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miércoles, 22 de octubre de 2025

CADA JUEVES UN RELATO: UNA HORA MÁS

 Me sumo con este texto (inevitablemente más extenso de lo sugerido) a la convocatoria juevera de esta semana que nos deja Dafne desde su blog. Pasar por allí para disfrutar de todos los relatos.



UNA HORA MÁS

Llegaría a su casa, cenaría algo rápido, leería por arriba las noticias del día y de inmediato se iría a la cama. El cansancio acumulado durante la semana le pasaba factura a su cuerpo y desde que se anotició que el cambio de horario estacional se produciría ese día, se venía preparando, como niño antes de su cumple,  paladeando en privado el placer que -preveía- le deparaba el regalo de disponer, esa noche, una hora más para dormir.

Apenas llegar, se preparó un sándwich con lo poco que encontró en la heladera y así sin más - renunciando incluso a anoticiarse sobre qué demonios había sucedido en el mundo durante esa agotadora jornada- se metió en la cama con el sabor fresco del dentífrico entre sus labios.   

El ansia postergada por sumergirse de lleno en la espesura del descanso pronto se convirtió en fastidio absoluto. Lejos de provocarle el ansiado relax por el que había estado suspirando toda el día, la blanca cobertura de las sábanas comenzó a ejercer a su alrededor un peso blando e inerte similar a una mortaja que envuelve a destiempo a quien aún insiste en patalear.

Dio vueltas hacia un lado y hacia el otro, buscando en su colchón algún hueco acogedor que evocara la calidez nidal de la cuna de su infancia, idolatrada en los sustratos de su memoria. Tic tac tic tac, el reloj avanzaba sin piedad ni complacencias.

La incomodidad percibida a lo largo y a lo ancho de su lecho terminó por agregarle una nueva inquietud en el cajón de ¨pendientes¨ que intentaba desdeñar: necesitaba un nuevo colchón, aquello era evidente, y el insomnio convocado lo confirmaba. Mañana se ocuparía. Haría una investigación de mercado: densidad, precios, características, marcas y todos los otros detalles a tener en cuenta. Pero por el momento, a dormir. A poner todas las energías en ello. Aunque parezca una contradicción, un oxímoron: esforzarse en dormir. Qué absurdo sonaba, pero en esa noche inusualmente prolongada era una realidad. Ninguna oveja se apersonaba para ser censada saltando un cerco de nubes soporíferas y los otros pocos artilugios que conocía para intentar esquivarle a la falta de sueño resultaban ser igualmente ineficientes. Tic tac tic tac, el reloj persistía en su danza.

Por la ventana entreabierta lograba ver a pleno las estrellas. Maravillosos fulgores llegados de otros tiempos. Justamente, esa tarde, había escuchado que a cada minuto nacen 380.000 estrellas en todo el universo. ¡380.000! disparatada cifra que intentaba en vano imaginar. ¡Y por minuto! Llevado a hora serian unas 22.800.000. Imposible creerlo. Tan solo en la hora que pretendía aprovechar durmiendo a pierna suelta nacerían en el universo casi 23 millones de estrellas y él, mientras tanto, en su desconsolado intento por dormirse, ni treinta ovejas llegó a contar antes de llegar a la conclusión que esa argucia era inservible, una excusa pintoresca para ilustrar cuentos y alentar a los niños para que vayan a la cama.

Tic tac tic tac, el soliloquio seguía latiendo como burla despiadada. Se esforzó en dejar la mente en blanco. Adentrarse en su interior sin más pretensión que ahuecarse en su conciencia alejándose del mundo, enclave hostil proveedor de todo tipo de esclavitudes y tensiones que obstaculiza el libre albedrio y el sano vivir. En vano lo intentó varias veces y no consiguió ni asomarse a esa calma dulce que tanto ansiaba.  Tic tac tic tac con rítmico sortilegio las horas pasaban y sus párpados seguían tiesos, alistados como soldados esperando el ataque temido. ¿Por qué no ceder? ¿Por qué no someterse al cansancio que taladraba cada músculo haciéndole sentir su pesar?

A lo lejos, un lacónico gallo anunciaba al sol tempranero que ya alboreaba sobre el horizonte. ¿Ya? ¿Tan temprano? ¿No se habrá enterado el sol que agregaron una hora a esta noche inconclusa que ni siquiera he podido estrenar? Riing, riiiing, suena el despertador y la incredulidad lo sobresalta.  Aferrado a la impotencia de ver nacer un nuevo día sin siquiera haber pegado un ojo, se siente estafado. Sometido. Vencido por ese juego ignominioso  de la suerte que ha jugado con su deseo -casi niño- de descansar sin remilgos por una hora más.


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