![]() LA OTRA Ella es convencional, tímida, contenida. La otra es pura barbarie en la mejor de sus formas. Libre, voluptuosa… Ella es sosegada, medida, pausada. Se muestra de a partes y sólo después que han caído todos sus filtros. La otra, en cambio, no mide su espontaneidad, no prescinde de exteriorizaciones o gesticulaciones ampulosas. Ella es cauta, racional, predecible. La otra es pura pasión, potente, irascible. Ella es cántaro de agua mansa. Noble. Generosa. La otra es catarata de colores, estrepitosa, mágica, arrebatadora. Ella es la mujer a la que todos respetan, acompañan, esperan. La otra es flor exótica, especial, contradictoria. Ella es la mujer que cada mañana se contempla frustrada en el espejo, sin reconocerse. La otra es la mujer que vive tras su reflejo, aguardando, impaciente por ser liberada. Más relatos http://callejamoran.blogspot.com/
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miércoles, 24 de marzo de 2010
A 34 AÑOS
Hace 34 años, yo tenía los necesarios para ser adolescente. Me lanzaba a la vida sumergida en un entorno donde plantearse, debatir y luchar por los ideales no sólo estaba bien visto sino que además eran actitudes instigadas por la misma sociedad que se pretendía modificar.
La realidad política y social de la Argentina de aquella época era particularmente contradictoria, agitada, caótica, contestataria y violenta.
Juan Perón, había apostado a englobar bajo su gobierno a distintas facciones enfrentadas entre sí. Entre los bandos antagónicos que coexistían en inestable equilibrio bajo su tutela había grupos de extrema izquierda junto con otros de la más exacerbada ultraderecha. Cuesta imaginar que bajo las banderas de un mismo movimiento político se hubiesen alistado tan opuestos planteamientos ideológicos, pero era así.
Al morir en 1974 el líder incuestionado que los aglutinaba, aquellas facciones naturalmente antagónicas se enfrentaron entre sí teniendo como escenario un país caracterizado por la supremacía de un Buenos Aires hegemónico y egocéntrico.
Tras la muerte de Perón asume la presidencia de la nación su viuda, quien ocupaba hasta ese momento la vicepresidencia. Entre sus allegados, la figura de López Rega (a la cabeza del Ministerio de Bienestar Social) destaca por su poder y características realmente siniestras. Las persecuciones ideológicas, los enfrentamientos intestinos, el terrorismo incontrolable, el caos social, llegan a un punto intolerable.
Recuerdo claramente que ante esas circunstancias, el hecho que aquel gobierno hubiese surgido de la voluntad popular legitimada por las urnas pasó a ser considerado un detalle menor. Ante el caos y la violencia que se vivía día a día, gran parte de la sociedad ansiaba que algo detuviese aquel infierno.
Como era de esperar, un día, llegó el golpe.
El 24 de marzo de 1976 el general Jorge R. Videla (Ejército), el almirante Emilio E. Massera (Marina) y el brigadier Orlando R. Agosti (Aeronáutica) integraron la llamada Junta Militar, que derrocó al gobierno de María Estela Martínez de Perón.
Esta nueva intervención militar que sufriera la Argentina se hizo llamar “Proceso de Reorganización Nacional”.
Como nos dimos cuenta al poco tiempo, aquello que había sobrevenido fue aún mucho peor que lo que había suplantado.
El terrorismo de Estado se implantó desde un gobierno dictatorial e ilegítimo que suprimió los derechos individuales e impuso una política económica coherente con el contexto en el que se desenvolvió.
José Martínez de Hoz fue designado ministro de Economía y, el 2 de abril, anunció su plan para contener la inflación, detener la especulación y estimular las inversiones extranjeras. Durante este período, la deuda empresaria y las deudas externas pública y privada se duplicaron. La deuda privada pronto se estatizó, cercenando aún más la capacidad de regulación estatal.
Mientras tanto, se plantó el monopolio de los medios de comunicación, la imposición de una ideología monolítica, la exigencia no sólo de obediencia sino de participación activa en las medidas policiales del Estado, y un aparato de policía secreta y de campos de concentración para exterminar a los adversarios y disidentes.
Los líderes potenciales de la oposición eran aislados, encarcelados, exiliados o asesinados.
Fueron 30.000 los desaparecidos. Casi el 30% de ellos eran trabajadores, el 24% estudiantes y alrededor del 6% docentes. El 90% de los secuestrados fueron asesinados, entre 400 y 500 cuerpos fueron arrojados al mar en operaciones conocidas como “vuelos de la muerte”.
Cientos de niños secuestrados o nacidos en cautiverio fueron privados de su identidad dándose en adopción en forma irregular y secreta.
El terror se apropió de lo cotidiano y devastó la integridad nacional.
Fueron 7 los años de aquel infierno. En 1983, luego de la derrota de la Guerra de Malvinas (otro delirio al que aquellos dictadores embarcaron a la Argentina) los militares se vieron obligados a llamar a elecciones. Triunfó el candidato de la Unión Cívica Radical, Raúl Alfonsín, quien asumió el 10 de diciembre de 1983.
Desde ese momento, la democracia argentina sigue andando. A los tumbos, con ineficiencias, vaivenes, cambios bruscos en su rumbo.. pero continúa.
