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viernes, 28 de octubre de 2022

PARA QUIEN QUIERA LEER LA VERSION COMPLETA: Un alma en pena

 

DOS SIGLOS DE ESPERA



 

(todas las imágenes son de mi autoría)



Con el correr de los años el cementerio quedó enclavado en el centro de la ciudad.

No era así en aquel entonces. Para visitar a sus difuntos la gente debía trasladarse en carretas hasta llegar hasta allí, luego de un trayecto de más de una hora, por un camino de barro y piedra.

Recuerda perfectamente que su madre se ataviaba íntegramente de negro, cubría su cara con un velo espeso y los hacía vestir a él y a su hermano con la mejor ropa de domingo.

Solían concurrir al cementerio por lo menos dos veces al mes, sin contar fechas especiales, como Pascua, Navidad y por sobre todo, el día de los Fieles Difuntos, cuando la visita al cementerio se hacía en forma casi obligada inmediatamente después de la misa.

Rogar por las almas que se encuentran aún en etapa de purificación era una de las obligaciones más importantes de los creyentes, razón por la que los deudos dedicaban en aquellas fechas oraciones especiales en intermediación por el perdón de los pecados de sus familiares difuntos.

En aquella época corretear entre lápidas y cruces se le presentaba como una aventura, una incitación para comparar su valentía con la de su hermano, a quien en cambio, andar entre los muertos le provocaba, incluso, pesadillas posteriores.

Nunca supuso que alguna vez él estaría allí, no ya como visitante, sino como eterno residente. Siempre creyó que él iría directamente al infierno. Por lo menos así se lo había hecho suponer su padre desde que era pequeño.

Rebelde por naturaleza, respondió al desamor paterno con travesuras no demasiado inocentes en su infancia y con una desembozada vida disipada durante su juventud. Preclaro ejemplo de lo que no estaba bien visto ni siquiera para los señoritos bien, que, como él, contaban con el invalorable aval de un ilustre apellido para justificar sus correrías y desvergüenzas, su corta vida fue, sin dudas, un total desperdicio.

Lejos de compensar su carencia de afecto o por lo menos aumentar en algo la atención paterna, aquella vida de excesos y despilfarros sólo lo llevó a un final trágico, temprano y absurdo que, además, desencadenó la muerte de su madre, y posteriormente la de su padre.

Desde entonces, y por alguna razón que desconoce, su alma ha quedado atrapada allí: en la piedra del ángel custodio que se yergue ante el lujoso panteón familiar. Mudo testimonio de un pasado de opulencia que culminó al morir su postrero pariente (ya lejano) de quien ni siquiera recuerda el nombre. Junto con aquel último miembro de su familia extinta, las flores y recuerdos dejaron de venir en su memoria. Nadie sabe ya que alguna vez existió. No dejó amores que dieran frutos, no escribió libros, no realizó buenas obras, no descubrió algo importante para la humanidad…ni siquiera plantó un árbol…y desde allí, aprisionado en la piedra eterna que lo contiene, a veces se pone a añorar las posibilidades que desperdició estando vivo y que ahora, desde su condición de casi nada con conciencia, se arrepiente infinitamente por no haberlas sabido valorar.

No entiende aún por qué su situación no es la misma que habitualmente alcanzan las almas de la mayoría de los difuntos. Son muy pocos los que como él han quedado allí aprisionados. En el último repaso que se hizo, el último Día de los Difuntos - si no se equivocaba - eran sólo diez o quince las almas en pena que aún habitaban ese cementerio. Anclados a sus lápidas, cruces, o esculturas que enmarcan las que son sus tumbas, aquellas pocas ánimas irredentas esperan…simplemente esperan…sin saber qué ni por qué. El resto, (afortunados ellos) ya se han ido. Cada cual hacia el destino que en vida se labró. En sus tumbas ya no queda nada. Sólo osamentas secas que pronto se harán polvo y que nada contienen. Sus espíritus están libres, consagrados, eternos…como debe ser…como se espera que sea.

Por qué, en cambio, aguardan los pocos que como él subsisten allí, luchando por no perder sus conciencias, es algo para lo que aún no halla respuesta.

Dos siglos hace ya que así se encuentra. Doscientos años de insoportable e inexplicable soledad.

En medio de sus interminables elucubraciones son muy pocas las circunstancias en las que logra alivianar su anquilosamiento pétreo.

