Sí, sé que me pasé largamente en la cantidad de palabras, pero creo que cuando las musas se despiertan, no conviene cortarles las alas. Sepan disculpar.
Para leer todos los relatos jueveros, pasar por el blog de Encarni
NO DEJES DE LEERLA
¡No abras la puerta roja que
aparecerá a la mitad de tu sueño esta noche! ¡Por favor no lo hagas! ¡Hazme
caso, aunque no comprendas bien el significado real de mi advertencia!
Recurro a escribir esta carta
dirigida a mí mismo (o sea, tú, que -espero- estás leyendo) como último recurso
después de muchos vanos intentos de alterar este inexplicable círculo vicioso
en el que -sin quererlo- me he metido y del que no consigo, pese a mi
desesperación, lograr salir.
Te explico un poco más. Si no
sigues mis instrucciones, este día que está por comenzar se desarrollará más o
menos igual que cualquier otro día de tu rutinaria vida: ducha, desayuno,
oficina, almuerzo ligero, otra vez oficina y vuelta a casa. Entrarás en el
negocio de al lado y comprarás algo dulce como para alivianar la soledad que te
espera en tu casa. Harás zapping frente al televisor más o menos una hora, como
todas las noches mientras esperas que el hambre te impulse a preparar algo
rápido con lo que encuentres en la heladera. Leerás un rato hasta que te llegue
el sueño. Acomodarás suavemente la cabeza en tu almohada… ¡y allí recomenzará
todo otra vez, irremediablemente!
Verás, el sueño siempre comienza
igual: un páramo ceniciento en un mundo indefinido sin sol, sin ninguna señal
de vida más allá de tu conciencia que parece agudizarse fuera de toda lógica en
aquellos instantes preliminares en los que vislumbras, de repente, algo rojo en
medio de aquel gris blanquecino que te envuelve y contiene. Es una puerta.
Roja, algo más grande de lo que suelen ser las puertas en el mundo real.
Sostenida por sí misma en medio de la nada sin que haya un muro que la
contenga. Te acercarás a ella atraído por su porte y la intensidad de su color
en medio de aquella indefinición que te rodea.
Curioso y sorprendido darás
vueltas alrededor de aquella imposible visión comprobando que nada hay detrás
de ella y nada diferencia los lados de su única hoja. Buscarás detalles que te
den alguna pista sobre su origen o sobre su función en aquel universo onírico
en el que te encuentras. Nada hallarás escrito sobre ella. Ningún cartel,
ninguna marca, ningún aviso. Centrarás tu atención entonces en las perillas doradas
que se destacan a ambos lados de la puerta, por sobre la cerradura por las que
ya has espiado infructuosamente. Supones que la puerta está cerrada con llave y
eso aumenta tu intriga. De repente, allí al costado, sin que la hayas visto
antes, te encuentras con la llave, también dorada, también suspendida en la
nada, como la enigmática puerta. ¡No la tomes! ¡No te dejes vencer por la
tentación de meterla en el hueco de la cerradura porque una vez que lo hagas no
tendrás vuelta atrás! Atravesarás en forma irremediable la puerta de un
infierno imposible de describir en sus flagelos y castigos, sucediéndose uno
tras otro a medida que irás cayendo en un loop sin fin por un lapso que no
serás capaz de medir.
No voy a detenerme hablando de
los horrores que allí encontrarás porque no hay palabras capaces de
describirlos. Sólo diré que nada de lo que puedas imaginar logra acercarse a lo
que son en realidad. Tampoco puedo enumerarlos. Creerás que son infinitos, que
nunca acabarán. Desearás desesperamente que llegue el final, que todo culmine
aunque eso implique tu muerte. Y cuando menos lo esperas, caes súbitamente en
la realidad, para reiniciar otra vez, apenas precedido por unos instantes de lúcido
recuerdo, el más rutinario de tus días. Pensarás, con el paso de los minutos, que
todo fue una pesadilla y que por suerte jamás volverás a experimentar algo tan
espantoso. No es así, porque al final del día, cuando ya lo has olvidado todo y
te abandonas al placer reparador del descanso nocturno, vuelves a reencontrarte
con esa inquietante puerta roja que te atrae otra vez hacia ese laberinto interminable
en el que nada puedes hacer más que dejarte arrastrar. Es allí que tomas
conciencia de que eso ya lo viviste, una y otra vez, repetido hasta el infinito.
Por eso hoy, como alternativa al
recurso extremo de quitarme la vida, sabiendo que nuevamente con el sueño recomenzará
ese espantoso periplo de locura, he decidido -mientras conservo aún el recuerdo
vívido de lo padecido- escribirme esta carta de advertencia y dejarla justo
sobre mi cama para leerla antes de sucumbir bajo la telaraña espesa de ese
submundo onírico que tanto me viene torturando. Junto a esta carta, escribo
también una lista. Una lista que llevaré conmigo como guía para lo que debe ser
una muy diferente jornada, buscando recordar lo que me espera si no altero los
sucesos que me han atrapado en este loop infernal de perpetuas reiteraciones.
Quebraré entonces –intencionalmente-
mi consabida rutina: esta vez tomaré un largo baño de inmersión, desayunaré luego
y sin apuros junto al río disfrutando de ver pasar a la gente. Avisaré a la
oficina que llegaré tarde, daré una excusa verosímil para no levantar
sospechas. Recorreré, ávido, los lugares de la ciudad que aún no conozco.
Almorzaré con amigos, sorprendiéndolos incluso con algún regalo. Disfrutaré la
tarde de sol escuchando música en el parque. Daré una vuelta al final de la
tarde por la oficina, aunque esquivando todo lo previsible. Luego iré al cine,
o al teatro, caminaré más tarde sin que importe mucho el rumbo. No repararé en
gastos y cenaré sin prejuicios en ese lindo restaurante que han abierto sobre
la avenida. Paladearé el postre como niño goloso. Volveré caminando a casa
abierto a nuevas experiencias.
Alteraré lo más posible lo que
una y otra vez vengo repitiendo desde que caí en esta trampa inexplicable. No
tengo, por supuesto, la certeza de que funcionará mi estrategia, pero es la
única manera que se me ocurre para intentar vencer este nudo del destino. Quizás
el universo haya recurrido a este intríngulis nefasto para darme un fuerte
sacudón y sacarme de ese pozo anodino en el que fui convirtiendo mi propia
vida.