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jueves, 6 de noviembre de 2025

CADA JUEVES UN RELATO: CAMBIOS RADICALES

Me sumo a la convocatoria que nos deja Marcos desde su blog, con un texto autorreferencial escrito hace ya varios años, en un momento crítico de mi vida. Pasar por aquí para disfrutar de todas las historias.



CATARSIS

Si bien eran veinte –tan sólo- los días transcurridos desde aquel desgarro irreparable en el que la vida la había sumergido, pese a todos sus esfuerzos, no lograba recomponer con claridad los rasgos de aquel rostro cotidiano que, sin aviso, se le había ido para siempre. Esa incapacidad de recordar con justeza y definición, le acentuaba su profundo y devastador sentimiento de impotencia y pérdida. 

Recién  en ese punto de su duelo puedo soltarse un poco en medio de sus urgencias por reacomodar su vida y la de los otros. Apenas ahora disponía de un poco de tiempo para ahondar en su interior, intentando recuperar algún hilo desde donde sostenerse y sobrellevar como pudiese algún consuelo que se pudiera inventar. Había estado hasta ahora sobrepasada,  desmoronada bajo los restos de ese mundo que se les vino abajo a todos de golpe y para siempre. 

Dolor. Mucho dolor… 

Pensó  que tal vez en ese estadio de su intento de recomposición pudiese ir surgiendo  -quizás camuflado bajo una austera tercera persona- un tibio entretejido de palabras que le sirviera para algún alivio… para intentar entender, para buscar sobrellevar, para conseguir aceptar…

Curiosamente, nunca antes de la muerte de su madre, la había pensado niña, correteando en compañía de aquellas dos hermanas –amadas tías- también diluidas ya bajo las nubes de la desmemoria.

Pero fue así que la primera noche después del entierro la vislumbró –apenas- en la semi-penumbra de un corredor indefinido en algún momento que, supuso, fuera marco de aquella infancia en trío que nunca ella conoció ni imaginó hasta ahora. Correteaban las tres, entre risas breves, oscuras, apenas iluminados sus rizos y sus moños y sus vestidos añejos entre los polvos del tiempo. Así quiso, en el desconsuelo infinito de su orfandad, adivinarla en presente –efímera pero certeramente- en su irremediable tránsito hacia la inmensidad de lo eterno. 

Dolor. Mucho dolor…

Su madre partió de improviso. Sin casi aviso. Sin disturbios. Sin distracciones. Sin pérdidas de tiempo. Sin prolegómenos. Sin despedidas. Sin exteriorizaciones. Sin atraer la atención. Sin alborotos. Como fue siempre su costumbre.

Coherente hasta el final calló al máximo esa puntada en su corazón que se instaló y se la llevó en unas horas –no muchas- burlando la impericia de un médico inepto que ni se dio por aludido al revisarla y rotular como nerviosismo los síntomas de un infarto que la atacó sin conseguir alterar las que desde siempre fueron sus rutinas: hasta preparó con esfuerzo la cena para la que sería su última noche.

Dolor. Mucho dolor… 

Ella, su hija, no llegó para despedirla. Logró besarla, eso sí, aún tibia… minutos después que su hermano quebrara la noche con su llamado de desesperación y angustia. 

Dolor. Mucho dolor…

Pasan los días, uno tras otro… y el trajinar de las prioridades de lo que queda no ha dado pausa para sacar con palabras lo poco que con rabia, impotencia, resignación o incomprensión busque aflorar.

Dolor. Mucho dolor… 

En sus días últimos, su madre añoraba mucho más de lo habitual a sus propios muertos. Lo demostraba con más tristeza. Con gran inquietud. Con algo de miedo. Pensaba en sus hermanas. Las extrañaba. Y en sus padres… todos idos… y quizás sentía ya no poder seguir. Lo disimulaba, eso sí. Siempre. Porque sus nietas –sobre todo- eran la vida. Y nombrarlas y estar pendiente de ellas era su impulso. 

Pero al fin quiso el cansancio ser más que su impulso… y se fue, así sin más… y los que se quedaron, se sintieron romper por dentro como si el universo entero se hiciera trizas y entre esos restos que se les acumularon de repente no encontraban la forma de volver a empezar.

Y en eso están, aún, recomponiendo. Reubicando, replanteando, recuperando, desechando, sobreponiendo, intentando rescatar y conservar. 

Por qué -se pregunta- quiso su madre o el destino o su subconsciente, hacer que su añorada imagen llegara hasta ella como aquella niña lejana y borrosa de otro tiempo, de la que casi nada supo y aún sentía como desconocida. Quizás haya sido porque su madre misma, recién traspuesto el umbral que separa la vida de la muerte, ansiaba retornar a ese estadio primero de su niñez en el que se le mostraba retozando con sus hermanas, niñas como ella, en la semi-penumbra de la irrealidad que ahora su hija luchaba por intuir. 

