Haciendo énfasis en que nunca me atrajeron los tatuajes, me dejo llevar por la imaginación y me sumo con esta interpretación de uno de las mujeres que nos deja Marifelita para inspirarnos en su convocatoria. Dar clic aquí para leer y participar.
Maud Stevens
Wagner sobresale
en la larga trayectoria del tatuaje por ser considerada la primera mujer tatuadora
conocida. Nació en 1877 en el Estado de Kansas. Fue artista de circo, donde
actuaba como trapecista, acróbata y contorsionista.
Fuera por arte o dolor, Maud desde
niña se vislumbra como gestante de un
grito que con énfasis la lleva a posar entre los raros sin rumbo.
Pionera mujer en un mundo escaso
de rebeldes, cubre su piel con figuras que aprendió a realizar a la par que su
hombre, Gus, la poblaba de tatuajes.
Causa loca y complicada la que,
tejiendo su vínculo con el mundillo circense, la lleva a mostrarse, vistiendo con
trazos de utopía su cuerpo diminuto.
Bajo una carpa de luces convoca con
desenfado a los normales del mundo, a
los calmos, a los contenidos, invitándoles a fisgonear desde lejos lo que les atrae,
les asusta o les repugna.
Mariposas y claveles, aves,
tigres, duendes y dragones varios, desde su piel se despliegan, fauna y flora desbordante
de fantasía vistiendo su carne más allá de lo correcto, más acá de lo imposible.
Asumiendo
su destino de lienzo viviente, elige seguir creando en otras pieles su mundo de
ensueños y quimeras. Hasta a su hija inicia, en eso de andar trazando figuras
en las pieles de otros mortales, pero, vaya a saber por qué, jamás deja que su
Lovetta se tatúe sobre su propia piel ningún trazo. Quizás algo de expiación o de
apego al dolor o al autoflagelo entendía que había, en el fondo, en ese arte inusual
por aquella época tan contradictoria.