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domingo, 7 de diciembre de 2008

MIS TRILOGÍAS






Siempre me ha interesado considerar que la realidad no es una, sino que varía según el ángulo desde donde se la mire. De ahí que un mismo hecho resulta diferente según el punto de vista de quien lo narre.
Con ese criterio escribí hace ya bastante, una serie de Historias en Paralelo que intentan contemplar estas distintas variantes. Así que iré publicando tres entradas sucesivas que al final se verán interconectadas.
(Sé que algunos de ustedes ya las conocen y no resultará novedoso, así que apelo a su buena voluntad y me soporten, jejjeje)

Historias en Paralelo 1
Primera parte: Pequeña historia de un hombre gris

Había una vez un hombrecito gris, de ojitos pequeños, grises también, casi casi, del color del tiempo.

Acostumbraba siempre vestirse con trajes de ese mismo gris, porque alguien, alguna vez había dicho que era bueno combinar tonalidades de la misma gama para destacar la sobriedad.

Se esforzaba por pasar inadvertido para evitar problemas y malos entendidos, para ello, se diría que llegaba hasta metamorfosearse con lo que lo rodeaba.

Obediente a sus obligaciones, su vida solitaria transcurría sin altibajos, sin demasiadas tensiones, sin más miedo que el de no llegar a fin de mes, que para su pobre cuerpo, siempre frágil desde el nacimiento, ya era bastante.

De casa al trabajo y del trabajo a casa (como lo mandó alguna vez un general que no viene a cuento) así el hombre gris pasaba sus horas, entre el escritorio de su oficina bancaria y su inmóvil cama de soltero.

Acostumbraba tomar un almuerzo ligero, entre boletas de depósito y resúmenes de cuenta. No demasiada sal, tampoco demasiados dulces; no era vegetariano, pero tampoco comía demasiada carne, por prudencia; siempre había escuchado que se debían evitar las grasas, sobre todo para personas como él, gente sedentaria, de mediana edad, y aunque no fumaba ni tomaba mucho alcohol (sólo un vasito con las comidas) pensaba que las estadísticas lo contemplaban como “dentro del sector de riesgo”.

Era hijo único, no sabía lo que era ser llamado “hermano”, no tuvo que pelear en su infancia por quedarse con la cama de arriba ni por el pedazo más grande de torta. Fue el consentido de su madre, que a espaldas del rigor paternal, siempre le guardaba algunos caramelos para después de la cena.

Su padre ya no estaba, había muerto hacía mucho, dejándole la casita y la responsabilidad de mantener a su madre.

Si bien tenía desde siempre el buen hábito del ahorro, dado los gastos fijos y el alza de los medicamentos, hacía tiempo que había dejado de fantasear con hacerse un viajecito a las sierras, por una semanita, no más; como aquél que recordaba siempre, el que había disfrutado tanto cuando sus padres lo llevaron a conocer Córdoba.

No podía permitirse ciertos lujos, debía ser previsor, como siempre lo fue, guardando esos pesitos que le sobran para cualquier eventualidad de las que suele deparar la vida.

En lo que se podría llamar una vida ejemplar, sin excesos pero tampoco sin falencias, el hombre se permitía de vez en cuando, disfrutar de las tardecitas de sol, (esas en las que no hace demasiado frío) caminando sin apuro en lugar de volver a su casa en un subterráneo atestado de gente y malos olores.

Fue en una de esas tardes de caminatas cuando pensó que tenía ganas de tomar un café. Extraño en él, que no era de improvisar decisiones como esa, pero así y todo, luego de evaluar el tiempo de luz que restaba (no quería andar por la calle cuando ya hubiera oscurecido) decidió que el bar de la esquina no tenía un aspecto demasiado sucio, así que se animó a entrar. Tuvo suerte porque el mozo lo atendió en seguida y además, sobre una mesa vecina, había un diario que podría ojear mientras tanto.

-Un café chico. Con edulcorante - agregó con firmeza, pero tratando de no resultar muy cortante. Siempre supo que el tono adecuado de la voz es importante cuando se pretende que lo tomen a uno en serio.

Se ve que el tono fue el adecuado porque con rapidez y sin mayores inconvenientes a los pocos minutos una tacita de café humeante estaba frente a él, y además con el agregado de un pequeño alfajorcito que según parecía formaba parte de la atención de la casa.

Por un momento pensó que tal vez el bar de enfrente hubiera sido una mejor elección, pero inmediatamente alejó esa idea de la mente, - para qué dudar?- pensó - ahora la elección ya está hecha.

Sus pensamientos estaban ocupados en esas elucubraciones cuando de repente la vio.

Era realmente hermosa - una bella mujer, de esas que se recuerdan por varios días – susurró para sus adentros. Sorpresivamente la mujer se acerca a su mesa, a la par que él siente que sus mejillas grisáceas comienzan a sonrojarse. Los ojitos grises del hombre gris se ven reflejados en los azules de la mujer – increíblemente azules – pensó.