Aunque angustiosamente breve, cada año, logra obtener un receso en su inexplicada condena. El Día de los Difuntos, por apenas unas horas, los espectros fantasmales se despegan de sus marmóreas prisiones desperezándose fatuamente en inusual libertad. Es poco lo que consiguen hacer en esas horas, pero en su caso, él suele aprovecharlo para rescatar su propio reflejo (o lo que queda de él) en alguna fuente o en los cristales de la capilla. Esa ha sido la estrategia que viene usando para no perder lo que le queda de su propia conciencia, de su noción de identidad. Sabe que si su memoria se diluye totalmente no quedará nada de su pasado, todo lo que fue se disolverá en la oscuridad del tiempo, y lo que fue su propio yo perdería todo su significado, y por lo tanto, su casi nula posibilidad de redención.

A veces consigue averiguar algo del mundo exterior prestando atención a los visitantes que llegan portando lágrimas y flores. Escucha sus conversaciones, interpreta sus gestos, imagina sus secretos, especula sobre sus vidas. Algunos son sinceros en su dolor, otros sólo cumplen rituales sin sentimiento.

Muchos nunca hallan resignación, padecen la ausencia de quien han amado como si se les hubiese arrancado junto con ellos sus propias vidas. Algunos pocos asumen la muerte con naturalidad, generalmente son sólo los más ancianos los que logran arribar a tal sabiduría. Por supuesto hay muertes que no pueden nunca ser comprendidas o aceptadas. Son las que se han padecido con violencia, a destiempo, injustamente; las que llegan apenas en el inicio de la vida, las de esos pobres seres que han sufrido mucho o ni siquiera han tenido la oportunidad de intentar ser felices. Esas pérdidas son inaceptables, aún para quienes ya no están en el mundo de los vivos…o por lo menos, no lo están en plenitud, como él y otras pobres almas en espera.

Entre los habituales concurrentes a su cementerio (cada vez quedan menos) hay una joven que lo enternece íntimamente. Se diría que le llega al corazón…si lo tuviese!

La pobre viene todos los días, desde hace dos años. Llega sola, sollozante, con un gran ramo de flores frescas que coloca frente a la tumba de sus abuelos, reponiendo innecesariamente el ramo anterior que aún permanece fragante.

Ha quedado sola. Su única familia eran los dos viejos que la criaron entre miedos y algodones, como quien preserva un tesoro muy apreciado. Pero en medio de ese amor incondicional que sin duda entregaron sin medida, no pensaron en transmitirle a su nieta ni la fortaleza ni el entusiasmo por la vida de los que hoy carece.

Desde su privilegiado puesto de observación aunado con el ángel custodio que vela su panteón, cada tarde la contempla desde lejos. En silencio obligado y pétrea quietud sus deseos de consolarla y protegerla crecen con el transcurrir de los días.

Lo inquieta sobremanera la angustia que logra advertir en aquella muchachita triste y apocada. Quisiera infundirle ánimos, esperanza. Quisiera hacerla sentir acompañada.

Nada más lejano a sus posibilidades. Solamente en su sueños más avezados consigue imaginarse libre, fluyendo hacia donde su voluntad lo disponga, alejándose de aquella masa de piedra alada que es su cárcel desde que truncara burdamente la que fue su vida.

Está convencido que, de poder otra vez amar, sería a ella a quien amaría. Pero son sólo sueños imposibles de un alma solitaria y condenada.

Pero no todos los visitantes del cementerio son deudos. Suelen arribar también otro tipo de concurrentes. Extrañas criaturas mal encaradas que se las ingenian para saltar los muros sin que los serenos se den cuenta. Grupos de cinco o seis jóvenes con vestimentas llamativas, oscuras en su mayoría, con un curioso arsenal de amuletos, abalorios y misteriosos signos tatuados en su piel suelen congregarse delante de las tumbas más antiguas para realizar insólitos simulacros de ceremonias satánicas, invocaciones maléficas que intentan conjurar poderes sobrenaturales suponiendo que con eso lograrán adentrarse en el submundo de la oscuridad y lo desconocido. Patéticos muchachos que buscan matar su mediocridad poniendo a prueba los límites entre lo cotidiano y lo esotérico, fingiendo conocer los umbrales de la maldad que gustan de experimentar y exhibir. Más de una vez han arrancado con sádica impudicia los crucifijos de algunos nichos, pintarrajeando con palabras soeces los frentes blanqueados de las tumbas o de los panteones más bellos. Han blasfemado contra los muertos e insultado a los vivos y esas actitudes tan irrespetuosas han hecho que se despertara en él una particular aversión hacia esos bravucones vulgares y mal nacidos. De ser posible quisiera alguna vez encontrarse con ellos frente a frente para darles su merecido. Pero también son esas, ensoñaciones inverosímiles a las que su alma apenada recurre, quizás para engañarse y justificar en algo su fatua existencia.

