Dada a la pereza (momentánea, espero) de mis musas, me sumo a la convocatoria juevera de esta semana que nos deja Neuri desde su blog, con un relato ya publicado. Pasar por aquí para leer todos los textos participantes.
EL RETORNO
Desde antes de esconderse el sol
se percibía algo inquietante en el ambiente. Señal mucho más preocupante que la
habitual certeza de ser observados desde la jungla que enmarca la playa, más
allá del tosco fuerte construido a las apuradas. Los hombres se mostraban turbados
y temerosos, azuzados por el hambre y la desazón tanto como por el indisimulable
ansiedad que aumenta aún más por las noches, cuando la oscuridad absoluta lo
envuelve todo y el aullido de las bestias se mezcla con los chillidos velados
de los salvajes. Aquellas tierras bárbaras no se parecían en nada al paraíso
que les habían prometido y si a esa desilusión se le sumaban la fiebre y las
pestes con las que el nuevo mundo los había recibido, las ganas de emprender el
largo viaje de retorno sin más ganancia que la de conservar la vida, a más de
uno se les cruzaba como una posibilidad cada vez más tentadora.
Allí en el corral la inquietud no
era menor. Habiendo pasado tanto tiempo encerrados bajo cubierta a merced de
las inclemencias de un mar impiadoso, el hecho de permanecer aun expectantes
aguardando la incierta posibilidad de ser cabalgados más allá de lo inmediato,
a todos se nos hacía ya intolerable.
De improviso cayó la primera flecha.
Certera e intempestiva, atravesando el pecho del guardia más expuesto. Después
llovieron las otras. Igual de mortíferas e inesperadas, con el aditamento del
fuego que las transformó en incendiarias. Una de ellas se clavó junto a nuestras
patas y de inmediato el caos se apoderó de todos transformando el campamento en
un infierno descontrolado. A fuerza de dar coces logramos volcar los maderos
entre los que estábamos encerrados, y mientras los gritos de dolor, guerra y
espanto se multiplicaban a nuestras espaldas, un puñado de yeguas jóvenes
instintivamente comenzaron a seguirme mientras mi ímpetu contenido se liberaba
en mil relinchos abriéndome paso entre aquellos salvajes que, sobre los otros
hombres, avanzaban matando y muriendo.
Al fin, la luz de un nuevo sol
despuntó en el horizonte, lejos ya del olor a carne quemada y aullidos
destemplados. Una nueva tierra se abría ante nuestros ojos, inmensa y prometedora,
aguardando ser recorrida con libertad y enjundia. Hacia los cuatro puntos
cardinales nos dirigimos luego, crines al viento, haciendo caso omiso de dueños,
látigos o enemigos. Llegamos así al nuevo mundo con la misión de repoblarlo.
(Los caballos poblaron el continente
americano en tiempos remotos, tal y como acreditan vestigios arqueológicos.
Pero se extinguieron hace unos diez mil años por causas desconocidas. Su
historia en el Nuevo Continente volvió a comenzar con la orden de los Reyes
Católicos de mandar a sus nuevas posesiones veinte caballos y cinco yeguas.
Estos animales llegaron a la actual República Dominicana en el segundo viaje de
Cristóbal Colón, que zarpó de Cádiz el 25 de septiembre de 1493)