
Ardiente. Implacable. El sol en
su cenit hace desaparecer la sombra de su persona, único atisbo de vida en
aquel desierto candente sin verde ni sombras. Su cabeza arde como una brasa,
haciendo que sus pensamientos se mezclen, indecisos y torpes, en su mente perturbada.
Sus pies, agotados de andar, van dejando surcos cada vez más serpenteantes
sobre la arena tórrida. Su sentido de la orientación ya ha caído vencido ante
la enormidad de un horizonte que se extiende sin confines, sin irregularidades,
sin puntos de referencia. Guarda en una botella el último sorbo de agua preservándolo
para cuando sienta la muerte como presencia inminente. Piensa, sin embargo, que
lo mismo da que lo beba ahora o espere hasta no dar más…es tan poco lo que
queda que no es suficiente más que para mojar un poco su garganta de yesca. Siente
cómo paulatinamente se le van secando los globos oculares, se le nubla la vista
mientras los granos de arena se le clavan como aguijones. Intenta en vano
alistar el resto de sus sentidos como último recurso para no caer rendido ante
lo inevitable. Agudiza el oído, el olfato, buscando percibir alguna señal que
lo guíe, que le dé esperanzas, pero nada perturba el inconmensurable infierno
en que se calcina... nada altera el aire
sofocante que lo envuelve al punto de quemarlo por dentro. Al fin, derrotado,
cae sobre sus rodillas que se despellejan lentamente por el fuego insoportable
de la arena en que se hunden. Ni fuerzas tiene para gritar. Ni saliva queda ya
en su boca. Presiente que será esa la caída de la que ya no podrá recuperarse y
se resigna al fin a beber, ávido, ese último trago que preservaba como postrero
tesoro. Lo apresura sin paladear. Ni siquiera alcanza para eso… Culmina, al rato,
rendido sin contemplaciones. Siente que el mundo se diluye a su alrededor sin
que él pueda hacer nada para evitarlo…se entrega a su fin mientras es consciente
que lo que fue su vida, se derrite con él poco a poco. Imprevistamente, cuando piensa
que ya está muerto, siente un fuerte tirón en uno de sus hombros mientras una
voz familiar le conmina a levantarse… -¡te lo dije!...¡te advertí que no salieras
a caminar por la playa al mediodía…¡y menos sin sombrero!-