Parte Final: ENTRE LIBROS, LUCES Y ESCENARIOS
(foto tomada de la red)
Decidí seguirlos sin ser vista –eso creo- luego que se fueron del bar aquella mañana de sábado de otoño recién nacido y comprobé que no es nada mezquina su entrega, no es unidireccional el sentido en que despilfarran sus energías.
En ese libre fluir de idas y venidas ellos emanan lo mejor de sus destellos. Van hilando fino sus influjos, compartiendo -con quien esté dispuesto- esa magia que a veces es confundida con desatino, con pantomima, con locura inocua, con inconsciencia que merece ser reprimida.
Ellos se esmeran en buscar los sitios más poblados, más transitados, desde donde irradiar la bondad de su libertad sin límites. Quizás hasta vayan calculando con elaborada ciencia fáctica, desde qué sitios se trasporta mejor su energía, mejorando así la eficiencia con que lleguen a aprovecharse sus beneficios.
Uno los suele encontrar en avenidas céntricas, en plazas, en bares, en cines… o en librerías como El Ateneo Grand Splendid –frente al mismo sitio donde los vi desayunar- Allí ellos se desenvuelven con mágico encanto circulando a su antojo. En medio de un gentío importante de transeúntes, turistas y amantes del arte, ellos van haciéndose ver entre libros, discos, fotos y exhibidores de pulcros cristales. Tal vez sea en sitios como ese desde donde logren aumentar aún más la epifanía que significa, para el desprevenido paseante, el encontrarse de improviso frente a frente con semejante dislate de colores, transgresiones y normas.
En general, cuando uno entra a un sitio tan increíble como esta librería –antes teatro- a la que me refiero, la mirada se deja llevar por el impacto inicial que produce el conjunto: estanterías infinitas poblando lo que fueran hall, foyer, salón principal, galerías y palcos, iluminadas con la justeza ideal para que el visitante se sienta cómodo. Seguidamente uno se pierde en los detalles: de piso a techo, la decoración floral, dorada sobre colores pasteles, para rematar en el maravilloso fresco del cielorraso, que emula ser un particular cielo que se abre, poblado de figuras angelicales, pájaros, y numerosos personajes que parecen rendir pleitesía a una dama central en actitud de equilibrio y reflexión. Ante semejante firmamento, el escenario teatral original se presenta con su impactante telón rojo, siendo no ya marco para las antiguas representaciones escénicas, sino como contenedor de quienes gusten tomarse un descanso, un café, o lo que se les ocurra, justo allí, donde el trasfondo de lo que alguna vez aparentó ser realidad se muestra tal cual es. Bajo parrillas de spots y luces multicolores se descubren, descarnados y pulcros, las bambalinas de lo que desbordó otrora magia irreal y polvo de estrellas.
Desde ese sitio especial en el que hoy, paseantes, lectores, estudiantes y curiosos se congratulan ante la maravillosa conjugación de teatro y libros plasmada ante sus ojos, nuestro par de ángeles urbanos se empeñan en aumentar con su presencia el sortilegio que allí se respira. La inquieta pareja revolotea extasiada entre volúmenes de Borges y de Plutarco, de Cervantes y de Shakespeare, se entremezcla cándidamente entre antologías de cuentos fantásticos o casi ignotos libros de poesía.
Sin darse cuenta, la gente comienza a acompañar discretamente con movimiento de pies o cabezas el ritmo de la leve música funcional que nace desde ocultos parlantes, la misma que lleva a los ángeles, con etéreos pasos cortos, a la aventura de bailar unos compases allí, frente a todos, con gran despliegue de elegancia.
Luego de la improvisada danza, mientras los elegantes dedos de él se mueven como palomas entre las hojas crujientes de las novelas y crónicas literarias, ella, embebida de rosas suspendidas entre rasos y tules, busca inquieta poetas clásicos de antiguos linajes.
Entre querubines dorados y molduras de grácil diseño el espíritu de todas las personas se aligera aún más y casi logra traspasar los límites físicos de la librería. Verlos a ambos allí, en medio de aquella atmósfera de poesía y teatro, sobrevivientes a la adversidad de no ser prioritarios y urgentes, resulta, para quienes con ellos coincidimos, una situación emblemática, una señal del cielo, un paradigma digno de ser dilucidado. Quizás el sólo hecho de comprobar que existen, sea señal para recordar que nosotros en cambio hemos dejado de ser, para apenas limitarnos a aparentar, lo que se espera que seamos…y es así que el alma humana empieza a caducarse.
