Entrecerrando los ojos y concentrándose al máximo buscando recuperar aquellos lejanos momentos, en medio de los acres vapores de encierro el hombre lucha intentando dejarse llevar por los fantasmas del salitre, el mar, la arena y aquellas amadas voces de sus recuerdos.
Avanza a tientas disipando en su memoria las nubes que han puesto tantos años de silencio sobre aquel infante -que fue feliz apenas por ese tiempo- para luego sucumbir entre las urgencias y las tentaciones que pueblan el mundo de los hombres y sus infiernos.
Recuerda que había un mar… inmenso… azul, atrayente y perfecto. El viento insistente despeinaba sus poblados rizos mientras por la orilla, él se aventuraba seleccionando con paciencia y la dedicación de un experto, los mejores caracoles que dejaban las olas en su retirada. Reconoce haber pasado horas en aquellos menesteres fundamentales para quien acaba de descubrir ese universo de inmensidad y oleaje perpetuo.
Recuerda su emoción al lograr sentir por primera vez esa conexión especial que se da entre un corazón necesitado y aquel mar inmemorial que se abre espléndido ante sus ojos. Logra revivir su alegría… su despreocupación… la felicidad y cobijo al sentir voces amadas en su cercanía, mientras sus pulmones -recién nacidos al iodo y al salitre- se reconfortan saturándose de esa plenitud sin igual hasta entonces desconocida.
Casi logra sentir otra vez la sensación de libertad infinita que disfrutó en aquellas carreras desenfrenadas a lo largo de la costa. El aire marino salando su piel ávida de sol e impertinencias. Las ganas de vivir brotándole por cada poro que se hacía evidente por gracia y fortuna de la humedad de un mar que se descubría pleno ante sus ojos de niño de ciudad, de cemento, de hollín y hacinamientos.
El hombre sonríe, sintiéndose hundir en la arena…otra vez, como lo hizo en aquella mañana lejana… hurgando sus dedos inquietos y distraídos entre los polvos dorados de la playa y del tiempo. Por un instante al menos lo consigue: diluir sus temores, su angustia inmensa, su miedo, sus culpas, sus traiciones…logra recuperar la vieja inocencia, sus sueños estrenados, las voces amadas, su emoción intacta, su alma de niño, un universo perfecto.
En medio de esa nube estaba cuando…de improviso, con la impiedad con que vuelve otra vez la realidad ingrata a hacerse presente, llega la acritud del aire y la humedad siniestra que lo penetra…otra vez el encierro oscuro e imperturbable, la ansiedad, el dolor inagotable de la agonía permanente, la burla del reloj que corre más rápido aún de lo que debe, la implacable y muda omnipresencia de los barrotes que han cercado sus días hasta que el tiempo se agota.
Y nada queda ya…se acerca el guardia cárcel para retirar los restos de la que fue su última cena… y entre otros dos ahora lo conducen esposado, aterrado y sudoroso ante las miradas despectivas de los otros condenados. Tiembla sin control -de pies a cabeza- en su último trayecto. No logra hacerlo digno, como en su impostura de bravucón sentenciado lo imaginó una y otra vez en tantas noches de insomnio, cuando con desesperación inventaba cómo hacer frente a la muerte sin desmerecer la fiereza por la que lo habían condenado.
¿Y dónde está esa playa?...¿dónde, los sueños añorados?, ¿dónde están las voces?, el mar, el viento… los caracoles y la arena dorada… y aquel alma de niño que supo ser inocente un día y mil siglos después…terminó ajusticiado.
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