito


P

ShaO dijo...

En la segunda entrega lo reconocí pero no impidió que volviese a leerlo con más gusto aún que la primera vez si cabe. Ya te lo he dicho en más de una ocasión pero no me importa repetirlo hasta la saciedad, tienes un don con las letras : ) Un abrazote bien fuerte

Mimí- Ana Rico dijo...

Me ha gustado mucho, pero la última frase da flojera, me explico,para ella después de lo que ha vivido, que el no encuentre las camisas es lo de menos, pero que descubra que no es tonta, que se lo ha llevado todo y encima no puede hacer nada es lo mejor de todo, mejor que matarlo, jeje.
De todas formas creo que no deberías explicar nada, porque ya cada uno interpreta, y si decides explicar, pues eso, que la veo floja y desciende la intensidad de ese brillante relato.
Mi opinión personal y humilde, te dejo, espero no molestarte
Un abrazote

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