Que siga sí.
Que nadie otra vez se sienta con el derecho de quebrarla.
Que nadie otra vez siembre el germen de la intolerancia.
Luego de 34 años del Golpe de Estado del 76 las consecuencias terribles de aquella fractura profunda en la sociedad argentina aún subsisten. Los que vivimos y sufrimos aquellos años hacemos votos para que el NUNCA MÁS jamás se borre de nuestra memoria colectiva.
La realidad política y social de la Argentina de aquella época era particularmente contradictoria, agitada, caótica, contestataria y violenta.
Juan Perón, había apostado a englobar bajo su gobierno a distintas facciones enfrentadas entre sí. Entre los bandos antagónicos que coexistían en inestable equilibrio bajo su tutela había grupos de extrema izquierda junto con otros de la más exacerbada ultraderecha. Cuesta imaginar que bajo las banderas de un mismo movimiento político se hubiesen alistado tan opuestos planteamientos ideológicos, pero era así.
Al morir en 1974 el líder incuestionado que los aglutinaba, aquellas facciones naturalmente antagónicas se enfrentaron entre sí teniendo como escenario un país caracterizado por la supremacía de un Buenos Aires hegemónico y egocéntrico.
Tras la muerte de Perón asume la presidencia de la nación su viuda, quien ocupaba hasta ese momento la vicepresidencia. Entre sus allegados, la figura de López Rega (a la cabeza del Ministerio de Bienestar Social) destaca por su poder y características realmente siniestras. Las persecuciones ideológicas, los enfrentamientos intestinos, el terrorismo incontrolable, el caos social, llegan a un punto intolerable.
Recuerdo claramente que ante esas circunstancias, el hecho que aquel gobierno hubiese surgido de la voluntad popular legitimada por las urnas pasó a ser considerado un detalle menor. Ante el caos y la violencia que se vivía día a día, gran parte de la sociedad ansiaba que algo detuviese aquel infierno.
Como era de esperar, un día, llegó el golpe.
El 24 de marzo de 1976 el general Jorge R. Videla (Ejército), el almirante Emilio E. Massera (Marina) y el brigadier Orlando R. Agosti (Aeronáutica) integraron la llamada Junta Militar, que derrocó al gobierno de María Estela Martínez de Perón.
Esta nueva intervención militar que sufriera la Argentina se hizo llamar “Proceso de Reorganización Nacional”.
Como nos dimos cuenta al poco tiempo, aquello que había sobrevenido fue aún mucho peor que lo que había suplantado.
El terrorismo de Estado se implantó desde un gobierno dictatorial e ilegítimo que suprimió los derechos individuales e impuso una política económica coherente con el contexto en el que se desenvolvió.
José Martínez de Hoz fue designado ministro de Economía y, el 2 de abril, anunció su plan para contener la inflación, detener la especulación y estimular las inversiones extranjeras. Durante este período, la deuda empresaria y las deudas externas pública y privada se duplicaron. La deuda privada pronto se estatizó, cercenando aún más la capacidad de regulación estatal.
Mientras tanto, se plantó el monopolio de los medios de comunicación, la imposición de una ideología monolítica, la exigencia no sólo de obediencia sino de participación activa en las medidas policiales del Estado, y un aparato de policía secreta y de campos de concentración para exterminar a los adversarios y disidentes.
Los líderes potenciales de la oposición eran aislados, encarcelados, exiliados o asesinados.
Fueron 30.000 los desaparecidos. Casi el 30% de ellos eran trabajadores, el 24% estudiantes y alrededor del 6% docentes. El 90% de los secuestrados fueron asesinados, entre 400 y 500 cuerpos fueron arrojados al mar en operaciones conocidas como “vuelos de la muerte”.
Cientos de niños secuestrados o nacidos en cautiverio fueron privados de su identidad dándose en adopción en forma irregular y secreta.
El terror se apropió de lo cotidiano y devastó la integridad nacional.
Fueron 7 los años de aquel infierno. En 1983, luego de la derrota de la Guerra de Malvinas (otro delirio al que aquellos dictadores embarcaron a la Argentina) los militares se vieron obligados a llamar a elecciones. Triunfó el candidato de la Unión Cívica Radical, Raúl Alfonsín, quien asumió el 10 de diciembre de 1983.
Desde ese momento, la democracia argentina sigue andando. A los tumbos, con ineficiencias, vaivenes, cambios bruscos en su rumbo.. pero continúa.
Que siga sí.
Que nadie otra vez se sienta con el derecho de quebrarla.
Que nadie otra vez siembre el germen de la intolerancia.
Luego de 34 años del Golpe de Estado del 76 las consecuencias terribles de aquella fractura profunda en la sociedad argentina aún subsisten. Los que vivimos y sufrimos aquellos años hacemos votos para que el NUNCA MÁS jamás se borre de nuestra memoria colectiva.
martes, 23 de marzo de 2010
A PROPÓSITO DEL POST ANTERIOR...
Por algún motivo que desconozco, la entrada anterior no se actualiza desde los blogs amigos. Espero que los enlaces se normalicen con este nuevo intento.
Gracias.
Gracias.
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