- Aquí tiene las servilletas, señor - dijo ella con una sonrisa, mientras que para los oídos del hombre esas palabras parecían provenir de un coro celestial.

-…mmmuchas gracias - afortunadamente logró decir, entrecortado.

Aquel café y su alfajorcito le supieron a mieles, a ambrosía, a nubes doradas, a delicias del paraíso…nunca antes se había sentido así, tan irreal, tan suelto de pies, de alma y de cuerpo.

El tiempo parecía haberse detenido ante esos ojos, tan azules como nunca el cielo se había mostrado, o quizás sí, una vez, aquellos cielos de las sierras, de esas vacaciones en Córdoba con sus padres, quizás el tono de azul era igual de límpido y perfecto.

Hubiese deseado que aquel pocillo no se acabara nunca, o por lo menos haber pedido un café doble, para estar unos minutos más tan cerca de aquél ángel, que aunque parezca increíble, lo miraba con ternura, con picardía, como lo hacen los niños cuando son descubiertos en una travesura.

A él. Lo miraba a él. No era mentira. No cabía dudas, no había nadie cerca con quien confundirse. Aquellos ojos estaban buscando una excusa para enfrentarse a los suyos, no había otra explicación.

Jamás en la vida una mujer lo había mirado como ella. Sabía que desde ese momento ella pasaría a ser para siempre, pobladora de sus sueños.

Llamó al mozo, tratando de que su voz no abandonase el tono que sabía debía tener para lo tomen a uno en serio.

Pidió la cuenta. La pagó dejando junto con el monto una pequeña propina. No era adecuado tampoco caer en excesos. Un café no ameritaba grandes derroches de generosidad. Calculó que un diez por ciento estaría bien, y esa cifra dejó, con delicadeza, junto al servilletero que minutos antes le trajese su dama de ensueños.

Se levantó despacio, con elegancia, casi, cuidando cada uno de sus movimientos y así, disfrutando todavía del aroma a café, se dirigió hacia la puerta. Dudó por una milésima de segundo si debería quedarse, extraño en él, que no era de improvisar decisiones. Volvió su cabeza, saludó cortésmente a la mujer de los ojos de cielo con un gesto y se dirigió a la calle.

La brisa era suave, el solcito parecía no querer despedirse, una calandria cantó desde algún rincón…el mundo parecía perfecto.

Apuró el paso (no quería andar por la calle cuando ya hubiera oscurecido). Se felicitó a sí mismo por la buena idea de haberse detenido a tomar un café. Tal vez otra tarde, cuando no hiciera demasiado frío, lo volviera a repetir.

(continuará)








5 comentarios:

Dolores dijo...

Cada cual tiene una óptica diferente de un mismo hecho o situación, coincido con vos, es que indefectiblemente estamos marcados por el significante, que sería algo así como ... todo lo que vivimos a lo largo de los años, aún desde antes de nacer, porque nuestra historia comienza allí, en aquellos días.
Un hombre gris que fue deslumbrado
por ese azul cielo sacándolo de su monotonía, convertida en casi un culto religioso, difícil de sobrellevar, aunque para él resultara seguro y acogedor.
Ese hombrecito pequeño y grande a la vez, cotidiano en su sentir, y digo grande por todos esos deseos, fantasías, sueños contenidos y reprimidos que seguramente nunca verán la luz o si?. Continuará ...

Me encanta tu idea de escribir tus relatos en paralelo. Fascinante, no lo había leído.
Besitos Moni.
Dolores

Anónimo dijo...

Sabes que me encantan tus historias de tres en tres!
Creo que tienes el don de saber narrar y enganchar con tus letras.
Así que yo encantada de que las publiques de nuevo. Las releeré y quedaré encantada dos veces! ;)

Me acuerdo perfectamente de esta :D


Un besito


P

Ángel Iván dijo...

¿Continuará?
No se debe hacer eso a la gente, que me tienes en ascuas.
¿Para cuando las "second part"?
Quiero leerla, quiero leerla, quiero leerla, quiero leerla,
quiero leerla, quiero leerla,
quiero leerla, quiero leerla,
quiero leerla, quiero leerla,
¿he dicho que quieo leerla?
Un besote desde la fría Madrid.

Cardenal Farenas dijo...

Neo!! Me encantan las trilogías, así que de nuevo me siento a leerlas feliz y ávido de nuevos desenlaces que no se repiten porque sa es tu magia.

Tres hurras por las trilogías.

Bendiciones triplicadas

Anónimo dijo...

Hola Monica ,lo primero un saludo y mi alegria por encontrarte en este medio fuera de msn , lo segundo , sorry pero a estas horas soy incapaz de enterarme de algo .
un abrazo grande .Nos leemos .

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