Esa mañana ha notado desde temprano una particular concurrencia de dolientes. No se trata de entierros recientes o de ceremonias de homenajes póstumos. No tiene aún la certeza pero por la época del año, el esmero con que los trabajadores del cementerio limpian los caminos principales y hasta podan los arbustos, cree suponer que el ansiado día ha llegado…Día de Difuntos…por fin!...otra vez! Y de sólo pensarlo lo que le queda de emoción consigue traspasar la piedra del angelote que lo encierra. Será que con el paso de las décadas su pobre alma se va poniendo cada vez más imprecisa en esto de contar la sucesión de días y noches…pero realmente este último año se le pasó volando…y al tomar conciencia de esa expresión tan humana, tan ajena a su condición de espíritu intemporal, casi logra transmitir a su estatua contenedora lo que aparenta ser una sonrisa.

Si cabría el término, podría decir que se siente alegre. Esa misma noche podrá otra vez saborear la libertad de su blando vagar inmaterial. Tenue fantasma que busca hallar el por qué de su permanencia y que disfruta, con la intensidad de lo que se sabe medido y excepcional, la posibilidad maravillosa de trasladarse a voluntad.

Semejante bendición no puede dejarse a la improvisación. Deberá decidir muy bien cómo aprovechará esas increíbles horas de libre deambular. Sin duda dedicará una buena parte de su tiempo a merodear por la capilla que se halla cerca de la entrada principal del cementerio. En sus espejados vitrales, socorrido por la luz del plenilunio, tendrá la oportunidad de reencontrase con su propia imagen. Aspecto visible de su identidad al que no debe dejar desaparecer entre las telarañas del pasado y la imponencia de la eternidad. Sabe que si no lo hace, aunque más no sea por breves momentos, su conciencia de ser aún, quien fuera en vida, se fundirá en la nada que lo envolverá por los siglos de los siglos, sin recuerdos ni deseos que puedan aliviarle en algo la soledad que le espera. No debe renunciar a su propio recuerdo. Es el único hilo que aún lo ata a la humanidad que se le fue.

Las horas parecen pasar con mayor lentitud. El sol del mediodía castiga sin piedad hasta a las estatuas más impertérritas. Los visitantes van dejando sus ofrendas florales junto al retrato de sus deudos. Les dedican en silencio sus rezos y sus recuerdos. Les regalan algún beso nostálgico y parten. Regresan otra vez a sus rutinas, a sus urgencias, a sus mundos de prisas y preocupaciones, de llantos y de risas, de luces y de sombras…

Durante las últimas horas de la tarde es poco lo que altera la quietud que suele reinar entre aquellos muros. Pocos visitantes quedan recorriendo los sinuosos senderos del cementerio.

Más demorada que de costumbre llega, por fin, casi a la hora del cierre, la solitaria muchachita de sus desvelos. Se quedará como de costumbre por lo menos media hora, hablándoles a sus abuelos como si allí estuvieran, arreglando las flores, limpiando las lápidas, sacando lustre a las ya muy pulidas cruces de bronce.

Parece que no tiene mucha noción de la hora. Ensimismada como está en sus ofrendas y rezos no percibe que han cerrado ya las puertas de la entrada principal y están a punto de hacer lo mismo con las secundarias.

La impaciencia del personal de mantenimiento por acabar con sus tareas hace que ninguno tome en cuenta la presencia de la muchacha que se verá sorprendida por la llegada de la noche.

Por un momento se instala en su conciencia una idea que hubiese sido muy propia de su anterior existencia: aprovechar las circunstancias extraordinarias que esa noche tan especial se les brinda a las almas irredentas, para acercársele  a la muchacha…enseguida desestima como inadecuada y poco feliz aquella ocurrencia. Nada menos romántico que un alma en pena flotando entre las lápidas de un cementerio como para enamorar a una joven!!!...la sola idea se le ocurre absurda y lamentable, poniendo al descubierto su nada envidiable situación de ánima que vaga indecisa entre el filo de dos mundos, sin comprender siquiera a qué se debe su enigmático destino.

Por otro lado, la ansiedad por volver a sentirse liberado de su cárcel estatuaria se le vuelve insoportable. No ve la hora que el último rayo de sol caiga sobre los muros del cementerio para que con el manto estrellado de la noche se liberen, por fin, los espíritus de su mudo suplicio.

