CINCO ELEMENTOS (violinista,
angelito, hojas otoñales, antigua casa, atardecer)
Aquel violinista nunca fue apegado
a los ritos o a los rezos. Pese a ello le gustaba visitar la ruinosa ermita que
se levantaba sobre la colina cercana a la antigua casona familiar. Allí lograba
calibrar su espíritu insatisfecho en proceso paralelo al exorcismo que -con su
violín- completaba cada atardecer luego de una larga caminata sobre la
hojarasca húmeda que se amontonaba sobre el paraje mustio.
Su larga historia de carencias
afectivas había hecho eclosión tras seis décadas y lo que antes había sido
visto como apacible melancolía, terminó por convertirse en amarga y resignada
desesperanza que se colaba cada día más entre las cuerdas de su violín.
Una tarde muy gris, el solitario
violinista tropezó con una gruesa raíz que pasaba inadvertida bajo el espeso colchón
de hojas. El traspié lo tomó por sorpresa haciéndolo rodar torpemente colina
abajo, hasta que con brusquedad fue a dar contra los restos de una ruinosa
construcción. Mientras se incorporaba sacudiéndose la ropa, junto a sus pies
advirtió lo que a simple vista parecían ser unas alas de terracota.
Sin grandes dificultades logró
desenterrar la escultura y con sorpresa comprobó que se trataba de un antiguo
angelito de considerables dimensiones, probablemente parte de la antigua
ornamentación de la ermita. La vieja figura conservaba intacta la belleza de
sus facciones. Con la gracia enigmática de su angelical sonrisa y una
inconmensurable piedad en su mirada, el alado infante conquistó inmediatamente
el alma del magullado violinista, quien rápidamente la limpió para evaluarla
con tranquilidad.
Con paciencia y dedicación el
improvisado restaurador logró sacar a la luz los antiguos detalles de la figura,
la que se encontraba en aceptable estado de conservación. Sin mayores dudas se
dirigió a la ermita de la colina y acomodó al bello ángel a un costado del
altar, en una saliente del muro.
Un breve haz de sol se filtró de
repente por una hendija del techo, incidiendo justo sobre el rostro del
querubín recién ubicado. En aquel instante, la figura pareció adquirir luz
propia, haciendo que el violinista no pudiera dejar de contemplarlo con íntima emoción.
Desde ese momento mágico, ángel y
violinista sintonizaron en armonía. Las melodías nacidas de su violín
reencontraron su espíritu de inspiración, olvidándose para siempre del
desasosiego y la desesperanza que supieron antes apagar sus cuerdas.
(para leer todos los relatos, ver la lista en la entrada anterior)