Me sumo con este texto a la convocatoria juevera de esta semana, cuyo tema nos proponen las chicas del blog Artesanos de la Palabra. Los invito a acercarse y leer todas las historias.
EL SACUDÓN
Las últimas lecturas de los controles no mostraban nada inusual ni
sospechoso. Ningún alerta en el sistema de radar anunciando algún elemento interrumpiendo
nuestra rumbo.
De repente un sacudón inusitado nos sacó de la ruta trazada y rápidamente
perdimos altitud. El sistema automático tomó el control del manejo y eso
amortiguó el golpe. Salimos ilesos, pero nuestra nave quedó inoperable. Nada pudimos
hacer para restaurar los sistemas operativos y tal como lo indica el protocolo en
estos casos, debimos destruir todo rastro de nuestra misión, aún a costa de la
integridad del vehículo.
Jamás logramos reestablecer la comunicación con nuestra base, por lo que un
eventual rescate quedaba definitivamente desechado. Nos hallábamos totalmente
indefensos en medio de un mundo atrasado y hostil.
Si bien no existía beligerancia entre nuestras civilizaciones, estudios
anteriores nos hacían presumir que -de conocerse nuestra presencia- se
desencadenaría inmediatamente el caos en medio de aquellos aborígenes, aguardándonos
un destino peor que la muerte.
Asumiendo lo inevitable, comenzamos a organizar nuestra estrategia de supervivencia.
Siguiendo las recomendaciones del manual de emergencias, al quedar varados a
nuestra suerte, cada uno de nosotros debería intentar mimetizarse al extremo con
los lugareños. Para evitar reducir las posibilidades de ser descubiertos, a
partir de ese momento debíamos separarnos asumiendo individualmente la
identidad que resultara más conveniente.
El tiempo fue pasando al ritmo que este lejano planeta orbita alrededor de
su sol y poco a poco me fui asimilando a las formas nativas que venía estudiando
antes del accidente.
Sin darme cuenta me he mimetizado con ellos con naturalidad, llegando en
ocasiones a actuar tan contradictoriamente como es distintivo en
su especie. Tal vez, cambiando de perspectiva e interpelando más de cerca la naturaleza
de sus actos, he comprendido más en profundidad sus reacciones instintivas al punto de
justificarlas.
Quizás sea la influencia tóxica del microclima social en el que he tenido
que involucrarme, o el empeño extremo que he puesto para asimilarme a sus
costumbres, lo cierto es que he perdido ya la objetividad con la que interactuaba
en un principio y la irracionalidad de sus razonamientos ha infectado mi razón y
mi naturaleza convirtiéndome en algo tan autodestructivo como ellos.
Pareciera ser que su mera cercanía resulta, para nuestra propia especie, una
influencia muy peligrosa.