Reencontrarse con la posibilidad de recorrer, al menos, los entornos de su cementerio – su lúgubre mundo inmediato – se le plantea como una maravillosa aventura, añorada experiencia que intenta renovar en su memoria una y otra vez mientras dura su anual letargo inerte de trescientos sesenta y cuatro días. 

Han sido casi doscientos, hasta ahora, sus escapes momentáneos. De a poco ha ido tomado idea de sus capacidades. La primera vez que lo intentó, aquel lejano primer Día de Difuntos, desperdició la mayor parte del breve tiempo disponible tratando de ubicarse frente a la ya casi olvidada noción de tridimensionalidad del mundo material. No le resultó fácil familiarizarse otra vez con las relaciones espaciales, movilizarse en función del largo, ancho y alto de las cosas se le presentó de veras complicado. Algo casi innato para los mortales resulta sumamente novedoso para los imprecisos fantasmas primerizos. De ahí que algunos prefieran atravesar directamente los muros y las puertas de las construcciones que los contienen.

Contrario a lo que se pudiera pensar, no lo hacen por el simple afán de impresionar a algún mortal que tenga la infrecuente oportunidad de toparse con ellos, más bien recurren a esa práctica – en apariencia sumamente dramática – por pura comodidad.

No era su caso. Con el paso de los años había logrado dominar en forma asombrosa todas las técnicas. Había conseguido hasta utilizar los picaportes y abrir cerrojos... y estaba muy orgulloso de ello.

De repente se reencontró divagando en pensamientos poco trascendentes y esa curiosa manera de alejar la inquietud que le provocaba la cercanía de la muchacha y la pronta llegada de la noche, le hizo bastante gracia.

En eso estaba cuando un sonido conocido quebró la soledad de sus pensamientos: habían cerrado al fin todas las puertas.

 

 


ATRAPADOS ENTRE MUROS

 

El golpe seco sobresalta a la muchacha, que interrumpe bruscamente sus rutinas de lamentos y oraciones. Lógicamente reacciona con desesperación. La idea de quedar encerrada entre aquellas paredes y tumbas no se le presenta como tentadora y sin resguardarse en sus pudores habituales, comienza a gritar desesperada. Nadie le responde. Corre hacia el ingreso del cementerio y golpea insistentemente el portón metálico mientras clama infructuosamente para que alguien la ayude.

El cielo ya está mostrando sus rojizos más tenues. La noche se abre paso entre las lejanas luces de la ciudad que se enciende. Y ella se encuentra allí… inmensamente sola y aterrorizada.

Comienza a llorar con impotencia golpeando sin cesar el inexpugnable portón de ingreso.

Mientras tanto, entre la penumbra de los álamos más alejados, algo extraño se mueve, apartando sin cuidado ramas y hojas.

Ocultos por las sombras, los ya habituales vándalos sacrílegos avanzan lentamente hacia el camino central del cementerio. Traen velas, mazos y alcohol, mucho alcohol. Están terriblemente borrachos y sin siquiera preocuparse por que alguien pudiera escucharlos comienzan a escuchar música en sus insufribles aparatos. En realidad no es música. Son burdos ruidos y sonidos guturales, palabras indescifrables que repiten a modo de aullidos mientras mueven sus cabezas al unísono.

El hecho de verlos llegar, en ese estado, con sus extraños modos y gestos obscenos le resulta particularmente incómodo a su habitual serenidad fantasmal. No puede dejar de pensar que la pobre muchachita está muy cerca, indefensa y asustada, clamando por la ayuda que no llega. Nada bueno se puede esperar si se produce el inevitable encuentro.

Sin que su inquietud logre aún movilizarlo, desde lo alto del ángel custodio, apenas logra escuchar algunas palabras de las que esos bárbaros le dicen a la joven, que intenta ahora gritar más fuerte para que alguien, del otro lado del portón, venga en su ayuda.

Burlas, insultos, juegos violentos. Uno de los ebrios del grupo empuja intencionalmente a la desgraciada joven, haciéndola rodar por las escaleras. Eso basta para sacarlo de quicio. Su ira aumenta aunque aún no logra manifestarse fuera de su continente de piedra.

A alguno de los más desquiciados se el ocurre ahora forzar la puerta de la capilla. Consiguen abrirla golpeándola con palos y pies. Arrastran hacia el interior a la que ya han elegido como víctima y se disponen a iniciar lo que se les ha ocurrido llamar un sacrifico satánico.

