Me sumo con este relato (algo más extenso de lo sugerido) a la propuesta juevera de esta semana. Dar clic aquí para leer todos los aportes en el blog de Marcos.
FIDANZA Y LA GENTE DEL RIO
Fidanza era un pequeño pueblo
rural de unos ciento cincuenta habitantes, que sólo conservaba de su historia
diluidos testimonios empolvados, evocados en rito constante durante las siestas
perezosas o en las noches estrelladas junto a un fuego de fantasmas sin risas.
Fidanza se estaba por morir. Se iba
a morir porque la gente joven se había ido. Ya no quedaba hotel, ni peluquero y
la vieja estación sólo conservaba en pie sus paredes de ladrillo, porque los
vándalos que llegaban en verano a acampar en el rio se robaban hasta las tejas.
Pero antes que Fidanza muriera, arribaron
desde la Capital un par de cineastas jóvenes intentando contar la historia de aquel
desarraigo. Buscando armar su documental entre andenes viejos y galerías
sombrías, aquellos recién llegados ansiaban bucear en el espíritu de esta gente
anclada en el tiempo. Los noveles cineastas encararon el trabajo como si
tratase de una galería de fotos de familia, mostrando a cada personaje entrevistado
en su veta más cálida y pacífica.
A medida que las conversaciones
se fueron sucediendo, quedó de manifiesto que la única preocupación que aquel
puñado de sobrevivientes tenía por ese entonces era la preservación de su vieja estación, según contaban,
continuamente vandalizada por los foráneos que ellos llamaban –despectivamente-
“la gente del río”. Decididos a defender su territorio, aquellos hombres y
mujeres olvidados, venían intentando frenar el constante deterioro de su
patrimonio, aunque todo parecía ser insuficiente para detener el pillaje y las
roturas.
La historia sonaba conmovedora naciendo
de la boca de aquellas personas de pelo cano y mirada franca, e imaginarlos en
vilo, a expensas de malintencionados visitantes que no respetaban su lugar y
sus raíces, colocaría al espectador de inmediato en actitud solidaria hacia su
causa. La historia sería un éxito si sabían venderla, por lo que los documentalistas
se sintieron muy entusiasmados por cómo estaba resultando el proyecto.
Para completar la narrativa, los
entrevistadores decidieron recorrer las zonas desde donde solían producirse las
incursiones de la gente del río, y así ilustrar mejor el saqueo que padecían
los sosegados pobladores del pueblo. Apenas cruzar el pequeño puente, a uno de
los cineastas se le voló el sombrero, que fue a caer sobre la playa que solían
ocupar los indeseables visitantes. La cuerda del mismo se enredó con una rama
sobresalida cerca de la orilla, y al tirar de ella, impensadamente quedaron
expuestos los restos de una pierna humana. El pavor que experimentaron ambos
hombres los dejo sin decir palabra y mientras uno retrocedía -sin ver- hacia un
matorral, el otro tropezó con los pilotes del puente. En forma simultánea otros
dos macabros hallazgos salieron a la luz en aquel supuesto lugar paradisiaco:
el cadáver de un hombre joven atado de pies y manos a una pesada piedra de
molino desintegrándose bajo las aguas, y una mano pequeña -aparentemente recién
cercenada- sosteniendo aún un par de tejas labradas, precioso tesoro que los
habitantes de Fidanza se esmeraban en proteger.
A esas alturas los conmocionados
cineastas quedaron absolutamente espantados. Involuntariamente habían
descubierto hasta dónde -aquellos pobladores de aspecto manso y bondadoso- habían
llegado para defender sus reliquias, sin límites a la hora “hacer justicia” por
mano propia.