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domingo, 13 de enero de 2013

CUENTO TRISTE, EN TRES PARTES


CENIZAS DE IRREALIDAD



Parte 1: INCIERTA PRESENCIA

Tratar de reinterpretar algo, aunque sea inconexo, de todo lo que experimentaba, se le antojaba una tarea irrealizable. La sola idea de ponerse a ordenar sus pensamientos de forma que le sirvieran para poder atarse a lo que la gente cuerda llama normalidad, se le planteaba como un reto. Una posibilidad muy remota que apenas alcanzaba a vislumbrar como imprescindible para sostener su tambaleante salud mental.
Una serie de indescifrables acontecimientos lo habían azotado hasta el borde de la irrealidad. No  lograba hilvanarlos con un mínimo sesgo de continuidad lógica poniendo en jaque lo que quedaba en pie de su limitada capacidad de raciocinio.
Haciendo un esfuerzo enorme, luchando por mantenerse a flote en medio de ese mar de convulsiones que lo sacaban una y otra vez de la ilación de sus recuerdos, aquel pobre ser que ya ni se reconocía como hombre, buscaba con desesperación hallar en su memoria el punto inicial de lo que formara luego la maraña de sucesos que intentaba desentrañar.
Lo último que recordaba con claridad de ese último día, era la costa. Ese mar helado siempre desafiante burlando los sueños y las esperanzas de quienes buscan, al menos con sus pensamientos, alejarse de allí. Las olas rugientes rompiendo bravas sobre el espigón. El horizonte impávido, el cielo blanco. Dos o tres gaviotas haciendo de vigías conteniendo el silencio eterno de aquel páramo de viejos marinos añorando siempre otro mar. Si la desolación hubiera podido elegir un lugar para anidar, sin duda hubiera sido allí, entre esas rocas.
Después resurgían, dispersas, algunas imágenes borrosas en un tren. Viejos vagones zarandeándose al unísono a medida que el paisaje invernal se desplazaba ante sus ojos resignados. Por más que lo intentaba, no recordaba el motivo por el que había emprendido aquel viaje, pero sí la inequívoca sensación de haberse sentido sumamente inquieto durante el trayecto. De improviso venían a su mente algunos de los rostros macilentos de los otros pasajeros: un cura somnoliento, una oscura dama que viajaba con un niño quejoso, dos o tres extraños que hablaban un idioma que no lograba identificar…
Hurgando con dificultad en lo más solapado de sus borrosos recuerdos logró adivinar al fin una presencia estremecedora en todo aquello que con dificultad iba reconstruyendo luego de su prolongado letargo. Unos ojos muy grises fueron abriéndose camino entre las nubes de su disuelta memoria. Grises. Tan grises como el camino de humo que el viejo tren iba dejando tras su marcha. Por un momento logró evocarlos en toda su magnitud, en todo su misterio. Unos ojos tan intrigantes como la voluptuosa dueña de aquella mirada que lo traspasaba sin piedad aún en el recuerdo. Aquella mujer que apareciera de improviso sentada junto a él en el desvencijado camarote logró estremecerlo de pies a cabeza, descolocándolo de cuajo de su elaborado rol de hombre silencioso y circunspecto con el que acostumbraba enfrentar el mundo. Por un momento perdió todo sentido del decoro y las buenas costumbres -ahora lo recordaba bien- no podía dejar de mirarla, aún a riesgo de resultar grosero e irrespetuoso. Algo en ella le resultaba  terriblemente atrayente. Maliciosamente atrayente. Se sintió desfallecer ante aquella mirada posesiva, de la que -tuvo la certeza- no podría apartarse ya más.
Después todo se hizo bruma en su cabeza. Todo confusión, niebla, angustia, miedo e imprecisión. Como si él en su integridad se hubiera disuelto en un abrir y cerrar de ojos…un abrir y cerrar de aquellos ojos grises que lo trastornaron al punto de disolverlo como hombre y como persona.
Y ahora él estaba allí, en aquel extraño cuarto entre penumbras, perdido y lastimoso, solamente iluminado por una débil y temblorosa flama, intentando recomponer en su memoria los hechos que le sucedieron a aquel encuentro fatal que lo dejara casi inmóvil, postrado y loco, internado como estaba en una clínica perdida en medio de la nada. Donde nadie iba a verle, más que esos deshumanizados enfermeros que lo inyectaban cada seis horas y lo forzaban a comer esa papilla amarillenta que sabía a medicamentos y que tanto le asqueaba.
Tan inciertos como los sucesos que sin duda ocurrieron en el tren le resultaban las heridas que llevaba ahora regadas en todo su cuerpo. Ya cicatrizadas, aún perduraban como testimonio del espanto vivido y que paradójicamente insistía en intentar recordar, aún intuyendo que su mente quizás los habría borrado de su consciente por piedad o -aún peor- por instinto de supervivencia.
Palpándose varias de las cicatrices más profundas ha creído descubrir que fueron hechas por dentelladas. Pequeños trozos de su cuerpo arrancados con crueldad y sadismo. Ha advertido que no todos han sido producidos al mismo tiempo. Algunos aparentaban ser más recientes. Otros ya se fueron recubriendo de oscura y dura costra que apestaba a podredumbre, pese a los esporádicos intentos de curaciones a los que los enfermeros lo fueron sometiendo.
Ellos le dijeron que no se trataba de mordidas. Que eran laceraciones provocadas por una caída. Le costaba creerlo. Pero tampoco podía desmentirlo, porque no recordaba nada, en realidad. Sus recuerdos eran pura ceniza. Blanda e impalpable como la que le venía a la mente cada vez que intentaba despejar el velo de su memoria, pese al riesgo que implicaba revolver el espanto que tenía conciencia de haber padecido.
(continuará)

5 comentarios:

mariajesusparadela dijo...

Me comerá la impaciencia.

Juan Carlos Celorio dijo...

Tiene razón María Jesús, has creado un ambiente que inquieta. Seguiré atento a la pantalla.
Abrazos.

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Es inquietante cuando la irrealidad invade los recuerdos. Recuperarlos puede ser arduo. Es interesante lo de la mujer voluptuosa, y que ese encuentro atrayente haya causado un desastre. se insinua que esa mujer fascinte era una vampiro o una licantropa. Si no era una mujer seguida por un ser extraño que no admite competidores.
El lugar en que termina el personaje tan herido y confuso podria ser parte de una organización que encubre la existencia de la mujer y seres similares. Negando los hechos para su protección. Tal vez por eso dicen que las heridas se deben a una caída. Tu texto es interesante y incentiva toda clase de teorías.
Espero la continuación.

San dijo...

Ya has senbrado la semilla y comienza a germinar, continuo leyendo.
Un abrazo.

Esilleviana dijo...

Se encuentra recluido en un hospital, es como si una grave enfermedad hubiera ido consumiendo sus neuronas y solo el recuerdo espontáneo y transitorio le devolvieran a su ficticia realidad.

Leeré la 2ª parte.

:))

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