Para los que se van y los que quedan… tal vez exista una especie de filtro en el que se nos queden –si lo buscamos-preservados y sostenidos los momentos y los afectos realmente trascendentes.

A pesar de lo doloroso del vacío que nos dejan las ausencias, quizás logren sobrevivir siempre allí, en un estadio inmaterial en el que nunca se pierdan del todo los amores y los recuerdos, los sueños y las bondades…

Quizás sea eso la muerte después de todo: una forma piadosa que nos da la vida en su final para volver a sentir aquello que ya se fue y tanto nos duele no volver a encontrar.

Mirando hacia atrás, buscando bucear en sus viejos textos –quizás como si existiera la posibilidad de descubrir alguna premonición de advertencia- la mujer se queda releyendo alguno de sus últimos escarceos presuntamente literarios, mientras se sumerge otra vez en la blandura de la tristeza honda que la embarga.

 

Somos transitorias

chispas reflexivas

intentando su noción

de lo que es el fuego.

 

Restos estelares

-polvo compactado-

que alguna vez

fue cielo

y más tarde, tierra…

y es hacia esa tierra

que otra vez un día

-luego de un instante-

en polvo volverá.

 

¿Qué cosa somos

más que momentáneos

puntos de conciencia

en el infinito?


Breves variaciones

…leves desinencias

que tiene el Verbo vivo

en su conjugar.


8 comentarios:

Marcos dijo...

Hola Mónica. Tu relato es un monólogo de orfandad adulta: convierte el infarto silencioso de la madre en espejo roto donde la hija busca su rostro perdido y encuentra a la niña que nunca conoció. Me gusta mucho lo siguiente:
El "Dolor. Mucho dolor…" como refrán obsesivo: no repite, golpea como latido.
La madre niña en el corredor: visión onírica que une pasado y eternidad, rizos polvorientos como fantasmas de álbum.
El filtro final: la muerte como archivo piadoso que guarda lo que duele, regalo cruel.
En resumen: un lamento en tercera persona que dice: perder a la madre es perderse a una misma... pero en el duelo, la inventamos de nuevo.
Dolor que no grita, susurra y queda.
Un abrazo y muchas gracias por tan buena aportación.

Campirela_ dijo...

Una entrada donde el personaje principal hace un buen recorrido por ese camino del dolor al perder a un ser querido, en este caso una Madre.
Cuando eso llega nunca se está preparado aun sabiendo el destino final, es algo que en efecto se rompe dentro de nuestra alma, y nunca vuelve a ser igual. Algo se llevan , tal vez en un reencuentro podamos volver a poseer esa parte que ellos se llevaron al pasar el umbral de la vida al más allá.
Terminas con un excelente poema, hoy has completado de reflexiones y sentimientos tu relato. Un besote, feliz semana.

Roselia Bezerra dijo...

Olá, querida amiga Mônica!
Um relato muito sentido, dá para sentir o coração contrito da que ficou órfã.
A riqueza de detalhes do conto nos inclui na cena...
Você escreveu com paixão.
O poema também é muito bom.
Tenha dias abençoados!
Beijinhos fraternos

Neogeminis Mónica Frau dijo...

Celebro que te guste, Marcos. Fue escrito desde el corazón. Muchas gracias por tu pormenorizado análisis. Un abrazo

Neogeminis Mónica Frau dijo...

Fue una catarsis personal y sentida. Muchas gracias Campirela. Un abrazo

Neogeminis Mónica Frau dijo...

Me alegra y agradezco tus palabras, Roselia. Muchas gracias por leer con atención. Un abrazo

Ester dijo...

Un repaso sincero por lo ocurrido, por el transcurso de los acontecimientos, duele porque cuesta, a todos, superar algunas ausencias, a veces solo una tarea nueva puede ayudar. Un abrazo

Somos Artesan@s de la Palabra dijo...

Hermoso y muy triste a la vez lo que escribiste, esa ausencia, es orfandad cuando la madre parte es terrible, me conmovió mucho leerte, pues la noche en que mi madre partió, me llamó mi hermano, de madrugada, cuando llegue aún su cuerpo estaba tibio, como en tu historia y si bien era un final que ya sabíamos de ante mano, porque mi mamá tenía cáncer, nunca estás preparada para esa noticia, duele y mucho.
Todos los sentimientos volcados en tu historia, realmente me gusta.
Un abrazo
PATRICIA F.

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