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lunes, 8 de diciembre de 2008

MIS TRILOGÍAS - Parte final


















Pequeña historia sobre las alas de Cupido (completa las dos historias anteriores)







Cuando su padre murió fueron él y su madre los encargados de salir a ganar el pan para la familia.

Con dieciséis años apenas, debió abandonar la escuela secundaria para trabajar en lo que encontrara.

Comenzó en una verdulería, luego pasó a ayudar en el bar del barrio gracias a que la flamante esposa del dueño intercediera ante éste despejando la desconfianza que sobre el muchacho tenía el viejo avaro desde siempre.

Allí trabajó más de un año hasta que al morir el patrón, la joven viuda lo ascendió a mozo. Le compró una chaqueta blanca y le regaló un par de buenos zapatos que el difunto había dejado sin usar.

Desde ese día trabajó llevando y trayendo pedidos entre la barra y las mesas, atendiendo a los taxistas que suelen detenerse en su rutina de andar la ciudad para tomarse en el bar un rato de descanso.

Poco a poco se fue transformando en un hombre. Un hombre honesto que se terminó enamorando de su benefactora: una bella mujer, bastante mayor que él, dueña de los ojos azules más bellos que se hayan visto nunca.

La quería en silencio, desde siempre, con sus virtudes y sus defectos, sin pretender nada por ello; pensaba que sería capaz de cualquier cosa con tal de verla feliz.

Ella era la única mujer que ocupaba los sueños de sus días y sus noches. Sufría cuando ella sufría y estaba alegre las pocas veces que ella dejaba volar una sonrisa. Sabía que la vida se había ensañado con ambos en forma parecida, arrancándolos a la niñez antes de tiempo.

Una tarde como tantas, cuando estaba por terminar el invierno, un hombrecito muy formal y de aspecto algo insignificante entró al bar y se sentó junto a una ventana. El joven mozo tomó su pedido y al llevarle su café, olvidó acercarle un servilletero.

Esa fue la excusa que puso el Destino para conseguir que la mujer a quien amaba en secreto se acercara a aquel desconocido que desde ese instante comenzó a caerle molesto.

Cuando vio cómo ambos se miraron, intensa y profundamente casi pudo sentir como aquellas dos almas que recién se descubrían, luchaban contra tontos pudores para que su emoción no fuera descubierta.

La antipatía hacia aquel hombre delgaducho y casi sin presencia fue cediendo cuando vio nacer en los ojos azules de la mujer, una luz extraña que nunca antes le había visto.

A la mirada le siguió una sonrisa, bella y hasta inocente, que hizo que su adorada pareciera de pronto una chiquilla a quien habían sorprendido en una travesura.

El joven se enterneció. Su corazón brincó de felicidad al ver que su amor secreto sonreía, por primera vez en mucho tiempo. Sus celos se fueron transformando en esperanza; esperanza por ver que la vida dejara de hacerle trampas a aquella dama de los tan amados ojos de cielo.

Esperó con algo de desconfianza la actitud que el afortunado hombre de gris tomara, y para su desconcierto, aquel extraño, lejos de cobrar vuelo y envalentonarse con tan abierta aprobación, se intimidó de tal manera que hasta llegó a sonrojarse.

-¿De qué estaba hecho aquel hombre?- pensó, sin duda no era como los bravucones que solían adular y hasta molestar a su patrona. No entendía cómo no decía algo, cómo no avanzaba disminuyendo la distancia breve que lo separaba de aquellos ojos para él tan deseados. Sintió hasta indignación por tanta falta de soltura para aquellos menesteres. ¿Sería posible que aquel tonto no se decidiera?

Después de una media hora de idas y vueltas de miradas casi a escondidas, vio con alivio que el hombrecito lo llamó para pagar la cuenta. - Ahora lo hará - pensó para sus adentros- buscará la oportunidad de hablarla cuando pase delante de la barra- supuso.

La sorpresa pasó a mayores cuando aquel torpe e indeciso, lejos de aprovechar el regalo que le había hecho el Destino, se dirigió hacia la puerta.

De repente adivinó que voltearía. Esperó a ver cuál sería la excusa que pondría para iniciar la charla, pero para rematar su asombro, luego de un instante de duda, se retiró saludando sin decir palabras, con apenas un insípido gesto cortés dedicado a su dama.

Aunque sin que sus celos contenidos desaparecieran, llegó a compadecerse de aquel pobre cobarde. Adivinó que tan baja era la confianza en sí mismo, que prefería quedarse sólo con el feliz recuerdo, antes que correr el riesgo de ser rechazado. - Pobre infeliz – pensó indignado contra el Destino – si hubiera sido yo quien recibiera aquellas miradas no hubiese dudado ni un instante y hubiese sacado coraje de donde no tuviera para corresponder aquel regalo de la vida-

El joven vio en el rostro de su amada otra vez la desilusión que la habitaba desde siempre y el corazón se le estrujó de pena.

Mientras limpiaba la mesa ahora vacía, la que hace unos minutos había ocupado aquel infeliz del traje gris, vio que el Destino quería darles a aquellos solitarios una última oportunidad: el estuche de los anteojos del hombrecito había quedado olvidado junto al servilletero.

Sin dudarlo y sin dar casi explicación a su patrona, salió a la calle detrás de los pasos del desgraciado. Sería él, entonces, quien poniéndose las alas de Cupido buscaría completar lo que no había podido hacer el Destino.