Nunca le había tocado presenciar algo tan siniestro y espantoso. En todo el tiempo en que su ente fantasmal debió acostumbrarse a convivir con lo tenebroso y macabro jamás imaginó que algún mortal pretendiera tentar con semejantes atrocidades el oscuro poder de las tinieblas.

Atando de pies y manos a la aterrorizada muchacha que grita infructuosamente pidiendo socorro, los desalmados salvajes comienzan a arrancarle las ropas mientras riegan con alcohol y orín el lugar más sagrado de la capilla.

Coincidiendo con el chillido agudo con el que, quien parece ser el cabecilla, incita a los demás para que destrocen y  profanen cada rincón del oratorio, la gracia de su liberación se concreta y por fin su íntima condición de fantasma se hace visible. 

Su ira no puede ser más grande. La gran carga de ansiedades acumuladas a lo largo de siglos de reclusión forzada le estalla por dentro, sumándose a la inmensa indignación que siente ante la barbarie descontrolada de esa horda de imberbes irreverentes que no respetan ni a muertos ni a vivos.

La energía de su etérea naturaleza fluye a su alrededor haciendo que su aura se torne intensa y radiante. Los contornos apenas delineados del que fue su cuerpo van poco a poco cobrando definición y la expresión de su rostro se muestra realmente terrorífica. El estallido incontenible de su furia se manifiesta como nunca antes había experimentado. Se podría decir que rayos y truenos brotan de su ser, provocando un estrépito inesperado que quiebra el silencio sepulcral de aquel campo santo.

La orgía de desborde y barbarie desatada en el interior de la capilla cesa de inmediato. En ese  preciso momento, en el cielo, negrísimos nubarrones cubren la luna, que hasta entonces, había acompañado como mudo testigo el burdo intento de aquelarre.

Sin más dilaciones irrumpe, como inesperado convidado sobrenatural, dentro del  recinto profanado.

Los rostros de los bravucones se tornan tan blancos como el mármol de las lápidas que rodean al oratorio. Casi al unísono, los que eran aullidos de lujuria desenfrenada pasan a asemejarse a gritos de infantes aterrorizados.

La joven víctima, maniatada sobre el altar, ahogada en sus gritos por los jirones de su propia ropa, a punto casi de ser ofrecida en sádico ritual de sexo, sangre y desenfreno, se desmaya al verlo. Mejor así. Él no quiere que se impresione más aún por lo que vendrá.

Lo primero en salir disparado a modo de saeta es un estilete con el que uno de los sacrílegos atravesó una imagen religiosa que ornaba de piso a techo una de las paredes.

Con toda su furia desatada y utilizando sus mejores técnicas en manipulación de objetos, la cuchilla destellante atraviesa más de cinco metros, impulsada con una fuerza tal que lo sorprende a él mismo. Con gran precisión, culmina su trayecto de muerte clavándose en medio del pecho del que fuera su dueño.

Llega el turno de un candelabro de bronce. Pesada y valiosa reliquia que se encuentra en la capilla desde que una familia muy encumbrada de la ciudad lo donara a modo de homenaje en nombre de su hijo fallecido hace ya varias décadas. El voluminoso artefacto se alza impetuoso, respondiendo a su voluntad, elevándose firme por sobre el altar. Mientras la estupefacta banda de imbéciles ni siquiera logra articular alguna posible estrategia de defensa, el lujoso candelabro es impelido con suma violencia hacia uno de ellos, que cae aparatosamente hacia atrás, siendo atravesado, desde la espalda hasta su frente, por un filoso trozo de vidrio que sobresalía de uno de los ventanales rotos.

Son tres los que aún siguen con vida. Uno de ellos reacciona y consigue lanzar el candelabro contra su etérea apariencia incorpórea. Como era de esperar, de nada sirve. El candelero lo atraviesa sin hacerle mella. Esto hace que el pánico de los improvisados profanadores aumente conforme van tomando conciencia que la naturaleza fantasmal es inmune a todo lo que la insignificancia de sus recursos intente consumar.

Por fortuna la joven aún continúa inconsciente y aprovechar esa circunstancia es lo que ahora él asume como prioridad. Deberá concluir su tarea lo más rápido posible para que la pobre no sufra más de lo que ya ha padecido.

El grupo de bastardos irreverentes huyen fuera del oratorio con la absurda idea de intentar guarecerse en la oscuridad de la noche. Rápidamente caen en la cuenta que es allí donde menos favorecidos se verán sus vanos intentos de escape.

Las tinieblas son desde siempre el ambiente más propicio para cruzarse con algún ánima solitaria que intente aliviar su eterna condena. Sumémosle a eso que el lugar donde uno se encuentra es un cementerio y más aún, transitando la Noche de Difuntos, cualquiera sabrá concluir que esa será una velada que nunca podrán olvidar.