Es por eso, sin dudas, que se nos han enviado estos ángeles. Para advertirlo. Para recordárnoslo. Para ayudarnos.
Mientras los ocasionales observadores angélicos seguimos hilando pensamientos en torno a lo que ellos nos irradian, dentro de aquel recinto privilegiado las musas llegan pronto en bandadas, buscando anidar en las mentes de quienes han llegado hasta allí para degustar letras ajenas e intentar tallar las propias. Es así que se inicia otra modalidad del encantamiento angélico: la inspiración.
Mediante lo que nos va sugiriendo su propia presencia, nuestros pensamientos se van adiestrando en la búsqueda de razones. Razones por las cuales ellos son como son y nosotros, en cambio, nos limitamos a envidiarlo, a menospreciarlo o a criticarlo. Y es con esa nueva excusa que se desenrolla el ovillo y van surgiendo las consecuencias de lo que vamos intuyendo. Bajo forma de poemas, cuentos o burdas barrabasadas, los que insistimos en dejar palabras en nuestro camino solemos experimentar la necesidad de escribir sobe estos maravillosos seres trascendentales, quienes nos iluminan con su intervención en este mundo contradictorio (tan dramático, a veces, y tan ridículamente incomprensible, otras).
Habrá quienes, insistiendo en ver la realidad como una simple sucesión de causa y efecto empíricamente comprobable, intenten contradecir mi afirmación y nieguen –imagino la sonrisa socarrona- cualquier posibilidad de existencia de seres angélicos, ya sean urbanos o de los otros. Los entiendo. Hasta hace poco yo era uno de esos escépticos.
Pero los he visto. No sólo andar y desplegar sus dotes de encanto singular, como les he narrado. Los he visto poner en práctica sus sobrenaturales técnicas de seducción y sus elaboradas prácticas de transformación anímica. Los he visto jugar y triunfar frente a la apatía fastidiosa y al sometimiento implacable que pretenden cobrar los años.
Los he visto sembrar sonrisas, poblar de perfumes y colores el aire, diluir a su paso smog e indiferencias, hacer nacer instantáneamente tema de conversación en quienes antes a duras penas se miraban. Los he visto incomodar con su sola presencia a los soberbios, a esos que se creen superiores al resto de los mortales. Los he visto sojuzgarlos, haciendo gala de fingida –o no-ignorancia frente a sus burlas y destrozarlas, haciendo sobrevivir su magia aún luego de haberse alejado de ellos.
He comprobado su intacta inocencia en el espejo de los ojos de los niños, quienes, abiertos siempre a lo puro y a lo bello, les han tendido de inmediato e incondicionalmente sus manitos. He comprobado que a su paso, las nubes se van disipando, mientras los rayos de sol, buscan aunque más no sea acariciarlos. He visto posarse más de una paloma sobre el nido de sus sombreros, y lejos de inquietarse, ellos ahí las dejaron, brindándole cobijo, intercambiando calidez, quizás hasta algún gesto cómplice. He visto renacer por su causa ilusiones perdidas, musas recobradas, alegrías dormidas.
Pero para que no hubiese lugar a dudas y mi razón no tuviera ya motivo para cuestionar mis apreciaciones –tildadas tal vez de subjetivas- he podido ver mucho más: los he visto a ambos diluirse ante mis ojos, allí, entre las estanterías de lo que fue paraíso en el antiguo teatro que hoy es librería. En el Ateneo Grand Splendid, ellos, tomados de la mano, de fundieron –casi- entre los colores pasteles del decorado, haciéndose parte de lo que aparenta ser pintura y quizás sea en cambio –esto sólo lo sospecho- acceso hacia un verdadero firmamento. O tal vez no sea así. Tal vez no exista el paso y sólo estén ellos aún allí, camuflados, camaleónicamente disimulados entre las flores y las aves del cielorraso esperando que otra vez se haga de día y vuelvan, entre colores, sueños y risas, a contagiar con su magia a los humanos que aquí abajo, casi siempre deprimidos, solemos ansiar la llegada de ángeles como ellos, que nos pongan más luz en nuestras vidas.