Corrió hasta la esquina y allí lo encontró. Lo llamó para detenerlo y le entregó el estuche – la señora me ha pedido que lo alcance para entregárselo, se lo dejó olvidado – dijo haciendo hincapié en “ la señora” - Ella ha insistido en que saliera a buscarlo para devolvérselo– agregó, tratando de forzar al hombre para que regresara al bar.

Mientras improvisaba una excusa, se preguntaba qué le habría visto su dama a ese pobre tipo que casi tartamudeando, se mostraba sorprendido por su inusual olvido y por el hecho de que “la señora” hubiese insistido en que el muchacho lo corriera.

- Le agradezco mucho por la atención- dijo el hombre de gris – y a la señora por su gentileza- agregó, mientras recordaba, todavía extasiado, aquellos ojos de puro azul.

Una vez más intervino la suerte cuando, frente a los dos hombres enamorados de una misma mirada, se cruzó una pequeña vendiendo rosas.

- A la señora le encantan las rosas… – dijo el muchacho, sin creer él mismo que aquella desubicada frase hubiese salido de su boca – mientras, en su espalda, dos alas invisibles de Cupido iban ocupando el espacio entre sus omóplatos.

El indeciso hombrecito, totalmente falto de experiencia en el arte del galanteo, tuvo que tratar de interpretar más de dos veces aquellas palabras que a primera intención sonaban fuera de lugar.

Pero el Destino y Cupido combinados pueden más que la torpeza de un pobre hombre gris que apenas se atreve a soñar; y así, de repente, sorprendiéndose él mismo por escuchar aquella réplica contestó: - Entonces le agradará que le lleve una, devolviéndole gentileza por gentileza – se apuró a suavizar.

- Seguramente que sí – contestó el muchacho, combinando en esa frase extrañamente satisfacción y celos.

La noche casi primaveral se anunciaba.

El sol teñía ya de rojo el horizonte, mientras un tembloroso y formal hombre de gris cruzaba la puerta de uno de los tantos bares de un barrio cualquiera.

Allí en silencio, detrás de la barra, soñando como siempre con ser amada, una bella mujer de ojos azules estaba a punto de recibir una rosa.



10 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Neo, solo te dejo el abrazo ya que quisiera leer las tres trilogias con mas calma, ya que son extensas y en este momento no dispongo del momento justo, pero de todas formas estan aqui, vos estas mas canchera y seguro no las vas a borrar como yo sin querer.

Estoy volviendo en cualquier momento, ok?
Lindo feriado para vos y la familia!
Tere♥.

Cardenal Farenas dijo...

genial Neo, estupenda esta trilogía!! Me he devorado esta parte final y como siempre sucede al leerte me atrapa y si te confieso... me voy sintiendo cada personaje jeje (no la mujer detrás de la barra, aclaro).

Bendicitaciones

Marisol Cragg de Mark dijo...

Gran trabajo el que has realizado. Bastante extenso tus escritos.
Por lo pronto, te hago saber que hoy día me he metido a este otro espacio; así que habrá oportunidad de intercambiar comentarios como antes.
Recibe un abrazote

Anónimo dijo...

Aiiinnnnnnnsssssssssssssss.....
Ya he acabado de leerte y me dejas tan blandita como una mantequilla.
Y es que encima las gotas de lluvia están presentes afuera, el día propicio para dejar volar todo...

Un besito


P

Ángel Iván dijo...

Improvisar excusas, hombre gris, te advierto que he tomado apuntes, no te extrañe si ves al hombrecito gris por mi espacio.
Delicioso, y hace un día de otoño en Madrid que ablanda hasta la pituitaria.
Un besote y gran semana.

Sandra S dijo...

Que belleza Neo!! Y si, ya la había leido, pero igual me atrapó de nuevo desde la primera hasta la última letra. y terminé con piel de gallina como la primera vez.
Te felicito Neo!!

Un abrazote y feliz semana!!!

Anónimo dijo...

Hola Neo !!! Muy Buenos Dias. Paso a saludarte y de "carota" para que pasen por mi espacio y sa anoten en seguidores, seguir este blog, que lo tengo a cerrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrro000000oooooooooo0000000000000000000 !!! Lo puse hace unos diitas nada maa !!! Gracias anticipadas por prestarme tu casa para ello !!! Nos vemos, mis amores !!! Abrazos !!!

Tere dijo...

Hola guapa!!!,Pasaba ha dejarte un saludito y me he encontrado con este precioso escrito, sabes que siempre me ha gustado leerte.
Muchos besos
Volveré a visitarte.

Bellisima Stelle dijo...

Moni, lleguè!!

Me he tomado el tiempito necesario para leer todoooooooooo!!!!

Por fin serà amada como sueña esta mujer?

Que hermoso escribìs...y como atrapàs al lector...a mi al menos me hiciste meter en el relato...:-)

Buen lunes feriado...està que llueve y que no...en fin..acà festejamos el dia de la Inmaculada Concepcion, patrona de Gesell...prendì velas para que no llueva, pq està lleno de turistas.

Abrazos...

César dijo...

Se cerró el círculo. y qué decir de ese muchacho que siente un amor tan extraordinario por la mujer de ojos azules que busca la felicidad de esta a costa de su renuncia.

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