Los primeros en toparse con ellos fueron los siameses. Dos pobres ánimas gemelas que aún perduran unidas por el ectoplasma a la altura de la cintura y realizan en forma permanente extraños vaivenes en sus desplazamientos. Eso les otorga un particular dramatismo, inusual aún hasta para un espectro.

Luego fue la vieja Candelaria. La pobre ánima vaga sin sentido, cada Noche de Difuntos, desde la inauguración del cementerio. A estas alturas está tan perdida que ni siquiera advierte por donde levita. Hasta es capaz de atravesar otra ánima si el azar hace que se crucen en alguna sendero estrecho. Su cara esquelética está tan raída que hasta luce colgajos putrefactos a cada lado de lo que alguna vez fueron mejillas. Para colmo de males las órbitas de sus ojos lucen  vacías, detalle este que le quita el poco resquicio de  humanidad que hasta hace unas décadas le sobrevivía.

Sin duda fue el indescriptible terror que sintieron al verla, lo que provocó que uno del trío se arrojara de lleno sobre una verja muy elaborada que circunda el panteón de los Fernández Fuentes. Esa ilustre familia, de destacada trayectoria, desde siempre se dedicó a la manufactura de bronces y herrajes, llegando a estar sus enrejados dentro de los más reconocidos de toda Latinoamérica. Por ese motivo, haciendo quizás un gesto de innecesario alarde, su panteón familiar está rodeado de una triple hilera de astas anudadas culminando cada una en una aguda punta de lanza finamente labrada, confeccionada con el bronce de mejor calidad que se pueda conseguir en toda la región. Fueron esas tres hileras de punzantes alabardas las que ensartaron, con la facilidad con la que se perfora la manteca, el flácido cuerpo del más insignificante de los aspirantes a adoradores de Satán.

Si aún fuera posible, se diría que el pánico de los dos sobrevivientes se duplica al escuchar el desagradable crujido de los huesos del gordito ensartado en la verja. Uno de ellos queda literalmente seco por el espanto…el que, paradójicamente, al mismo tiempo provoca una profusa humedad en sus pantalones.

 


 

A SOLAS, BAJO LA LUZ DE LAS VELAS

 

Sólo queda en pie el que gusta de sentirse líder de esa sarta de aprendices demoníacos. En un rapto de inesperada lucidez - quizás fuera muy intuitivo - el despreciable personaje gira raudamente sobre sus pasos y retorna a la capilla.

Por alguna señal que quizás supo interpretar en su furiosa mirada espectral o tal vez por simple especulación  masculina, en un desesperado recurso para intentar preservar su vida, el vandálico sujeto presiente que no es gratuita la intervención fantasmal en defensa de la que casi fuera por ellos ultrajada y asesinada.

Asiendo por los cabellos a la pobre muchacha que ya estaba volviendo en sí, pone con violencia y desesperación ante su garganta la afilada navaja que el desgraciado guardaba entre sus ropas. Con mirada inquieta y sonriendo nerviosamente, desafía al espectro sin necesidad de decir palabra, teniendo la certeza que el motivo de aquella irrefrenable intervención sobrenatural se ha debido a algún tipo de atracción especial que el fantasma siente por la muchacha.

La respuesta no se hace esperar. Con inusitada rapidez, haciendo gala de la capacidad que  exclusivamente alcanzan las ánimas más expertas y sin darle tiempo ni para que aquel cobarde se asombre, extiende lo que otrora fuera una mano y lo toma firmemente por el cuello. Mirándolo fijamente a sus ojitos ahora ateridos por el pánico, abriendo su boca sepulcral, deja salir por ella el fluido pestilente de su aliento añejado por siglos… y gozando enormemente con semejante ocurrencia, simplemente le exhala en la cara hasta que el infame se desvanece.

Pese a no haberla buscado, el destino le brinda la ocasión previamente soñada. Se halla así, frente a frente con su enamorada, a solas, iluminados apenas por unas cuantas velas encendidas y la romántica presencia de la luna que se filtra, mágica y bella, por entre los vitrales.

El efecto logrado no fue el esperado… o sí… la joven se deshace en un grito agudísimo, asustada a más no poder a pesar de haber presenciado la forma elegante con que aquel ignoto fantasma le acababa de salvar la vida.

Lamentablemente otra vez se desmaya. Es ahí cuando el pobre comprende plenamente que ya nada le queda por hacer en este mundo de vivos.

