Esta semana la querida María José nos propone desde su blog, elegir entre una lista de posibles títulos para luego narrar una historia. Me he dejado llevar por mi veta infantil al escribir y además, me pasé un poco de la cantidad de palabras. Espero me disculpen.
El título por el que me decidí: "Esperando que alguna princesa lo besara"
(foto tomada de la red)
Existió una vez un sapo que, más
allá de lo fantasioso que parezca, decía ser en realidad un príncipe
encantado.
Nadie sabía bien los pormenores
pero lo cierto era que ante los interrogantes sobre el porqué de su inocultable
desdicha, él siempre narraba la misma historia: castigada su insolencia
principesca por el encantamiento de una hechicera, quedó convertido en feo y
arrugado sapo desde entonces, provocando el rechazo de sus congéneres, quienes
lo habrían echaron a escobazos de su propio castillo.
Desde ese momento aciago decía
venir vagando -de charca en charca- buscando sin suerte alguna princesa que se
animara a romper aquel hechizo grotesco mediante un beso apasionado. La fuerza
de aquel gesto comedido resultaría ser lo único capaz de disolver el
encantamiento, haciéndolo por fin retornar a su naturaleza humana.
Pero pese a la vehemencia con que
a todos repetía su historia, pocos, en realidad la creían, soportando
aletargados su insistencia como un mero entretenimiento, ya que no mucho había
para hacer en aquellos humedales.
Con el tiempo, la historia del sapo
dejó de resultar curiosa y entretenida para los somnolientos habitantes de
aquellos juncos, sólo los pocos visitantes que arribaban le prestaban un rato
de su atención, extrañándose ante la posibilidad de que ese verrugoso sapo
alguna vez hubiese resultado ser un gallardo príncipe.
Un día llegó al lodazal una
atractiva rana de selecta alcurnia. Decían que era hija de un poderoso batracio
que había hecho de un lago lejano un lugar muy agradable para vivir. Muy sabio
y respetado era, ya que al tiempo todos decidieron nombrarlo Rey y por ende,
Princesa a su primogénita.
Compadecida la forastera por los
lamentos y de la infructuosa espera del sapo, acercándosele con mucha ternura
la joven rana entrecerró sus ojos ofreciéndole generosa sus labios para intentar
romper el hechizo: si el poder de besar de una princesa era la clave para
quebrar el encantamiento, no debía ser un dato fundamental su especie.
Cuál enorme debió ser la
decepción de la princesa rana al ver la actitud despectiva del sapo ante su
propuesta, quien, con soberbia y marcado desprecio se alejó de ella diciendo
que no debía ser “tosca rana” la princesa que lo deshechizara, sino “bella y
gentil doncella humana, coronada con delicada diadema.”
Lejos de sentirse ofendida, la
rana -que había heredado la sabiduría de su padre- meditaba con conmiseración
sobre aquel infeliz que, no sólo seguía convencido de su propio delirio, sino
que además, de haber sido cierto, hubiese merecido padecer el castigo de la hechicera…
dado que había probado aun ser estúpidamente altanero.