CRÓNICA DE LA PRIMERA (Y ÚLTIMA) VEZ
Desde un principio, y a
consecuencia del aliento que me dieron los del grupo, pensé que se trataría de
algo sencillo, que con sólo mostrarme interesado obsequiándole un pequeño
detalle, la ingenua caería rendida bajo mis encantos. Se me ocurrió que un ramillete de flores perfumadas sería suficiente
para una niña tan cándida como
ella, por lo que esa tarde fui a su encuentro con cuatro rosas en mi mano
torpemente envueltas con un papel blanco y una cinta azul de seda que encontré
en el costurero de mi madre.
Si bien mi inexistente experiencia se interpuso en
el camino aceitado que pretendía transitar como joven galán, su acentuada
timidez y su confiada actitud hacia mis pretendidas honorables intenciones
compensaron mis inseguridades, dándome desde ese momento la soltura necesaria
como para llevar el asunto hacia donde yo quería: que el supuesto romance se
mantuviera en secreto hasta que fuera mayor y sus puritanos padres dejasen de entrometerse
en sus cuestiones y nuestras vidas.
Bastaron tres o cuatro melosos encuentros
más para que la incauta bajara del todo su guardia poniéndose a mi merced y sin
que hubiese ni sonido de campanas ni fuegos de artificio, pasó lo que tenía que
pasar. O más bien, lo que había yo planeado que pasara.
Esa fue la última vez que la vi,
sin más promesas que las que ella misma quiso imaginar. Me fui del país. Me dediqué
a viajar y por muchos años no tuve contacto con nadie del pueblo. Hasta ayer
que me encontré con un amigo en común que me contó, como al pasar, qué fue de
ella.
Me dijo que cuando se supo lo de su embarazo fue un verdadero escándalo. Una
niña tan mimada y vigilada, tan modosita y educada. Nadie jamás iba a suponer
que se descarrilara así, y sin que se supiera tampoco de quién podía ser el
bastardito. Lo cierto es que luego que su familia la echó, ella se fue con lo
puesto sin que se supiera a dónde.
A los pocos días la hallaron en las afueras
del pueblo -muy cerca del río donde nos encontrábamos aquellas veces- colgada del
viejo roble rodeada de moscas y un rictus espantoso en su cara quinceañera.
(para leer más relatos, ver la entrada anterior)