Al contemplarse junto a ella en el espejo que enmarca el altar de la capilla, aquella ánima en pena recuerda claramente la que fue alguna vez su vida. En aquellos años, cuando en la plenitud de su juventud de niño rico y privilegiado gustaba de seducir jóvenes incautas y sensibles, alguna vez no reaccionó con el coraje y la caballerosidad que su honorable cuna le hubiese dictado y huyó…como un absoluto cobarde, dejando a merced de un par de borrachos a la muchachita que en él había puesto su corazón y su confianza. Durante su huida, mareado por el alcohol y apremiado por las ansias de ponerse a salvo, calculó mal la distancia que lo separaba del bote que lo aguardaba y cayó al río… muriendo absurdamente, ebrio y pusilánime, mientras en su interior lo seguía carcomiendo la indigna actitud con la que había procedido.

Sin duda fue su culpa la que, hasta entonces, decidió mantenerlo prisionero en su propia tumba, aguardando el momento indicado para que el destino le brindara la oportunidad de redimirse alcanzando así, la anhelada liberación de su alma.

Luego de destrabar las puertas -su impecable técnica de abrir cerrojos le fue por fin sumamente útil - cubriendo el cuerpecito delgado y suave de su enamorada con un cortinado, se dirige hacia el ingreso del cementerio llevándola en sus brazos. Cruza el hall principal y se dirige presuroso hacia la oficina del custodio que suele, en lugar de mantenerse alerta, dormitar la mayor parte de la noche. Con suma delicadeza acomoda a la muchacha en una de las bancas de la cercanía y acariciándola apenas con las puntas de sus dedos espectrales, la contempla tiernamente mientras la delicada criatura vuelve en sí.

Esta vez el miedo no se apodera de ella. Quizás ahora logra atisbar en aquella mirada algo que ya no la inquieta… o quizás, a estas alturas, ya se ha acostumbrado a verlo cada vez que se despierta de sus desmayos. Lo cierto es que no grita. Más aún,  se mantiene serena.

Intenta, entonces, quien alguna vez fue galán y ahora es apenas débil rastro en el mundo material en el que quedó atrapado, confortarla y animarla.

Se apresura para explicarle que no todos los muertos permanecen como él en aquella condición imprecisa. Se esmera en aclararle que no son flores y llantos los que mantendrán vivo el recuerdo de sus abuelos, ni que es la tristeza perpetua la manera de honrarlos. Se esfuerza por hacerle comprender, que la vida es breve y merece ser vivida en plenitud, a conciencia, con la alegría de quien se sabe íntimamente acompañado por quienes lo amaron, aunque ellos ya no formen parte de este mundo.

Mientras su identidad se hace luz y transmuta definitivamente, logra ver por breves instantes y por última vez, la imagen de su propio rostro reflejado en las pupilas de la muchacha.

Ella, agradecida, con toda la ternura de su  corazón, le sopla un beso desde sus labios y le regala la mejor de sus sonrisas.



18 comentarios:

Campirela_ dijo...

Gracias por esta colección de relatos de misterio, pero en ellos hay amor aunque sea un amor tardío. Arrepentire nunca es tarde y algunas almas que se quedan atrapadas entre dos mundos logran hacerlo.
Tal vez la próxima vez que vayamos a un cementerio las tumbas las veamos de otros modo y nos preguntemos¿ si en alguna de ellas hay un alma en pena?
Un beso, que estos días no se nos olvide rezar un padrenuestro por aquellas almas que no tienen quien les rece.

Neogeminis Mónica Frau dijo...

Muchísimas gracias por leer, Campi. Sé que los textos muy extensos no son aptos para la lectura bloguera. De ahí que valoro doblemente tu atenta lectura. Comparto tu opinión sobre intentar ver los cementerios y la muerte de otra manera. Un abrazo y muchas gracias otra vez

emejota dijo...

Largo si, y de corazón precioso, si. No se si servirá de algo recordar la ambivalencia de no solo COMO ARRIBA ASÍ ABAJO, sino de su contrario COMO ABAJO, ASÍ ARRIBA dando lugar a la estrella de 6 puntas.
Seguramente pensamiento no solo origen del concepto premio-castigo religioso sino de la espiritualidad o misticismo de algunos seres humanos dotados de una mente que muchos interpretan como espíritu. La curiosidad se hace esperar, pero me da igual, solo son palabras. Escribiría más al respecto porque desde la infancia me dediqué a observar el fenómeno y quizá dirigiera mis pasos, siguiendo las miguitas (joining the dots) hacia las estrellas y los ciclos planetarios! Lo único claro hasta la fecha es que la materia es energía, por tanto todo lo que el universo contenga será energía y la energía solo se transforma a su conveniencia conforme guión.

