
Esa noche hubo tormenta. Las olas, embravecidas, rompían fuertemente sobre las rocas, el rugir del mar era atemorizante y a lo lejos, muy pocas luces del pueblo cercano, titilaban como estrellas.
Vagando insomne por la playa, el ignoto solitario intentaba en vano recordar el por qué de sus propias penas, cuando, de repente, un rayo, como rasgando la negritud del cielo, se precipitó a lo lejos, iluminando todo el muelle.
Como espíritu desesperado que clama al cielo por ayuda, la joven mujer avanzaba sobre la escollera, empapándose, decidida a todo, anunciando el que debería ser sin duda, su suicidio.
El pobre escritor, sobresaltado, quebrado por dentro como si en su interior hubiera caído también otro rayo, quiso en vano llegar antes que el salto fatal se produjese, pero no lo logró…y así, en ese mismo instante recordó aquella otra vez que tampoco pudo conseguirlo. Eran otros ojos, también suicidas, pero era igual la angustia que lo recorría de pies a cabeza.
Y de pronto, en medio de un nuevo destello, su pasado íntegro retornó frente a sí: su viejo amor, su desilusión, su pasión por el trabajo, su tristeza marcada en el rostro, su infidelidad, su arrepentimiento, su impotencia por haber herido a la persona que más lo amara, la desesperación al saber la noticia de su suicidio, su terrible angustia, su dolor incurable, su sueños rotos, su culpa por vivir, sus ganas de morir…su salto al vacío desde los acantilados, su vagar errante desde entonces, su fatuidad, su existencia fantasmal, su pecado por saldar…
Espectro que no encontraba su sentido, en ese instante tuvo plena conciencia del por qué de su espera: el destino le daba la oportunidad de enmendar lo que no pudo evitar la primera vez y de cuya causa él se sentía tan culpable que la muerte decidió postergar su resolución.
Teniendo como cómplice al Tiempo, que decidió para ayudarlo, quedarse suspendido en ese instante fatal, resuelto a responder con todo lo que era y lo que había sido a aquel desafío que reciben sólo algunos pocos, se arrojó hacia la oscuridad de aquel mar enfurecido y sin la necesidad de ver, sólo guiado por la intensidad de su amor y arrepentimiento, tomó firmemente la mano inerte de su blanca amada que se hundía.
Logrando transmutar su etérea sustancia por unos segundos, con fuerza inusitada, arrancó a las olas la vida que no debería ser truncada, consiguiendo liberar de las aguas impacientes a su bella amada silenciosa.
Sobre la playa, exhausta y en brazos de aquel pobre fantasma, una muchacha solitaria acababa de ser rescatada de la muerte.
Débil, casi inconciente aún, logró entrever aquel rostro blanquecino que la miraba sollozante.
Conmovido y agradecido al destino por aquella extraordinaria oportunidad de redención que se le había otorgado, el fantasma rompió a llorar sobre el pecho de su amada, liberando a su alma, y para siempre, del terrible peso de la culpa.
La joven, sumida aún en una blanda confusión, sintió la calidez de aquel incorpóreo corazón cercano a su pecho, y sus manos, temblorosas pero sin miedo, lograron acariciar la cabellera sutil de quien fuera su salvador.
Cuando la joven mujer despertó, abrigada ya en su habitación, reconoció el rostro del viejo administrador del hotel que la miraba condescendiente.
Algo mareada aún, se incorporó buscando aclarar la sucesión de imágenes borrosas que llegaban a su mente: la tormenta, el mar embravecido, el muelle, el rayo, el salto y la desesperación, el instante eterno en que su cuerpo inerte se sumergía, una mano firme que la sostuvo, la calidez del amor que la rescataba…la playa, el rostro pálido, el llanto conmovedor, sus caricias…
No pudo entender claramente lo sucedido pero una desconocida placidez le invadió sustituyendo la que desde siempre había sido su tristeza.
La gratitud por hallarse viva le dio rápidamente color a sus mejillas, mientras el viejo administrador del hotel le alcanzaba una taza de té para confortarla.
A un lado de su cama, una carpeta con lo que resultó ser el borrador de un libro llamó su atención.
Una fuerza interior la impulsó a leerlo, de principio a final, y al hacerlo, lágrimas conmovidas de desprendieron de sus ojos mientras con indescriptible emoción iba leyendo la que, reconocía, era su propia historia.
Uno a uno los pasajes de su penosa vida se mostraban, piadosos, narrados con gran talento, hilvanados con la intencionalidad de quien busca rescatar al lector con un mensaje de esperanza.
Se reconoció en cada página, en cada palabra ajustada con indiscutible precisión, como si cada vocablo estuviera allí especialmente dirigido a su corazón, tan entristecido a lo largo de sus pocos años y que ahora, enfrentado con aquel texto conmovedor, se sentía fortalecido por la calidez de la esperanza que lo invadía.
El viejo administrador, que conocía perfectamente el drama del hombre que lo había escrito, le dio los detalles que precedieron a su culminación.
Le habló también de la leyenda que, con los años, se había ido tejiendo sobre aquel fantasma en pena quien, supuestamente, anduvo vagando entre las sombras de su viejo hotel buscando hallar, a la vez, la inspiración para acabar su obra y la redención de su propia alma.
Le habló también del poder sanador del Amor, ese que se da, con suerte, una vez en la vida, y que en excepcionales ocasiones, quizás también después de ella.
La muchacha, renovada ahora frente a la realidad que se le mostraba plena y prometedora, acabó de leer el escrito, que en su página final, agregado con vibrante letra manuscrita culminaba: “Nunca la culpa se salda con más culpa; sólo el amor es capaz de vencer a la muerte”.
(fin)
(Múchísimas gracias a todos por el entusiasmo con el que siguieron la historia!)