(fin)
Nota:
para quienes no la conozcan y tengan oportunidad, les recomiendo visitar la Librería El Ateneo Gran Splendid, que existe, tal como la describo. No sólo se maravillarán con el lugar y con lo que contiene, sino que, si tienen suerte, tal vez también logren ver a los ángeles...
13 comentarios:
La razón, a veces, deja paso a una visión que ve más allá.
Voy al enlace de la librería.
Besos.
No conozco la librerìa, pero debe ser imponente.
Creo que a los seres angèlicos, se los siente, y no se los ve.
Un abrazo.
Muy bello y sugestivo relato! Hace muy poquitos días (precisamente una semana) estuve en El Ateneo. ¿Presagio de tus letras? Los ángeles desde luego, me robaron una amplia, enorme sonrisa!
Besitos Amiga, y Muchas Gracias por tus letras!
En esa decoración inmejorable que es el Ateneo no me extraña que haya ángeles. Es un sitio imponente. Las cuatro veces que he visitado Buenos Aires he vuelto a este lugar maravilloso. Y si vuelvo, te prometo que buscaré hasta encontrar esos ángeles tan necesarios hoy, mañana y siempre. Para mí los ángeles son esa esperanza que a veces perdemos, esa ayuda necesaria en momentos difíciles, esa fuete de energía que a veces nos falta.
Como siempre, precioso, muy bien escrito. Me ha gustado mucho. Besos.
Salud y República
Amiga Neo. Has vuelto de Italia, y aunque, tu relato transcurre en Buenos Aires, (por puro patriotismo), pero se pudiera dar muy bien en Florencia o en Venecia. Estoy segura que te has inspirado por allí, entre las pinturas de los Uficci. Te ha salido redondo. Precioso.
Entre los libros siempre hay ángeles. El que no los ve es porque no quiere.
pues claro que existen, y son juguetones y seimpre de buen humor.
Sabías que la madre de miguel Bose, la ex actris Lucía bose tiene un museo de ángeles ?
pues si, en un pueblecito a las afueras de madrid, donde reside
muy buen relato Mónica, gracias
Ahora tengo muchas ganas de conocer esa librería, para ver si veo a los ángeles allí.
Besos.
un estimulante relato guapa!!! sin duda visitaremos esa librería...espero que lo ángeles sigan allí.. besos!!!
Interesantísima historia Neo, que hoy, ya al finalizar la semana, vine a leer completa, porque no tiene desperdicio. Tus descripciones son maravillosas, no dejas al azar ningún detalle, y estos "ángeles urbanos" nos ponen en vuelo (según el espíritu de quien te lee, un vuelo celestial)."El Ateneo" -me atrevo a llamarlo como lo hace conmumente mi papá, es un lugar francamente especial, y no en vano nombro a mi viejo, es que en cada párrafo se me fue figurando él, con esa inquietud y pasión por la lectura, que lo pierde (y se nos pierde) en esa mágnifica librería, -creo que para él es uno de los principales atractivos de Bs.As, movido por lo antedicho, tiene pasión por ese lugar. No hay vez que no regrese a Mdeo con algún libro comprado en su lugar preferido de esparcimiento. Así que en esta ocasión, senti a papá un poco angel urbano... perdón pero mi "papitis aguda" me pierde... :-)
Besitos Neo!
Gaby*
Tomo nota de la librería...
Saludos!
Pues no te lo vas a creer Neo pero aquí -como en Buenos Aires- también hay una libreria con decoración fastuosa en tonos pastel y cuajada de guirnaldas doradas, que anteriormente a librería, era un teatro... es preciosa, no como tu Ateneo que describes maravillosamente, y que te juro que cuando vaya a Buenos Aires no se me escapará de ver (a él y a los ángeles, por supuestisimo), pero verdaderamente singular, porque no espera uno desde luego traspasar la puerta de una libreria y encontrarse con un espacio así, llenísimo de libros.... y llenísimo de fantasia !a quien le iba a extrañar que lo habitaran ángeles!
Mil besotes gordotes
Hola guapísima, gracias por tus comentarios en mi blog.
Bueno, el texto es extenso, pero interesante.
Los libros son un poco como eso entes que se sienten pero no se ven más que en la imaginación que se desprende de la lectura.
Un abrazo fuerte,
Andri
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