Ester dijo...

La primera intención fue no leerlo entero, y volver en otro momento pero me quedé, terminé y me felicito por ello, las prisas nos hacen perder muchas cosas. He encontrado moralejas, amor, conciencia, creencias... Un relato extenso que no se ha hecho largo. Abrazos

Neogeminis Mónica Frau dijo...

Qué buena reflexión emejota! Me alegra y estimula tu comentario. Me sorprendió gratamente tu visita y la agradezco de corazón. Muchas gracias! Un fuerte abrazo

Recomenzar dijo...

es demasiado largo y en rojo parece un libro lo siento no pude leerlo bye

Neogeminis Mónica Frau dijo...

No hace falta disculparse. Bye

Neogeminis Mónica Frau dijo...

Me alegra y te agradezco por no haber desistido jaja. Un fuerte abrazo y muchas gracias por leer con atención pese a la longitud

Musa dijo...

Todo lo bueno requiere su tiempo.
Tuve que levantarme en alguna ocasión, no por mi voluntad, pero conseguí leerlo completo y sin cerrar. Te felicito. Valio la pena (como siempre).

Gabiliante dijo...

Ves?
Tomar la parte por el todo es un error.
No era un egoista y únicamente preocupado por preservar su identidad (que tampoco es un pecado tan grande. Ahora con todo el texto vemos que tiene una ILUSION. Más de lo que tienen muchos vivos. En forma de amor (amor verdadero que diría Iñigo Montoya), pero eso es lo de menos. Lo que importa es la ilusión.
Y sé de una que podría darse con un canto en los dientes. No a muchos los esperan 200 años para dar sentido a su vida.
Magnífico texto. Un poco cruel con los vándalos, pero la historia lo requiere, y es halloween.
Besoss Monica

Neogeminis Mónica Frau dijo...

Antes que nada, me alegra tu visita, Musa. Hacia mucho que no te veía por estos lados blogueros. Seguidamente, me alegra y me estimula mucho tu comentario. Comprendo perfectamente que los relatos extensos no se adaptan a lo que suele ser un formato de rápida lectura., Por lo que sabía que quien leyera, lo haría sin la presión de cumplir. Muchas gracias y espero seguir viéndote bloguear

Neogeminis Mónica Frau dijo...

Jaja sí, me permiti cierta saña con los vándalos porque el tema del terror lo ameritaba. Valoro y agradezco mucho tu visita y atenta lectura, Gabiliante. Un fuerte abrazo

Mascab dijo...

Buenos relatos y muy apropiados para la época en que estamos. Me ha gustado mucho "A solas, bajo la luz de las velas", porque para mí los espejos son una puerta a lo desconocido. Gracias por compartirlos

Neogeminis Mónica Frau dijo...

Muchísimas gracias por leer con atención. Sé que no es un formato adecuado para la lectura en blog, pero la temática, como bien dices, era propicia para la fecha. Un abrazo y gracias otra vez Mascab

Gustab dijo...

Parece que hay un ánima que siempre se queja de no ver; que si es roja, que si es pequeña, que si es muy curva... en fin ánimas del cementerio y con un toque de Tresor bombachas y un top muy particular. Vaga por el cementerio sin entender porque de él no puede salir...
¿Quien le dará la mala noticia?....Para recomenzar hay que tener mucha paciencia.
Perdón.... Pero es que vaga por todos sin dejar nada.
En cuanto al difunto, en hora buena y se fue con serena mirada. Y a los vándalos, no saben la que les espera porque vagar con ella en bombachas...basta. Me perturba.
A ese cementerio no me gustaría llegar.

Neogeminis Mónica Frau dijo...

Creo que a nadie le gustaría Gustab jeje. Gracias por leer. Un abrazo

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Me recuerda a alguna historia de Marvel. Con personajes que pagan sus culpas con actos heroicos.
Una buena historia la que nos presentaste. Con una.cļásica damisela en peligro.
Si biwn el personaje tenía sus faltas, de alguna.manera apresuró la mueete de sus padres, tambien tenia sus principios. Era um disoluto pero seducgor, no como esos vandalos.
Seria yna.buena pelicuña o hisrietata.
Un abrazo

Neogeminis Mónica Frau dijo...

Celebro que te gustara Demiurgo. Me la imaginé como una película cuando la escribía. Muchas gracias por leer con atención. Un abrazo

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