HISTORIAS DETRÁS DE UNA FOTO
¡Vaya! ¡Había un sol, después de todo, sobre el cemento y el
vidrio espejado!
Más allá de tanto número e
informes y estadísticas, más allá de las tensiones constantes y la comida
envasada y la soledad dentro de la multitud y el reloj tirano señalándome
implacable cuándo trabajar, cuándo comer o cuándo dormir. Había un cielo
después de todo y yo no lo vi. No miré hacia arriba y jamás lo descubrí.
Quizás por costumbre de andar
siempre con la vista fija puesta en lo inmediato, en lo que tenía enfrente, apenas a
la altura de mis ojos y de mi propio ombligo. O quizás fue por miedo que no me
animé antes a levantar la mirada más allá del horizonte que me trazaba la
rutina en mi día a día. De veras tuve miedo
de buscar algo inusitado y sólo me quedé con la frustración de hallar mil
puertas cerradas a la hora de inventarme otro camino. Quizás, en definitiva,
sólo me asusté y quedé estancado en mi cobardía, esa que aplasta sueños y requiere
menos compromiso. Quizás me apresuré. Sólo me enceguecí y me apuré por escapar
sin evaluar bien la realidad antes de saltar y darme por vencido.
Había un sol, después de todo, y
un bello cielo con nubes y aves libres que lo sobrevuelan y yo no lo vi antes. Me
doy cuenta de ello recién ahora, que ya es muy tarde. Lo sé. Lo siento en la sangre que
se me escapa inundando el piso de la calle que muy pronto pisarán otros como yo:
desahuciados en medio de un mundo inhóspito que nos empeñamos en construir... mientras
vamos odiándolo.
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